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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 27 de febrero de 2016

ESCRITORES FANTASMAS



Mucho se ha hablado sobre los autores que han publicado más libros de lo que han leído, y también, de los que ni siquiera han ojeado sus propios libros. Para ilustrar esto, tomo una anécdota descrita por el filólogo español Alejandro Gamero, en su ensayo: “Escritores fantasmas y negros literarios” en la que cuenta que, Alejandro Dumas padre (autor de Los tres mosqueteros y veinte años después) le preguntó a su hijo del mismo nombre y autor de La dama de las camelias: “¿Has leído mi nueva novela?”. A lo que el éste contestó: “No, ¿y tú?” esto, porque se sabía que Dumas padre, había llegado a pagar hasta setenta escritores fantasmas para que le redactaran sus portentosas novelas. Shakespeare, Moliere y Stephen King, son algunos de los que han empleado maquiladores literarios. Así, un escritor fantasma o negro literario es aquél que es contratado para crear una obra que no firmará sino que será otro el que se la adjudique. Esta es una práctica muy antigua pues desde los tiempos de Homero se ha venido haciendo y dio lugar a lo que se conoce como la “Cuestión homérica” corriente que duda de la existencia del otrora poeta ciego. De allí que surja una duda existencial que cuestiona la valía de los autores sobre sus obras. Por ejemplo, a casi nadie le interesa saber quiénes escribieron la Biblia. Visto de ese modo, no tendría  importancia saber quién escribió La Ilíada o El Quijote, que por cierto, don Quijote es más famoso que su creador.
         Los personajes de la política son los que más han utilizados a los escritores fantasmas y es el ensayo su género preferido. Aunque hay muchos políticos que han sido literatos reales. Por ejemplo: los dos más famosos son el alemán Adolfo Hitler con su ensayo autobiográfico Mi lucha, y el inglés Winston Churchill que escribió varias obras de las que destaca su ensayo de seis volúmenes: La II Guerra Mundial. Churchill recibió el premio Nobel de literatura en 1953. Aunque al parecer la razón de que recibiera este reconocimiento,  fue más por ponerle fin a la lucha de Hitler, que por el valor literario de sus textos. El mismo Churchill lo sabía, esto se puede deducir en su declaración cuando recibió la noticia del premio: “Confió en que habrá habido imparcialidad en el juicio de la Academia sueca”. Y como suele suceder, en la mayoría de veces, la palabra “confío”, esconde la desconfianza. Al parecer habría que premiar al gran estratega militar y al no haber un Nobel para ello, el de literatura fue útil. Así, estos dos políticos sí escribieron sus obras, Hitler mientras cumplía una condena de seis años en la prisión por un golpe de Estado fallido en 1924 y Churchill que desde los dieciocho años se dedicó a escribir crónicas y e ensayos históricos.
         Es sabido que muchos políticos pagan a escritores para que les hagan sus libros. Aunque en México tenemos muchos políticos escritores genuinos como lo señalé en mi colaboración anterior, también tenemos a los publican aunque no escriban. Pero no conoceremos a sus fantasmas; es frecuente que ver a estos líderes asesorándose por escritores reconocidos. Las razones que se pueden inferir para decir que tienen sus amanuenses, nace de una observación simple: el tiempo. ¿En qué dimensión, tan ancha, viven los políticos que tienen tiempo para escribir de manera tan vasta?
Lo curioso de los libros que publican los políticos es que también tienen lectores fantasmas, es decir con frecuencia los periodistas, líderes de opinión, tienen quién lea las novedades literarias en la política, para que así ellos puedan verter una opinión o comentarios sobre la obra en cuestión.

Pero, finalmente, a “cuál es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la (el) que peca por la paga o el que paga por pecar?” En este caso “el que paga por pecar”, porque el escritor fantasma, simplemente esta realizado un trabajo que en la mayoría de los casos es mejor remunerado que la obra con su firma.

