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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

jueves, 21 de diciembre de 2017

PARALIZADA EN LA DUDA


Tal vez tengas veinte años. Casi a diario deambulas por una avenida. Tu destino fue herido antes del nacimiento; la parálisis cerebral  ha sido la manutención de tu familia. Viven gracias a ti: joven sin tentaciones. Vas ofreciendo tu mirada de abismo mientras entre balbuceos y suplicas entrecortadas pides: “Peso para taco”. Con las piernas muertas, te arrastras empujándote con las manos y apoyándote en los glúteos. Tu madre te ha colgado un recipiente en el pecho para que allí te depositen las limosnas. Recorres los restaurantes que tienen mesas en la banqueta. Las personas tratan de no mirarte, pero sobre todo, tratan de no olerte; emanas la fetidez de la miseria. Los comensales sacan una moneda, algunos no por compasión sino porque no quieren ver el espectáculo que entregas. Se oyen comentarios: “La madre viene y lo deja todos los días para que pida limosna”, dice una señora mientras se come un filete de salmón con una copa de vino tinto. Otra exclama indignada, pero ¿Dónde están los derechos humanos para este pobre muchacho? Un señor te mira con lástima y desembolsa veinte pesos. Todos se apresuran a la dádiva para que te retires rápido de su mesa.
         Te he visto con tu madre y con tu hermana de seis o siete años. Haces tú recorrido y regresas a la base materna. Ella, tu madre, vende dulces en la misma calle; es gorda y siempre está sentada en el suelo. Los he visto a los tres acurrucados por las noches; los he visto como ríen ante los bailes de tu pequeña hermana. Con ojos brillantes sueltas espasmos de carcajadas. Cuando te alejas de ellas pierdes la poca luz que te cubre, eres oscuridad cuando te arrastras. ¿Adónde se van tú y tu familia cuando terminan la jornada? ¿Quién va por ustedes? ¿Acaso existe tu padre?
         Creo que tu condición te permite tener consciencia de lo que significas para tu familia y para los extraños. Los extraños creen que tu propia sangre abusa de ti, que aprovecha tu condición para vivir a costa tuya, y es verdad. Sin embargo, tal vez estás orgulloso de ser el sustento familiar y hasta te permites alguna pequeña burla hacía los demás. Habitualmente serías una carga en otra familia pobre, pero en ésta, eres su salvación. No sé si albergues rencor en tu corazón o disfrutas un poco al insultar con tu mal olor mientras otros comen ricos platillo. O quizá estés realmente cansado de ese fatigoso trabajo de moverte y de intentar esas tres palabras con dificultad. Los espasmos no te abandonan nunca.

         Me he preguntado qué pasaría si los Derechos Humanos intervinieran y tomaran la resolución de que están abusando de ti: Te llevarían a un albergue en donde serias atendido por extraños; estarías lejos de la alegría que te provocan la gracia de tu hermana y la calidez de los grandes brazos de tu madre. ¿Para quién eres un problema? Quizá tú familia ya no te ve con tristeza sino con resignación y como su medio de sobrevivencia. Para las personas que se topan contigo eres un aguijón de compasión, de suciedad. Para otros eres casi un insulto; he visto sus gestos, sus reacciones. Para otros más, sólo un espectáculo de miseria que tiene que hacerse presente para recordarles su fortuna. ¿Qué eres para ti mismo? Qué te dice tu cuerpo despojado de la bipedestación, de limpieza, de cátedra. En ti, la mitad de un cuerpo inerte; la mitad de la palabra; la mitad de la vida. Todo te ha sido impuesto. Abres los labios y abres la compasión y un rencor inmóvil porque destruyes el placer de los otros. Cada día comienzas tu historia y cada día la terminas. Y la duda se paraliza: ¿Eres un problema social? ¿Una solución económica? o ¿Un tranquilizante para la conciencia?

