La siguiente reseña la escribió, hace algunos años, mi amiga Magda Madero G. sobre mi libro El peor de los pecados. Gracias Magda, también, por trabajar tanto en la edición.
Son treinta y nueve las narraciones contenidas en El peor de los pecados, libro de cuentos de Angélica López Gándara, nacida en Francisco I. Madero, Durango, y titulada de Médico por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Son treinta y nueve las narraciones contenidas en El peor de los pecados, libro de cuentos de Angélica López Gándara, nacida en Francisco I. Madero, Durango, y titulada de Médico por la Universidad Autónoma de Coahuila.
El libro está dividido en cuatro partes. Después de leerlo, podemos
decir que la autora ha logrado, a través de una prosa lúdica, inteligente y
acertada, narraciones que, tras una aparente inocencia, revelan aquello que
muchas veces esconde el ser humano. Su oficio como escritora se hace patente
cuando encuentra el vocablo adecuado y sorpresivo que nos indica que estamos
ante una obra donde no sólo se nos cuenta algo, sino donde advertimos el esfuerzo
por reinventar un modo de decir. Así, con imaginación y disciplina, la autora
ha logrado una particular manera de narrar en estos textos que se mueven entre
lo manifiesto y lo que no lo es.
Angélica López Gándara no ha puesto la mirada en adjetivos y vocablos
pomposos propios de siglos pasados; tampoco ha intentado desfigurar con orlas
innecesarias el lenguaje. Su prosa es novedosa pero no llega a los excesos de
exterminio en los que incurren algunos reinventores del lenguaje que terminan
por volverse túmulos sagrados de la incomprensión.
Los textos de esta autora se desarrollan como en una ausencia que
gravita y nos arrastra más allá del lenguaje, más allá del germen donde
enraízan los secretos. Su mirada es de soslayo, reflejo en el espejo.
La temática de las narraciones es variada. Cada una impone su huella, su
propio desafío. Así, sucumbimos al juego de palabras que se crea entre Elpidio
y su relación con el agua; nos indigna la depresión, la miseria, las falsas
ilusiones y la esperanza fallida de los pobres representados por Teresa;
entendemos el milagro de la música en el corazón abatido por el desencanto y la
falta de motivación de un médico italiano que experimenta con corazones de
perros; nos angustia el antojo por la muerte, el suicidio como tentación
provocada por la grisura de la vida, por el desgano existencial, por la fatiga
de vivir; nos enternecemos con la historia que de su abuela narra una nieta a
través de un álbum con fotografías; nos contagia el deseo de ser como el
Scrooge de Dickens para evadir la responsabilidad porque, como la autora dice,
“A veces ser bueno es muy fatigoso”.
En este libro también se habla de la solidaridad de las mujeres, de la
inconformidad del ser humano con su circunstancia, de cómo la imaginación es
más poderosa que la realidad, de los festines en que se convierten los sepelios,
de cómo el mundo de la literatura se presta para que se exhiba el esnobismo y
la mala educación, de cómo es más apetitoso lo que no se tiene, de la
dependencia que hay entre víctima y verdugo, de la ignorancia y la idolatría
que hay en el ser humano, del patetismo de la ancianidad dependiente y la
desintegración de eso que, desde que nace, el ser humano empieza a alimentar:
la memoria, la inteligencia. También encontramos la adicción a la tristeza de
un “tú” sin nombre que no es otro que el “tonto de abril”; de cómo la libertad
debe enrejarse para que no se vuelva peligrosa y de cómo la vida transcurre de
prisa con sólo observar algunas fotos del recuerdo o de cómo dos personas,
hermanadas por un diario y una coincidencia, recorren el camino de la esperanza
hasta plantarse en el de la cautela que las lleva a no pedir nada ya que los
deseos no se cumplen; de cómo es intenso el dolor que dejan los animales cuando
se mueren y de cómo la naturaleza no
tiene moral cuando de “incesto” entre ellos se trata.
Angélica dota a cada objeto de una vitalidad propia. Sus historias son
vertiginosas; juega con el tiempo. Las mudas de narrador son interesantes y lo
hace con facilidad. Nos detendremos en algunos de sus cuentos para apreciarlos
más de cerca:
La autora tiene razón cuando en la primera página de “Palabravejera”
afirma que, “Todos vivimos en prosa”. Es que cuando se vive de esta manera, se
advierten fenómenos, muchas veces no tan obvios como la ignorancia, la
banalidad, el amor, la lujuria, la frustración, el miedo, el desconsuelo, el
lenguaje podrido y todo aquello inmerso en la cotidianidad donde no nos queda
más remedio que coincidir con ella cuando dice que la
desilusión recoge lo que la mirada tira, y que “La culpa es de los días
mezclados, de las horas sin oxigenación”. En el juego de palabras que conforma
este cuento, Angélica construye una fantasía que sostiene una realidad que nos
llena de congoja. Acaso la literatura sea eso: un montón de palabras
descompuestas, de sueños tirados a la basura.
