Mucho se ha hablado sobre los autores que han
publicado más libros de lo que han leído, y también, de los que ni siquiera han
ojeado sus propios libros. Para ilustrar esto, tomo una anécdota descrita por
el filólogo español Alejandro Gamero, en su ensayo: “Escritores fantasmas y
negros literarios” en la que cuenta que, Alejandro Dumas padre (autor de Los tres mosqueteros y veinte años después) le preguntó a su
hijo del mismo nombre y autor de La dama
de las camelias: “¿Has leído mi nueva novela?”. A lo que el éste contestó:
“No, ¿y tú?” esto, porque se sabía que Dumas padre, había llegado a pagar hasta
setenta escritores fantasmas para que le redactaran sus portentosas novelas.
Shakespeare, Moliere y Stephen
King, son algunos de los que han empleado maquiladores literarios. Así, un
escritor fantasma o negro literario es aquél que es contratado para crear una
obra que no firmará sino que será otro el que se la adjudique. Esta es una
práctica muy antigua pues desde los tiempos de Homero se ha venido haciendo y
dio lugar a lo que se conoce como la “Cuestión homérica” corriente que duda de
la existencia del otrora poeta ciego. De allí que surja una duda existencial
que cuestiona la valía de los autores sobre sus obras. Por ejemplo, a casi
nadie le interesa saber quiénes escribieron la Biblia. Visto de ese modo, no tendría importancia saber quién escribió La Ilíada o El Quijote, que por cierto, don Quijote es más famoso que su
creador.
Los
personajes de la política son los que más han utilizados a los escritores
fantasmas y es el ensayo su género preferido. Aunque hay muchos políticos que
han sido literatos reales. Por ejemplo: los dos más famosos son el alemán
Adolfo Hitler con su ensayo autobiográfico Mi
lucha, y el inglés Winston Churchill que escribió varias obras de las que
destaca su ensayo de seis volúmenes: La II Guerra Mundial. Churchill
recibió el premio Nobel de literatura en 1953. Aunque al parecer la razón de
que recibiera este reconocimiento, fue
más por ponerle fin a la lucha de Hitler, que por el valor literario de sus
textos. El mismo Churchill lo sabía, esto se puede deducir en su declaración
cuando recibió la noticia del premio: “Confió en que habrá habido imparcialidad
en el juicio de la Academia sueca”. Y como suele suceder, en la mayoría de
veces, la palabra “confío”, esconde la desconfianza. Al parecer habría que
premiar al gran estratega militar y al no haber un Nobel para ello, el de
literatura fue útil. Así, estos dos políticos sí escribieron sus obras, Hitler
mientras cumplía una condena de seis años en la prisión por un golpe de Estado
fallido en 1924 y Churchill que desde los dieciocho años se dedicó a escribir
crónicas y e ensayos históricos.
Es
sabido que muchos políticos pagan a escritores para que les hagan sus libros.
Aunque en México tenemos muchos políticos escritores genuinos como lo señalé en
mi colaboración anterior, también tenemos a los publican aunque no escriban.
Pero no conoceremos a sus fantasmas; es frecuente que ver a estos líderes
asesorándose por escritores reconocidos. Las razones que se pueden inferir para
decir que tienen sus amanuenses, nace de una observación simple: el tiempo. ¿En
qué dimensión, tan ancha, viven los políticos que tienen tiempo para escribir de
manera tan vasta?
Lo curioso de los libros
que publican los políticos es que también tienen lectores fantasmas, es decir
con frecuencia los periodistas, líderes de opinión, tienen quién lea las
novedades literarias en la política, para que así ellos puedan verter una
opinión o comentarios sobre la obra en cuestión.
Pero, finalmente, a “cuál
es más de culpar, aunque cualquiera mal haga: la (el) que peca por la paga o el
que paga por pecar?” En este caso “el que paga por pecar”, porque el escritor
fantasma, simplemente esta realizado un trabajo que en la mayoría de los casos
es mejor remunerado que la obra con su firma.
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