viernes, 15 de diciembre de 2017

MALES PRESIDENCIABLES


Todas las enfermedades son emocionales, ya que no se puede separar el cuerpo de la mente. Sin embargo, no es verdad lo que dice la escritora Louise Hay, que asegura que somos, completamente, responsables de nuestra salud. No es así, el medio ambiente, la tecnología y las nuevas terapias influyen también. No es lo mismo contagiarse de sífilis ahora que antes del descubrimiento de la penicilina, y ¿cómo se podrían explicar las enfermedades genéticas, siendo el individuo culpable de padecerlas? Fuera de eso, sería ideal escoger gobernantes sanos.
Benito Juárez sufrió mucho por enfermedad, durante su mandato presidencial, padecía intensos dolores provocados por angina de pecho; no existía la nitroglicerina como vasodilatador coronario, en cambio, le ponían agua casi hirviendo en el tórax para que le mejorara el dolor cardiaco, agregándole sufrimiento por quemaduras en la piel. Juárez murió de infarto a los 66 años, en 1872. Otro caso fatal fueron los aneurismas cerebrales de Adolfo López Mateos que lo postraban por cefalea. Murió a los 61 años, en 1969. Otras enfermedades, no graves, las hemos conocido en los presidentes que nos han gobernado recientemente: se encuentran el traumatismo de rodilla de Ernesto Zedillo; la hernia de disco en la columna vertebral de Vicente Fox; la fractura de húmero, por caída de bicicleta, de Felipe Calderón y, por último, el presidente Enrique Peña Nieto que fue sometido a una cirugía de extirpación de tiroides, debido a un tumor benigno. De acuerdo a eso, él está recibiendo hormonas sustitutivas.
De acuerdo a la encuesta del Reforma, estas serían las enfermedades que tienen la posibilidad de habitar Los Pinos:  
El infarto cardiaco es el primer lugar en las encuestas. Este infarto fue tratado con revascularización con la colocación de stens, que son unas férulas (pequeños tubos) que se colocan dentro de las arterias coronarias cerradas y que de este modo se abren y restablecen la circulación en el tejido dañado. Es lo mismo que padeció Benito Juárez, sólo que los adelantos científicos, ahora, permiten alcanzar mejor calidad y (sobre todo) esperanza de vida. Los riesgos de volver a tener un infarto, aunque ya se haya revascularizado, son mayores que en la población general. Pese a eso, una persona de 64 años hace una vida, aparentemente, normal.
En segundo lugar, está una enfermedad visible: la ausencia de melanina en algunas áreas de la piel, principalmente en cara y manos. El origen del vitiligo se reconoce como hereditario, autoinmune o metabólico; el problema que presenta es principalmente estético, sin embargo, también provoca ansiedad por el cambio de apariencia de la piel. No es peligrosa, sólo que si la persona está sometida a mucho estrés es común que se haga más aparente.
El tercer lugar sería para el desprendimiento de retina, que en una mujer presidenciable es un problema serio porque es frecuente que sea el signo de otra enfermedad; por sí mismo pone en riesgo la visión, más no la vida. No es tan preocupante como las enfermedades cardiacas. De este desprendimiento de retina, se desconoce la causa, pero lo más común es que sea por traumatismo, diabetes o miopía severa.
En el cuarto lugar de las encuestas estuvo la arritmia cardiaca. Esta patología es también un problema serio, ya que si no recibe tratamiento es causa de muerte súbita, al igual que el infarto. Esta arritmia fue tratada con un método que se llama ablación y consiste en destruir las fibras nerviosas cardiacas que están enviando impulsos excesivos y/o desordenados: El corazón no late de manera normal. En este caso, el procedimiento fue primero con cateterismo, pero terminó en cirugía de corazón abierto por una perforación cardiaca, producto de un error médico. La persona ha seguido haciendo ejercicio y gobernando.
No encontré otras enfermedades presidenciables. Aunque la juventud, esa que se cura con los años, podría ser una y la otra es la coprolalia; ninguna de las dos es relevante, excepto porque denotan ausencia de serenidad. ¿Cuál enfermedad sería menos dañina para el país?




