Un día, hablaba por teléfono con mi
hijo. Él estaba en Torreón y yo en la Ciudad de México. Mientras la
conversación fluía, yo escuchaba el canto de las tórtolas laguneras y al mismo
tiempo el de las chilangas. Me percaté de una curiosidad: las tórtolas norteñas
tenían un canto mucho más pausado que el de las capitalinas. Tal vez los
pájaros compiten con el ruido que les rodea para escucharse entre ellas; el
ruido de la Ciudad de México es insuperable.
En
septiembre del 2016, asistí a un concierto en la plaza mayor de Torreón en el
que se presentaba Javier Camarena cantando a Cri Cri. Al final, las coristas reprodujeron
la letanía que todo el día se oye en Ciudad de México proveniente de las camionetas
que compran cosas usadas; esa de “Se compran colchones, tambores, refrigeradores,
estufas, microondas o algo de fierro viejo que venda…” cuando escuché eso en un escenario y en el
concierto de uno de los mejores tenores del mundo, me pareció divertido. Pero
ahora que vivo en un lugar donde oigo la misma frase más de cien veces veces al
día, se ha vuelto una situación muy desagradable. Hay ocasiones en que se
cruzan tres camionetas repitiendo dichosa cantaleta. A eso se le agregan los
vendedores de tamales oaxaqueños; los otros tamales; los que recogen papel y
periódico; el afilador, el camotero, las patrullas, las ambulancias y todos los
demás que hacen que la ciudad de México sea una de las más contaminadas, no
sólo de polución, sino de ruido.
La
contaminación auditiva es dañina, no sólo en los psicológicos sino en lo económico, porque
provoca muchos gastos defensivos; estos gastos son las pérdidas de dinero
irremediables y resignadas, que se realizan ante la necesidad de defenderse de
un hecho del que el estado debería ocuparse y esto se da en varios rubros. Por
ejemplo, el estado no provee agua potable en los grifos, entonces hay que
comprarla embotellada o no provee seguridad; habrá que gastar en poner rejas, cerraduras
más sofisticadas, alarmas o cámaras de video. La contaminación auditiva hace
que las personas pierdan dinero porque el exceso de ruido los distrae de sus
quehaceres; cada vez es más frecuente que los habitantes de edificios,
habitacionales o de oficinas, opten por una defensa física contra el ruido.
Gastan dinero en sellar puertas y ventanas e incluso en poner dobles ventanas y
comprar audífonos aislantes de ruido. No son pocas las personas que generan una
neurosis y que no pueden descansar adecuadamente a causa del ruido de la ciudad,
esto, casi seguro, lo hará pagar una consulta médica y medicamentos.
El
problema es serio, los comerciantes ambulantes están en su derecho de
desarrollar una actividad que les dé sustento económico. El problema es que
dañan a terceros y eso no es algo trivial, aunque, a veces, los habitantes de
una ciudad no toman conciencia de lo que representa en su mente y en su
personalidad todo ese ruido al que están expuesto; simplemente viven enajenados
y eso también es un trastorno. Puede llegar a ser muy exasperante; es imposible
no distraerse al estar trabajando. Los de las camionetas compradoras de fierro
viejo no descansan ni los domingos, están por toda la ciudad y al parecer es un
negocio muy redituable porque cada día surgen más y lo peor es que usan la misma
grabación todos; en algunas películas mexicanas es parte de la sonoridad
involuntaria. No hay manera de callarlos.
Reconozco
que para muchos esto es parte de la cultura popular, sobre todo para los
turistas o las personas que pasan poco tiempo en la ciudad. Y es que hay unos
gritones que son personajes únicos, no sé lo que gritan, pero lo hacen de
manera muy peculiar; acepto que algunos me asombran y me gusta oírlos. Pero los
de las camionetas con altavoces son francamente insoportables.
Quisiera
saber cuál es la solución para disminuir la contaminación auditiva, no sé si el
gobierno no tiene los instrumentos legales para regularizar a los comerciantes
con altavoces o si los tiene y no quiere aplicarlos. Sin duda, el gobierno debe
buscar la forma de dirimir este problema.
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