sábado, 13 de febrero de 2016

POLÍTICOS ESCRITORES EN MÉXICO


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En México existen políticos escritores como el independentista, Miguel Hidalgo que escribía poesía; el dictador Porfirio Díaz con sus Memorias (1911); el presidente  Francisco I. Madero, que escribió varios libros, entre ellos La Sucesión Presidencial en 1910 y Porfirio Díaz. Madero es más conocido por sus “Diarios espiritistas” donde narra sesiones “del más allá” con su difunto hermano José. Otro, el presidente José López Portillo que tuvo la influencia de su abuelo y su padre, quienes eran escritores. Él redactó siete libros de los que destaca Génesis y teoría del Estado moderno (1965) Quetzalcóatl (1965) y Ellos vienen. La conquista de México (1987). Casos sobresalientes, que requieren menciones aparte, son los de José Vasconcelos, Justo Sierra y Alfonso Reyes.
En la historia reciente de México, el Internet arroja mucha información sobre lo que parece ser una obligación: ser presidente (o presidenciable) y ser escritor. Y ante la vasta producción literaria de los que a continuación menciono surge la duda; ¿son realmente ellos los que escriben sus libros? Y ya que esa pregunta no la puedo contestar con pruebas fehacientes, sólo hago un breve recuento de los libros que se han escrito en los últimos treinta y cinco años por políticos mexicanos.     
         Miguel de la Madrid Hurtado escribió diez libros entre ellos El elemento del Derecho Constitucional y El Presidente ante la prensa. Este presidente publicó seis libros durante su sexenio.
Carlos Salinas de Gortari, ha publicado cinco libros muy extensos, por ejemplo, México: un paso difícil a la modernidad (2000) tiene 1300 páginas. Una curiosidad llama la atención: su último libro se titula igual que uno que escribió Vladimir Lenin: ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana.
Ernesto Zedillo Ponce León, es el presidente que tiene más méritos académicos y reconocimientos internacionales. Sin embargo, en Internet sólo se encuentran varios textos que no exceden las 16 páginas y que fueron publicadas durante su sexenio. Al parecer Zedillo no sucumbió a la tentación de aparecer como autor de libros rimbombantes.
Vicente Fox Quezada, ha publicado dos libros, A Los Pinos impreso un año antes de ser presidente y Revolution of Hope: The Life, Faith, and Dreams of a Mexican President que salió a la luz ocho meses después de dejar la presidencia. Este escritor, famoso por desconocer a Borges, se sentó en solitario y se puso a redactar 370 páginas sobre su vida, para que luego naciera un libro ochomesino y bilingüe. Es el único de los políticos mexicanos que ha publicado una obra en inglés. La revolución de la esperanza (su título en español) también es el título de una obra ensayística de Erich Fromm. Este libro biográfico tiene la coautoría de Rob Allyn, un estadounidense novelista y comentarista de televisión, un hombre de un sinfín de ocupaciones que seguramente necesitó de ayuda para traducir la biografía de Fox, cobró por ello y porque apareciera su nombre en la portada.
Felipe Calderón Hinojosa, ha llevado a la imprenta dos obras El hijo desobediente, (autobiográfico) en el 2004 y la otra obra: Los problemas de México y las políticas públicas (2006-2012) publicado en 2014.
El actual presidente de México es autor de: México, la gran Esperanza, (noviembre de 2011). Esta obra fue opacada desde su nacimiento porque cuando fue presentada en la Feria del libro en Guadalajara su autor no supo decir de manera correcta cuáles eran sus dos libros preferidos.
El excandidato presidencial y exjefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, es, actualmente, el personaje político que más libros ha publicado, sumando  trece libros de su autoría. En los últimos cinco años han sido cuatro: La mafia que se adueñó de México, No decir adiós a la esperanza y Neoporfirismo: Hoy como ayer, El poder en el trópico.

 La característica principal de estos libros es que, a pesar de toda la parafernalia publicitaria y de ser grandes editoriales las que los publican,  son poco leídos. 