Pero, ¿cuál sería el peor de los pecados? ¿Ser infiel? ¿Dudar?
¿Elucubrar en el vacío? La frase de Borges en el epígrafe de la segunda
narración que da título a este libro dice: “He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido feliz”. Sin embargo, este cuento da
para más interpretaciones si ensartamos la atención en la palabra “supongamos”,
que, por reiterativa, podemos considerar un leitmotiv: el peor de los pecados podría
ser, entonces, suponer. Suponer lo que piensan, sienten y hacen los demás y
darles la credibilidad suficiente como para tomar represalias, es decir, para
vengar, para devolver el supuesto golpe imaginado por uno verdadero lleno de la
baba maligna que rodea a toda mala intención. Éste puede, entonces, ser también
el peor de los pecados porque, cuántos de nosotros nos hemos equivocado al
suponer esto o lo otro y nos vengamos por adelantado por lo que, por imaginado,
damos por un hecho. En este caso, es Margarita, la que divaga mientras espera
el regreso del motivo de sus sospechas: su marido. Supone y supone y supone que
él le es infiel. El leitmotiv “supongamos”, abruptamente es violentado por el
hecho: “No supongamos nada. Es un hecho. Hice lo que creo que tú hiciste. Cómo
no se me ocurrió antes. Te pago con la misma moneda. ¿Con quién? Me dediqué a
buscar el instrumento de mi venganza.” El hilo conductor no afloja. La
narración se enrosca en la desconfianza y en la venganza. ¿Es la desconfianza
un síntoma del amor o, es, más bien, un buen pretexto para no amar? El final
sorpresivo nos deja la idea de que hay peores pecados que la infidelidad. Las
ricas vertientes de este cuento ponen en evidencia la perversidad del ser
humano y develan mucho de su ser.
Los cuentos de Angélica, algunos más pequeños que otros, y, otros más
complicados que unos, no pretenden, para nada, ser explicativos. Podemos decir
que, en su mayoría, tienen la virtud de dejarnos un enjambre de sensaciones
flotantes y una intención que no mora en la superficie como un lector poco
avezado podría suponer. Es la famosa doble historia que no dice, que no señala,
que no juzga, pero revela. Nada es más engañoso que el silencio. Es la trampa
del significado oculto, desnudo. La desnudez de un verbo que procura los
silencios es la propia vestimenta de su significado, y de esta sutilidad emana
su brillo. Así sucede con la palabra “poquito” del cuento “Palabras difuntas”,
narración en primera y tercera personas del singular que narra la historia de
Miguel Escandón, hombre que, al sufrir un accidente, pierde la capacidad del
habla y el único vocablo que sale de sus labios es “poquito”. Miguel conoce a
Aurora, mujer de la que se enamora a pesar de que sabe que ella no le
corresponde de la misma manera. Además, descubre que está embarazada. La
descripción del acercamiento amoroso es de una belleza digna de repetirla en
este trabajo: “Solitarios en casa de mi tío, sin aviso alguno, Aurora me mostró
dos hermosos volcanes que vertían una dulce leche, y yo, con mi único fonema
susurraba en todo su cuerpo, primero tan despacio y luego tan rápido, hasta que
mi tara se fue y nos dejó solos. Yo paseé por cárcavas y colinas. Y en su
vientre, al que había adivinado como un valle, encontré una pequeña loma
dividida por una franja oscura. Mientras ese cuerpo chismoso me contaba su
secreto gestante, recorrí cimas y simas de una bella mujer de treinta. A pesar
de todo, después de cinco años Aurora me gusta tanto.” Esta narración, en el
anverso que es la forma, dice mucho. Para empezar, lo poquito que son los seres
con una discapacidad y lo difícil e importante que es la comunicación en un
mundo donde todos nos burlamos de todos. Con dos narradores, Miguel Escandón y
Aurora Bracamontes, la autora juega con los pronombres personales, con la
primera y la tercera personas del singular: el “yo” se vuelve “tú”, o, “él”,
incluso. También hace malabares con los géneros porque, lo que empieza con
Miguel, termina con Aurora. En el último párrafo, los géneros se diluyen; no
importan. Ya no sabemos quién habla: “él” puede ser “ella” o puede ser
cualquiera de nosotros en una narración donde todos nos parecemos y nos
encontramos. Por si fuera poco, añade la siguiente frase como quien no quiere
hacer evidente una realidad aplastante: “Hay perros y cerdos libres en las
calles bañándose en los charcos”. Estos dos narradores que se turnan, Miguel y
Aurora, se engañan y son felices porque no siempre la verdad tiene un rostro
hermoso. Así, sin decirlo más que en la forma, juega con lo falso y lo verdadero
para, al final, transmitir la sensación de que lo falso es verdadero, pero que
no por falso deja de ser hermoso. La autora lo dice así: “La vida también es
eso: falsedad, y tiene un rostro hermoso.” De esta manera, nos deja la idea de
que la vida se desenvuelve placentera en medio de las limitaciones incluso para
los que se mienten, para los que son “poquito”, para los que no aspiran a más
que a lo que la vida les ofrece.
