El actor y dramaturgo francés,
Juan Bautista Poquelin (1622-1673) mejor conocido como Moliere, escribió muchas
obras de teatro. Las más conocidas son: Médico
a palos, El enfermo imaginario, El amor médico, El avaro, Las preciosas
ridículas, Escuela de maridos y Tartufo, entre otras. Tartufo es la historia de un hombre que
se las ingenia para aparecer, ante el jefe de una familia, como un ser virtuoso
y devoto. Finge ser una persona de mucha
calidad moral. Engaña a un hombre cándido que goza de un buen estatus económico:
Orgón, que cae ante las artimañas de Tartufo y termina invitándolo a vivir con
su familia, prometiéndole casarlo con su hija. Tartufo, logra que el dueño de
la casa corra a su hijo y lo desherede. Compone los planes de tal forma que
casi logra quitarles su fortuna. De Allí que el nombre del personaje Tartufo se
haya convertido en un adjetivo, sinónimo de hipocresía.
Esta obra de
teatro fue censurada en su tiempo por la alta sociedad parisina, ya que Moliere
mostraba cómo la mayoría de los hombres, que de manera exagerada, pretenden
estar pendientes de la buena moral de los otros, en realidad, son farsantes que
sólo tratan de engañar a los demás, y así, obtener beneficios propios. De
ahí las declaraciones de Moliere, cuando su obra finalmente fue estrenada en
1664: “En mi obra presento el vicio más habitual de esta época: la hipocresía”.
En Tartufo, uno de los personajes se burla
al referirse a la conducta de una mujer considerada virtuosa: “Todo mundo sabe
que es casta, muy a pesar suyo. Bien que ha disfrutado mientras ha podido despertar la admiración de
los hombres, pero cuando ha visto que se apagaba el brillo de sus ojos, se ha
puesto a renunciar a un mundo que la rechaza y a disfrazar la debilidad de sus
marchitos encantos con el ostentoso velo de una elevada sabiduría, se trata de
un cambio que siempre han llevado a cabo las coquetas de toda la vida. [...]
critican a otras no por caridad sino por envidia”. Es un hecho común que los viejos (no sólo las
coquetas) tiendan a censurar las actitudes de los jóvenes, olvidando que muchas
de esas conductas también las practicaron.
Orgón, por
confiar y dejarse llevar por la falsa moral de un impostor, pone en peligro a
su familia. Su devoción por el malvado Tartufo llega a tanto que habla de él
como si se tratara de un ser excepcional: “Me enseña a no sentir afecto por
nada”. Tartufo lo convence de que todo lo material es malo, que lo único que
importa es lo espiritual, de esa manera hace que se desprenda de todos sus
bienes para poder adueñárselos. Tartufo
llega hasta el ridículo con sus
delicadezas y eso causa admiración a Orgón, por lo que declara: “Cualquier
nimiedad que haga le parece un pecado; se escandaliza por cualquier nadería.” La
moraleja es que hay que desconfiar de los exagerados.
Cleantro,
cuñado de la víctima, utiliza todo su tiempo para prevenirlo. Trata de
explicarle quienes son realmente los devotos de Dios, diciéndole: “No se dejan
llevar por lo que parece malo y su alma se inclina en juzgar bien a los demás,
no gustan de camarillas e intrigas. Se les ve mezclarse con las gentes buenas y
sencillas, y, aunque rechazan con vigor el pecado nunca se ensañan con el
pecador”. Pero aquel hombre está ciego y se deja llevar por el estafador.
Así continúan
los enredos, hasta que el impostor logra despojar a la familia. Afortunadamente
el rey de la ciudad se da cuenta de las patrañas de Tartufo, por lo que lo
encarcela, regresándole los bienes a sus dueños.
Esta comedia en este 2014, cumple trescientos cincuenta años de su estreno
en teatro. Y aunque ha pasado mucho tiempo desde que se escribiò, Tartufo, sigue vigente. Los tartufos
siempre existirán: en la política, en las relaciones amorosas, y,
desafortunadamente, hasta dentro de las propias familias. Las pasiones humanas
siguen siendo las mismas. Por eso hay que tomar en cuenta lo que dice Moliere:
“los buenos y auténticos devotos no hacen tantos gestos”, “desconfiemos de la
lisonja desmedida”.