sábado, 6 de febrero de 2016

LAS VERTIENTES DEL SILENCIO O EL GERMEN EN DONDE ENRAÍZAN LOS SECRETOS


Una publicación de El Siglo de Torreón. Avances del libro en la imagen

La siguiente reseña la escribió, hace algunos años, mi amiga Magda Madero G. sobre mi libro El peor de los pecados. Gracias Magda, también, por trabajar tanto en la edición.
Son treinta y nueve las narraciones contenidas en El peor de los pecados, libro de cuentos de Angélica López Gándara, nacida en Francisco I. Madero, Durango, y titulada de Médico por la Universidad Autónoma de Coahuila.
El libro está dividido en cuatro partes. Después de leerlo, podemos decir que la autora ha logrado, a través de una prosa lúdica, inteligente y acertada, narraciones que, tras una aparente inocencia, revelan aquello que muchas veces esconde el ser humano. Su oficio como escritora se hace patente cuando encuentra el vocablo adecuado y sorpresivo que nos indica que estamos ante una obra donde no sólo se nos cuenta algo, sino donde advertimos el esfuerzo por reinventar un modo de decir. Así, con imaginación y disciplina, la autora ha logrado una particular manera de narrar en estos textos que se mueven entre lo manifiesto y lo que no lo es.
Angélica López Gándara no ha puesto la mirada en adjetivos y vocablos pomposos propios de siglos pasados; tampoco ha intentado desfigurar con orlas innecesarias el lenguaje. Su prosa es novedosa pero no llega a los excesos de exterminio en los que incurren algunos reinventores del lenguaje que terminan por volverse túmulos sagrados de la incomprensión.
Los textos de esta autora se desarrollan como en una ausencia que gravita y nos arrastra más allá del lenguaje, más allá del germen donde enraízan los secretos. Su mirada es de soslayo, reflejo en el espejo.
La temática de las narraciones es variada. Cada una impone su huella, su propio desafío. Así, sucumbimos al juego de palabras que se crea entre Elpidio y su relación con el agua; nos indigna la depresión, la miseria, las falsas ilusiones y la esperanza fallida de los pobres representados por Teresa; entendemos el milagro de la música en el corazón abatido por el desencanto y la falta de motivación de un médico italiano que experimenta con corazones de perros; nos angustia el antojo por la muerte, el suicidio como tentación provocada por la grisura de la vida, por el desgano existencial, por la fatiga de vivir; nos enternecemos con la historia que de su abuela narra una nieta a través de un álbum con fotografías; nos contagia el deseo de ser como el Scrooge de Dickens para evadir la responsabilidad porque, como la autora dice, “A veces ser bueno es muy fatigoso”. 
En este libro también se habla de la solidaridad de las mujeres, de la inconformidad del ser humano con su circunstancia, de cómo la imaginación es más poderosa que la realidad, de los festines en que se convierten los sepelios, de cómo el mundo de la literatura se presta para que se exhiba el esnobismo y la mala educación, de cómo es más apetitoso lo que no se tiene, de la dependencia que hay entre víctima y verdugo, de la ignorancia y la idolatría que hay en el ser humano, del patetismo de la ancianidad dependiente y la desintegración de eso que, desde que nace, el ser humano empieza a alimentar: la memoria, la inteligencia. También encontramos la adicción a la tristeza de un “tú” sin nombre que no es otro que el “tonto de abril”; de cómo la libertad debe enrejarse para que no se vuelva peligrosa y de cómo la vida transcurre de prisa con sólo observar algunas fotos del recuerdo o de cómo dos personas, hermanadas por un diario y una coincidencia, recorren el camino de la esperanza hasta plantarse en el de la cautela que las lleva a no pedir nada ya que los deseos no se cumplen; de cómo es intenso el dolor que dejan los animales cuando se mueren  y de cómo la naturaleza no tiene moral cuando de “incesto” entre ellos se trata.
Angélica dota a cada objeto de una vitalidad propia. Sus historias son vertiginosas; juega con el tiempo. Las mudas de narrador son interesantes y lo hace con facilidad. Nos detendremos en algunos de sus cuentos para apreciarlos más de cerca:
La autora tiene razón cuando en la primera página de “Palabravejera” afirma que, “Todos vivimos en prosa”. Es que cuando se vive de esta manera, se advierten fenómenos, muchas veces no tan obvios como la ignorancia, la banalidad, el amor, la lujuria, la frustración, el miedo, el desconsuelo, el lenguaje podrido y todo aquello inmerso en la cotidianidad donde no nos queda más remedio que coincidir con ella cuando dice que la desilusión recoge lo que la mirada tira, y que “La culpa es de los días mezclados, de las horas sin oxigenación”. En el juego de palabras que conforma este cuento, Angélica construye una fantasía que sostiene una realidad que nos llena de congoja. Acaso la literatura sea eso: un montón de palabras descompuestas, de sueños tirados a la basura.
