Alguna
vez escuché –en la televisión– a Carlos Monsiváis definirse como: “Humilde,
pero no modesto”, pues aseguraba que así se lo había enseñado su maestro Carlos
Pellicer cuando decía: “Yo soy humilde, modestos los pendejos”. Por supuesto,
la referencia no es a la humildad como sinónimo de pobreza económica, sino a la
humildad como conducta social. Y sí, creo que hay un mal entendido con la
humildad. En general las personas piensan que ser humilde es negar cualquier
talento o habilidad que se posea. Pero la Real Academia de la Lengua Española precisa:
Humildad: Virtud que consiste en el conocimiento de nuestras limitaciones y
debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento. En tal caso si la
humildad se basa en el conocimiento de las limitaciones; la propia definición
lleva implícito también el juicio sobre las capacidades. El problema viene
cuando la persona no se percata de sus limitaciones y actúa como si no las tuviera;
de allí nace la pedantería. Pedante:
Se dice de la persona engreída, que hace inoportuno y vano alarde de erudición
téngala o no en realidad. La pedantería entonces se presenta cuando la
persona siente una necesidad irrefrenable de exhibir su sapiencia sin que la ocasión
lo amerite. En contraparte el humilde reconoce sus talentos pero no es
inoportuno al mostrarlos. Por eso a veces la pedantería y la humildad son
difíciles de valorar por el propio individuo. Sin embargo, la evaluación para
quienes lo rodean es simple: Cualquiera capta la diferencia entre una persona
humilde y una pedante.
Podemos
ejemplificar la humildad y la pedantería con dos pintores mexicanos que son muy
reconocidos aquí en México e internacionalmente. Como pedante recordemos al
fallecido José Luis Cuevas, que no perdía la oportunidad de decir lo grande que
era. Y en el lado de la humildad tenemos al oaxaqueño Francisco Toledo que no
hace alarde de nada, pero que consciente de su talento enseña sin recelo su
arte.
Samuel Ramos en su
libro El perfil del Hombre y la cultura en México, en el capítulo
“La pedantería” dice que la pedantería tiene un
fin, y que no sería remoto que esta finalidad fuera ignorada por el
sujeto que practica este vicio. La pedantería es un vicio que, como todos los
vicios, actúa como máscara. Algo oculta. La pedantería se refiere
principalmente al estilo de hablar y de escribir y tiene como intención hacer
gala del talento y de la erudición del sujeto que se expresa.
“El pedante aprovecha toda ocasión para exhibir ante grandes o pequeños
auditorios sus prodigiosas cualidades, pero siempre lo hace con inoportunidad.
[...] Hablan de cosas profundas, en una conversación familiar. El pedante choca
siempre a los demás. Parece decir: aquí yo soy el único que vale, ustedes son
unos imbéciles”. Explica Ramos.
¿Qué es lo que pretende disimular la
pedantería? Según el escritor de El
perfil del hombre... consiste en que el pedante desea ocultar su
déficit intelectual y su sentimiento de menor valía. Y respecto al complejo de
inferioridad, el autor afirma que todos los mexicanos lo tenemos pero que no
nos viene de lo económico ni de lo intelectual ni de lo social, él dice:
“.... el sentimiento de menor valía, proviene, sin duda del mero hecho de ser
mexicano”. Así, manifiesta que este mismo sentimiento de inferioridad es igual
para burgueses que para proletarios. La diferencia estriba en que el rico es
experto en disimularlo, en tanto que el pobre exhibe su sicología sin mayor
cuestionamiento. No obstante, yo no estoy de acuerdo totalmente con Ramos, pues
no creo que todo mexicano tenga complejos de inferioridad sólo por el hecho de
ser mexicano, ya que en 1934, cuando Samuel Ramos escribió este libro México era
otro; las nuevas generaciones de mexicanos cada vez surgen más seguras de sí
mismas, pues tienen acceso a más educación y más cultura. Ojalá eso nos ayudara
a ser más humildes -no
modestos- y menos pedantes.
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