En sus cuentos, López Gándara no quiere delatar sino sugerir, señala sin
levantar la mano, acusa casi en silencio, muestra esa otra cara del ser humano
que se dice y nos dice. Sus cuentos no son impositivos sino al contrario, se
descubren con la sencillez de un campo lleno de un verdor donde el gris y el
amarillo también son poderosos y así lo comprobamos en la narración “Una
barriga y don Abundio”, donde la autora juega con las convenciones, incluso las
denominadas “sagradas”. El buen humor es uno de sus ingredientes. Así empieza:
“Abundio el padre, Abundio el hijo y Abundio él, de espíritu no santo.” Para
ello se sirve de eso que tantos complejos causa a quienes la padecen: una
barriga. Y hay que fijarse bien que es una barriga y don Abundio, no la barriga
de don Abundio ni Abundio y su barriga. No. El orden es contundente y nos preguntamos
por qué. Con una vestimenta de inmovilidad, desde atrás, en esa ruptura de
silencio desde donde gravitan sus códigos personales, la autora nos lleva hacia
el foco de atención que es la barriga de Abundio que, por lo demás, nació
priista y es devoto de la
Virgen de Guadalupe. Está casado y sus seis hijos han
portado, desde recién nacidos, una pequeña medalla con la imagen de su
devoción. “Tiene dos gustos: uno a plena luz llamado comida y otro a plena
oscuridad llamado Rosita”. Lo que revela este cuento esta oculto entre líneas.
La doble vida que, con naturalidad, muchos llevan; la mitomanía convenida como
una forma de ser y el ser que se miente a sí mismo mientras comercia con el
“amor”. La autora así lo dice: “Cada tarde de sábado gozaba de un encuentro
amoroso con Rosita. Ella siempre con motivos de sufrimiento monetario.
Mercadeaban dinero por juventud; ofrecían cada uno lo que les sobraba para
recibir lo que les faltaba.” p. 50 Y, mientras la barriga de Abundio crecía, la
de Rosita también empezó a abultarse. El exceso de comida y un infarto,
acabaron un día con la vida de Abundio. Cuando el inconfundible hijo de Abundio
y heredero de sus ojos azules nació, a Rosita no le quedó más remedio que
convertirlo en su hermano menor. Es así que este cuento revela las cosas que se
gestan a la sombra, frente a los convencionalismos sociales y las creencias
religiosas. La hipocresía de las buenas costumbres o, mejor dicho, de las
falsas conciencias. Ahora sí podemos entender porqué Angélica le puso a su
cuento “Una barriga y don Abundio”; ahora no nos queda duda de lo está lleno
ese foco de atención llamado la barriga de Abundio. El enigma está resuelto.
Como Angélica López Gándara es médico de profesión, resulta interesante
la manera en que lleva de la mano sus conocimientos de medicina y cómo juega
con la terminología médica a la que da un sentido literario tal como sucede en
“Cardiaca”, narración que es toda una clase de “cardiología literaria”, por
cierto, muy instructiva. El cuento pone en evidencia la nada que somos cuando
ese órgano deja de latir.
Hay que resaltar el ludismo de la autora en varios cuentos: “Un hombre
agüitado” es uno de ellos. “El pajarraco ladrón” es también una juguetona
narración que toma como base “La urraca ladrona” de Rossini. “El burro del
carromato” es otro breve texto con buen sentido del humor al que ella agrega su
dosis de sabiduría.
La autora también maneja bien el suspenso como podemos comprobar en el
cuento “Los genes del mal” donde, además, hay que resaltar la magnífica atmósfera
que impregna la narración. Otro cuento de suspenso aunque más pequeño es “Toqué
pero no me abrieron”.
Las preocupaciones sociales, económicas y políticas también están
presentes. Así lo vemos en “El íncubo de Teresa”, narración que trata sobre la
esperanza del personaje en un trabajo que aniquila y donde la enajenación, la
ignorancia y la miseria, son siempre ingredientes manejables e indispensables
para los más “vivos” que aspiran al poder.
Llama la atención la manera como Angélica López Gándara sustituye los
nombres propios por nombres que surgen de la situación de los personajes en
varios de sus cuentos.
En fin, es en este tono, con esta forma y con un estilo muy propio
donde, gracias a un lenguaje pulido y trabajado que visiblemente trata de escapar
a la opresión del uso, que Angélica López Gándara nos deleita con estos
cuentos, sencillos en la superficie, complejos y reveladores en sus
profundidades.
(Texto
leído el 26 de mayo de 2010, día de la presentación del libro El peor de los pecados).