Pero, ¿cuál sería el peor de los pecados? ¿Ser infiel? ¿Dudar? ¿Elucubrar en el vacío? La frase de Borges en el epígrafe de la segunda narración que da título a este libro dice: “He cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Sin embargo, este cuento da para más interpretaciones si ensartamos la atención en la palabra “supongamos”, que, por reiterativa, podemos considerar un leitmotiv: el peor de los pecados podría ser, entonces, suponer. Suponer lo que piensan, sienten y hacen los demás y darles la credibilidad suficiente como para tomar represalias, es decir, para vengar, para devolver el supuesto golpe imaginado por uno verdadero lleno de la baba maligna que rodea a toda mala intención. Éste puede, entonces, ser también el peor de los pecados porque, cuántos de nosotros nos hemos equivocado al suponer esto o lo otro y nos vengamos por adelantado por lo que, por imaginado, damos por un hecho. En este caso, es Margarita, la que divaga mientras espera el regreso del motivo de sus sospechas: su marido. Supone y supone y supone que él le es infiel. El leitmotiv “supongamos”, abruptamente es violentado por el hecho: “No supongamos nada. Es un hecho. Hice lo que creo que tú hiciste. Cómo no se me ocurrió antes. Te pago con la misma moneda. ¿Con quién? Me dediqué a buscar el instrumento de mi venganza.” El hilo conductor no afloja. La narración se enrosca en la desconfianza y en la venganza. ¿Es la desconfianza un síntoma del amor o, es, más bien, un buen pretexto para no amar? El final sorpresivo nos deja la idea de que hay peores pecados que la infidelidad. Las ricas vertientes de este cuento ponen en evidencia la perversidad del ser humano y develan mucho de su ser.
Los cuentos de Angélica, algunos más pequeños que otros, y, otros más complicados que unos, no pretenden, para nada, ser explicativos. Podemos decir que, en su mayoría, tienen la virtud de dejarnos un enjambre de sensaciones flotantes y una intención que no mora en la superficie como un lector poco avezado podría suponer. Es la famosa doble historia que no dice, que no señala, que no juzga, pero revela. Nada es más engañoso que el silencio. Es la trampa del significado oculto, desnudo. La desnudez de un verbo que procura los silencios es la propia vestimenta de su significado, y de esta sutilidad emana su brillo. Así sucede con la palabra “poquito” del cuento “Palabras difuntas”, narración en primera y tercera personas del singular que narra la historia de Miguel Escandón, hombre que, al sufrir un accidente, pierde la capacidad del habla y el único vocablo que sale de sus labios es “poquito”. Miguel conoce a Aurora, mujer de la que se enamora a pesar de que sabe que ella no le corresponde de la misma manera. Además, descubre que está embarazada. La descripción del acercamiento amoroso es de una belleza digna de repetirla en este trabajo: “Solitarios en casa de mi tío, sin aviso alguno, Aurora me mostró dos hermosos volcanes que vertían una dulce leche, y yo, con mi único fonema susurraba en todo su cuerpo, primero tan despacio y luego tan rápido, hasta que mi tara se fue y nos dejó solos. Yo paseé por cárcavas y colinas. Y en su vientre, al que había adivinado como un valle, encontré una pequeña loma dividida por una franja oscura. Mientras ese cuerpo chismoso me contaba su secreto gestante, recorrí cimas y simas de una bella mujer de treinta. A pesar de todo, después de cinco años Aurora me gusta tanto.” Esta narración, en el anverso que es la forma, dice mucho. Para empezar, lo poquito que son los seres con una discapacidad y lo difícil e importante que es la comunicación en un mundo donde todos nos burlamos de todos. Con dos narradores, Miguel Escandón y Aurora Bracamontes, la autora juega con los pronombres personales, con la primera y la tercera personas del singular: el “yo” se vuelve “tú”, o, “él”, incluso. También hace malabares con los géneros porque, lo que empieza con Miguel, termina con Aurora. En el último párrafo, los géneros se diluyen; no importan. Ya no sabemos quién habla: “él” puede ser “ella” o puede ser cualquiera de nosotros en una narración donde todos nos parecemos y nos encontramos. Por si fuera poco, añade la siguiente frase como quien no quiere hacer evidente una realidad aplastante: “Hay perros y cerdos libres en las calles bañándose en los charcos”. Estos dos narradores que se turnan, Miguel y Aurora, se engañan y son felices porque no siempre la verdad tiene un rostro hermoso. Así, sin decirlo más que en la forma, juega con lo falso y lo verdadero para, al final, transmitir la sensación de que lo falso es verdadero, pero que no por falso deja de ser hermoso. La autora lo dice así: “La vida también es eso: falsedad, y tiene un rostro hermoso.” De esta manera, nos deja la idea de que la vida se desenvuelve placentera en medio de las limitaciones incluso para los que se mienten, para los que son “poquito”, para los que no aspiran a más que a lo que la vida les ofrece.
