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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

domingo, 24 de febrero de 2019

LA CIUDAD DEL RUIDO


‘Se compran colchones y refrigeradores’, el grito que prohibieron México - Imagen 1

Un día, hablaba por teléfono con mi hijo. Él estaba en Torreón y yo en la Ciudad de México. Mientras la conversación fluía, yo escuchaba el canto de las tórtolas laguneras y al mismo tiempo el de las chilangas. Me percaté de una curiosidad: las tórtolas norteñas tenían un canto mucho más pausado que el de las capitalinas. Tal vez los pájaros compiten con el ruido que les rodea para escucharse entre ellas; el ruido de la Ciudad de México es insuperable.
         En septiembre del 2016, asistí a un concierto en la plaza mayor de Torreón en el que se presentaba Javier Camarena cantando a Cri Cri. Al final, las coristas reprodujeron la letanía que todo el día se oye en Ciudad de México proveniente de las camionetas que compran cosas usadas; esa de “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, microondas o algo de fierro viejo que venda…”  cuando escuché eso en un escenario y en el concierto de uno de los mejores tenores del mundo, me pareció divertido. Pero ahora que vivo en un lugar donde oigo la misma frase más de cien veces veces al día, se ha vuelto una situación muy desagradable. Hay ocasiones en que se cruzan tres camionetas repitiendo dichosa cantaleta. A eso se le agregan los vendedores de tamales oaxaqueños; los otros tamales; los que recogen papel y periódico; el afilador, el camotero, las patrullas, las ambulancias y todos los demás que hacen que la ciudad de México sea una de las más contaminadas, no sólo de polución, sino de ruido.
         La contaminación auditiva es dañina, no sólo en los psicológicos sino en lo económico, porque provoca muchos gastos defensivos; estos gastos son las pérdidas de dinero irremediables y resignadas, que se realizan ante la necesidad de defenderse de un hecho del que el estado debería ocuparse y esto se da en varios rubros. Por ejemplo, el estado no provee agua potable en los grifos, entonces hay que comprarla embotellada o no provee seguridad; habrá que gastar en poner rejas, cerraduras más sofisticadas, alarmas o cámaras de video. La contaminación auditiva hace que las personas pierdan dinero porque el exceso de ruido los distrae de sus quehaceres; cada vez es más frecuente que los habitantes de edificios, habitacionales o de oficinas, opten por una defensa física contra el ruido. Gastan dinero en sellar puertas y ventanas e incluso en poner dobles ventanas y comprar audífonos aislantes de ruido. No son pocas las personas que generan una neurosis y que no pueden descansar adecuadamente a causa del ruido de la ciudad, esto, casi seguro, lo hará pagar una consulta médica y medicamentos.
         El problema es serio, los comerciantes ambulantes están en su derecho de desarrollar una actividad que les dé sustento económico. El problema es que dañan a terceros y eso no es algo trivial, aunque, a veces, los habitantes de una ciudad no toman conciencia de lo que representa en su mente y en su personalidad todo ese ruido al que están expuesto; simplemente viven enajenados y eso también es un trastorno. Puede llegar a ser muy exasperante; es imposible no distraerse al estar trabajando. Los de las camionetas compradoras de fierro viejo no descansan ni los domingos, están por toda la ciudad y al parecer es un negocio muy redituable porque cada día surgen más y lo peor es que usan la misma grabación todos; en algunas películas mexicanas es parte de la sonoridad involuntaria. No hay manera de callarlos.
         Reconozco que para muchos esto es parte de la cultura popular, sobre todo para los turistas o las personas que pasan poco tiempo en la ciudad. Y es que hay unos gritones que son personajes únicos, no sé lo que gritan, pero lo hacen de manera muy peculiar; acepto que algunos me asombran y me gusta oírlos. Pero los de las camionetas con altavoces son francamente insoportables.
         Quisiera saber cuál es la solución para disminuir la contaminación auditiva, no sé si el gobierno no tiene los instrumentos legales para regularizar a los comerciantes con altavoces o si los tiene y no quiere aplicarlos. Sin duda, el gobierno debe buscar la forma de dirimir este problema.