Desde que tengo uso de dientes, una pesadilla me persigue. Sueño que todos mi dentadura se esfuma. Una a una, las treinta y dos piezas masticadoras se van. En el espacio onírico me invade la angustia, me sofoco. Grito: ¡Estoy soñando! No, no es verdad, mis encías sí tienen hijos. La serenidad no es posible en el sueño ya que allí ignoro que en la realidad existen los dientes postizos. Muy mala imagen me llega al pensar que alguna mañana de invierno amaneceré siendo una viejita con la boca despoblada. Sé que muchas personas padecen sueños como el mío, y que si la explicación fuera verdad, yo sería rica: “Si sueñas que se te caen los dientes, significa que vas a recibir dinero”; o no tendría familia, porque según los intérpretes de sueños, también quiere decir que alguien de la familia morirá.
Hace algunas semanas, en el Canal 22 de televisión vi dos entrevistas a escritores; en ambas coincidía que los interrogados exhibían una sonrisa agujereada. Me dio tristeza. Aunque no recuerdo los nombres de los escritores, sé que forman parte del nuevo Diccionario de Escritores Mexicanos, es decir, son intelectuales con una trayectoria sólida y sin embargo sus ingresos económicos no les alcanzan para que acudan a un dentista que les haga completar su mordida. Da tristeza pensar en lo poco que se valora el trabajo literario. ¿Por qué un futbolista gana mucho y un escritor tan poco? Porque sabemos que todo lo mueve la mercadotecnia: la oferta y la demanda. Me han dicho que el día que un escritor venda libros como un futbolista vende entradas al estadio, entonces los sueldos serán parecidos. Qué tristeza, esos, chimuelos se quedarán.
Aunque también especulé sobre la posibilidad de que estos dos literatos fueran tan excéntricos que desearan andar igual que Miguel de Cervantes: con sólo seis dientes, como describe en su autorretrato: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros…”. Cervantes también era un Caballero de triste figura igual que su personaje don Quijote. Porque es seguro que Cervantes no podía masticar gran cosa. Así se explica que fuese tan flaco como su protagonista. Seis dientes no alcanzan para mucho. Y, ¿quién sabe cómo el autor de las Novelas ejemplares perdió su dentadura? Tal vez infecciones, osteoporosis, diabetes, o una buena pelea rompedientes o la batalla de Lepanto, ya que en otra parte de su autorretrato aclara que perdió su mano izquierda (de allí el sobrenombre de Manco de Lepanto): “Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable…”.
Otro escritor desdentado es Francisco de Quevedo, como lo dice en un poema: “Pues que de nieve están las cumbres llenas / La boca de los años saqueada, / la vista enferma en noche sepultada, / Y las potencias de ejercicio ajenas”. La boca saqueada de Quevedo y la de muchos otros. Hay que recordar que en los siglos XVIII, XIX y hasta principios del XX se utilizó el mercurio para tratar la sífilis, y uno de los efectos secundarios de este medicamento es la caída de los dientes, de manera que es casi seguro que les faltaran dientes a escritores sifilíticos como Guy de Maupassant, Charles Baudelaire, Lord Byron, Alfonso Daudet y Bram Stoker (irónicamente contrario a Drácula, su colmilludo personaje). Aunque no pude encontrar datos que confirmen que estos artistas no podían dar una buena mordida, la presencia sifilítica y el tratamiento con mercurio hace suponerlo. Nacemos sin dientes y si nos descuidamos moriremos sin éstos. lopgan@yahoo.com
Hace algunas semanas, en el Canal 22 de televisión vi dos entrevistas a escritores; en ambas coincidía que los interrogados exhibían una sonrisa agujereada. Me dio tristeza. Aunque no recuerdo los nombres de los escritores, sé que forman parte del nuevo Diccionario de Escritores Mexicanos, es decir, son intelectuales con una trayectoria sólida y sin embargo sus ingresos económicos no les alcanzan para que acudan a un dentista que les haga completar su mordida. Da tristeza pensar en lo poco que se valora el trabajo literario. ¿Por qué un futbolista gana mucho y un escritor tan poco? Porque sabemos que todo lo mueve la mercadotecnia: la oferta y la demanda. Me han dicho que el día que un escritor venda libros como un futbolista vende entradas al estadio, entonces los sueldos serán parecidos. Qué tristeza, esos, chimuelos se quedarán.
Aunque también especulé sobre la posibilidad de que estos dos literatos fueran tan excéntricos que desearan andar igual que Miguel de Cervantes: con sólo seis dientes, como describe en su autorretrato: “Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros…”. Cervantes también era un Caballero de triste figura igual que su personaje don Quijote. Porque es seguro que Cervantes no podía masticar gran cosa. Así se explica que fuese tan flaco como su protagonista. Seis dientes no alcanzan para mucho. Y, ¿quién sabe cómo el autor de las Novelas ejemplares perdió su dentadura? Tal vez infecciones, osteoporosis, diabetes, o una buena pelea rompedientes o la batalla de Lepanto, ya que en otra parte de su autorretrato aclara que perdió su mano izquierda (de allí el sobrenombre de Manco de Lepanto): “Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable…”.
Otro escritor desdentado es Francisco de Quevedo, como lo dice en un poema: “Pues que de nieve están las cumbres llenas / La boca de los años saqueada, / la vista enferma en noche sepultada, / Y las potencias de ejercicio ajenas”. La boca saqueada de Quevedo y la de muchos otros. Hay que recordar que en los siglos XVIII, XIX y hasta principios del XX se utilizó el mercurio para tratar la sífilis, y uno de los efectos secundarios de este medicamento es la caída de los dientes, de manera que es casi seguro que les faltaran dientes a escritores sifilíticos como Guy de Maupassant, Charles Baudelaire, Lord Byron, Alfonso Daudet y Bram Stoker (irónicamente contrario a Drácula, su colmilludo personaje). Aunque no pude encontrar datos que confirmen que estos artistas no podían dar una buena mordida, la presencia sifilítica y el tratamiento con mercurio hace suponerlo. Nacemos sin dientes y si nos descuidamos moriremos sin éstos. lopgan@yahoo.com