En sus cuentos, López Gándara no quiere delatar sino sugerir, señala sin levantar la mano, acusa casi en silencio, muestra esa otra cara del ser humano que se dice y nos dice. Sus cuentos no son impositivos sino al contrario, se descubren con la sencillez de un campo lleno de un verdor donde el gris y el amarillo también son poderosos y así lo comprobamos en la narración “Una barriga y don Abundio”, donde la autora juega con las convenciones, incluso las denominadas “sagradas”. El buen humor es uno de sus ingredientes. Así empieza: “Abundio el padre, Abundio el hijo y Abundio él, de espíritu no santo.” Para ello se sirve de eso que tantos complejos causa a quienes la padecen: una barriga. Y hay que fijarse bien que es una barriga y don Abundio, no la barriga de don Abundio ni Abundio y su barriga. No. El orden es contundente y nos preguntamos por qué. Con una vestimenta de inmovilidad, desde atrás, en esa ruptura de silencio desde donde gravitan sus códigos personales, la autora nos lleva hacia el foco de atención que es la barriga de Abundio que, por lo demás, nació priista y es devoto de la Virgen de Guadalupe. Está casado y sus seis hijos han portado, desde recién nacidos, una pequeña medalla con la imagen de su devoción. “Tiene dos gustos: uno a plena luz llamado comida y otro a plena oscuridad llamado Rosita”. Lo que revela este cuento esta oculto entre líneas. La doble vida que, con naturalidad, muchos llevan; la mitomanía convenida como una forma de ser y el ser que se miente a sí mismo mientras comercia con el “amor”. La autora así lo dice: “Cada tarde de sábado gozaba de un encuentro amoroso con Rosita. Ella siempre con motivos de sufrimiento monetario. Mercadeaban dinero por juventud; ofrecían cada uno lo que les sobraba para recibir lo que les faltaba.” p. 50 Y, mientras la barriga de Abundio crecía, la de Rosita también empezó a abultarse. El exceso de comida y un infarto, acabaron un día con la vida de Abundio. Cuando el inconfundible hijo de Abundio y heredero de sus ojos azules nació, a Rosita no le quedó más remedio que convertirlo en su hermano menor. Es así que este cuento revela las cosas que se gestan a la sombra, frente a los convencionalismos sociales y las creencias religiosas. La hipocresía de las buenas costumbres o, mejor dicho, de las falsas conciencias. Ahora sí podemos entender porqué Angélica le puso a su cuento “Una barriga y don Abundio”; ahora no nos queda duda de lo está lleno ese foco de atención llamado la barriga de Abundio. El enigma está resuelto.
Como Angélica López Gándara es médico de profesión, resulta interesante la manera en que lleva de la mano sus conocimientos de medicina y cómo juega con la terminología médica a la que da un sentido literario tal como sucede en “Cardiaca”, narración que es toda una clase de “cardiología literaria”, por cierto, muy instructiva. El cuento pone en evidencia la nada que somos cuando ese órgano deja de latir. 
Hay que resaltar el ludismo de la autora en varios cuentos: “Un hombre agüitado” es uno de ellos. “El pajarraco ladrón” es también una juguetona narración que toma como base “La urraca ladrona” de Rossini. “El burro del carromato” es otro breve texto con buen sentido del humor al que ella agrega su dosis de sabiduría.
La autora también maneja bien el suspenso como podemos comprobar en el cuento “Los genes del mal” donde, además, hay que resaltar la magnífica atmósfera que impregna la narración. Otro cuento de suspenso aunque más pequeño es “Toqué pero no me abrieron”.
Las preocupaciones sociales, económicas y políticas también están presentes. Así lo vemos en “El íncubo de Teresa”, narración que trata sobre la esperanza del personaje en un trabajo que aniquila y donde la enajenación, la ignorancia y la miseria, son siempre ingredientes manejables e indispensables para los más “vivos” que aspiran al poder.
Llama la atención la manera como Angélica López Gándara sustituye los nombres propios por nombres que surgen de la situación de los personajes en varios de sus cuentos.
En fin, es en este tono, con esta forma y con un estilo muy propio donde, gracias a un lenguaje pulido y trabajado que visiblemente trata de escapar a la opresión del uso, que Angélica López Gándara nos deleita con estos cuentos, sencillos en la superficie, complejos y reveladores en sus profundidades.                   

(Texto leído el 26 de mayo de 2010, día de la presentación del libro El peor de los pecados).