domingo, 3 de diciembre de 2017

LA SONORIDAD DE MI CALLE


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Recuerdo que desde niña en cualquier lugar en el que he estado siempre me acompaña, como sonido de fondo, el cantar de las palomas torcazas. Y ahora, que paso la mayoría de mis días en la Ciudad de México, no es la excepción.
         La calle donde vivo es novedosa para mí. Me sorprende a cada instante: con frecuencia pasa un flautista que me recuerda la música prehispánica, luego le hace competencia una guitarra con un violín tocando el “Querrequere”. En otro momento un vecino del edificio de departamentos, donde vivo, toca en su saxofón jazz de una manera tan suave y  sensual que me hace suspirar. Todos los días y a cualquier hora pasa un camión que trae una grabación que anuncia con  una voz femenina y muy nasal: “Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras,  microondas o algo de fierro viejo que vendan” pero tiene el poder la ubiquidad al parecer está en toda la ciudad. Al principio me parecía pintoresco, ahora mis oídos se cansan. Por mi calle, ocasionalmente pasa un cilíndrero interpretando “Cielito lindo”. No es menos frecuente el silbido nostálgico del camotero que me trae recuerdos de hace treinta años, cuando yo vivía aquí. Otros que se escuchan son los vendedores de tamales oaxaqueños: “Venga y pida, los ricos y deliciosos tamales oaxaqueños. (¿Qué diferencia habrá entre ricos y deliciosos?) Calientitos tamales oaxaqueños”, repite una y otra vez la grabación. Pasan los que venden plátanos de diez pesos, aguacates y cerezas de a veinte. Y como se me hace tan barato salgo corriendo a encontrarme con ellos. Llegó cansada al camión y al regreso jadeando al departamento y mi hija se carcajea. Ay, mamá ¿Cuánto te puedes ahorrar? No importa, el aguacate en Torreón cuesta a ochenta pesos. También hay un señor que vende tamales pero que canta “amales” de una forma tan alargada y sostenida que me hace sonreír. Otros gritan pero no entiendo nada. En cambio, el otro día pasó un señor que compraba fierro pero lo anunciaba a manera de no sé qué ritmo: “Fierro…   fierro… fierro, fierro, fierro y enseguida saltaba un fragmento de un canto árabe. Esta ciudad es toda sonoridad junto con las torcazas que siempre traigo dentro de mí.
Recuerdo que recién había llegado aquí, una noche alrededor de la doce, comencé escuchar unos gritos que provenían de un edificio contiguo, me parecía que escuchaba mi nombre. Así era, me acerqué a la ventana y una voz joven y masculina gritaba: “¡Angélica!”, lo hacía de manera desesperada y con mucha pasión. Pensé “tocaya mía regresa con este hombre” ha gritado diez veces nuestro nombre, se lo merece. La segunda noche lo volvió a hacer pero solo tres veces y hubo una más, pero solo fueron dos ¡Angélica!. ¿Qué pasaría con esa mujer? En tres días se recuperó ese amante que no le importaba despertar a decenas de personas con sus gritos o bien mi tocaya volvió con su gritón. .
Aquí en la Ciudad de México, los días en que tengo clase, salgo por la mañana y cuando el sol esta radiante y no me quema como el de Torreón, observo que las personas de esta calle se conocen, gritan, bromean. Muchos caminan con sus perros. Me gusta ver a tanto perro que no ladra, a veces están sentados esperando fuera del restaurant mientas su dueño se alimenta. En este barrio de la Roma, a veces no muy limpio, se camina y se ve arte hasta en un árbol muerto que talló un escultor.
Mi calle actual tiene árboles viejos y algunas cuarteaduras en memoria del reciente temblor, tiene restaurantes, comercios y departamentos. Es un lugar con mucho movimiento, muy vivo; contrasta con mi calle de Torreón en la que solo oigo el “Vals las olas” en un carrito que vende nieve y en donde tiempo antes escuchaba al “Pan panadero” que creo que se le endureció el pan y ya no lo vende. Otro es el que vende escobas y trapeadores. En las tardes cuando estoy allá y salgo a caminar y me topó con un joven con síndrome de Down que camina con sus audífonos puestos cantando y que de tanto vernos le parezco familiar, por eso él siempre me dice: hola. Yo admiro a ese muchacho tan independiente 

         Muy distintas son mis dos calles: una tan viva y otra tan llena de baches; una tan temblorosa y otra impávida como si nada ocurriera y quizá nada ocurre.