El libro El Kitsch. El arte de la felicidad del escritor francés Abraham A. Moles (editorial Paidos, Buenos Argentina, 1ª. Edición, 1973) es, sobre todo, un tratado de la relación del hombre con las cosas. Así, nos lleva a reflexionar sobre cómo el asceta (por ejemplo: los monjes que viven aislados en montañas) disminuye al máximo la necesidad de objetos. Así, él requiere de muy pocos utensilios (utensilio, que viene de utilidad) para vivir, ya que encuentra la felicidad explorando su espiritualidad. En cambio, el hombre de la sociedad consumista basa su felicidad en la posesión de objetos. La adquisición se justifica en pos del confort, para que, de esa manera, se pueda encontrar el placer. Aunque también hay un modo agresivo de relacionarse con las cosas. Se trata del que disfruta deshaciendo, él que encuentra que destruir es un hecho seductor. De esa manera pretenden establecer su superioridad los incendiarios, demoledores, saqueadores, asesinos...
En otros, la posesión siempre va más allá, llega a ser un valor que eleva el estatus social: “El estado social se reduce esencialmente a la apariencia; la posesión de un mueble noble equivale a un título de nobleza”, nos dice Moles. Sin embargo, la acumulación de objetos hace que se inutilicen unos a otros, o que disminuyan su función: en las casas de la alta sociedad tendrán un tipo de copa para cada líquido; una para el vino tinto, otra para la champaña, otra más para el martini, etcétera... si un solo tipo de copa se empleara para todo, su valor funcional sería mayor, pero entonces la burguesía no podría sentirse diferente. De modo que, si un llavero es útil, veinte de ellos guardados en un cajón resultan inútiles. Un coche para una persona es necesario pero diez disminuyen su funcionalidad. La colección produce goce pero, ¿qué cantidad es suficiente?. Los objetos seducen al burgués quien va inventando necesidades; el amontonamiento invade a las personas. El deseo de adquirir cosas encierra un origen inconsciente de ascender en la escala social: “El hombre es lo que aparenta y aparenta por sus posesiones”. Se anhela tener más y se encuentra placer en conseguirlo, de lo contrario viene la frustración. Y es en ese afán de encontrar la felicidad a través de las pertenencias es donde nace el kitsch. Moles nos dice: “La mentalidad kitsch surge de una situación sociocultural de aspiración a la felicidad condicionada por la prosperidad”. La palabra kitsch es alemana pero es la misma en cualquier idioma, significa frangollado, es decir, cuando algo está hecho rápido y mal; vive entre la fealdad y la belleza, es la estética del mal gusto. Pretende el buen gusto pero se queda en el camino y surge como la medianía; tiene que ver con la ausencia de autenticidad, con el amontonamiento y la falta de estilo. Se aplica al arte, a las situaciones y al pensamiento. El kitsch es ubicuo, por eso nadie está libre de él, pretende ser lo que no es, es la imitación de cualquier cosa o situación y puede ser cursi, divertido y lindo.
Una repisa totalmente llena de figurillas decorativas, se transforma en kitsch en el momento en que surge el amontonamiento y cada figura pierde su espacio vital, así la decoración no logra la estética pretendida. Todos los cuadros y jarrones de imitación y todo el arte pirata son kitsch. A medida que son más accesibles las copias nos hacemos más kitsch, y ya que no podemos tener un original de la pintura de Millet, de Manet, Monet, Dalí, Diego o Frida, pues nos conformamos con la reproducción barata. Las mezclas arquitectónicas en una sola construcción resultan kitsch al no tener un estilo definido; el kitsch en arquitectura nació con el rococó, en literatura lleva al extremo el sentimiento, es la literatura de evasión, la poesía azucarada, cursi y exaltada hasta llegar a un estado frenético que representa una escape a una realidad ñoña y ridícula. La imagen del final del cuento “y fueron felices para siempre” llevada al cine, a la televisión, y a todos lados es kitsch, porque la vida eternamente feliz no es una situación auténtica.
El libro de Moles fue escrito hace 36 años de manera que aún no se había desarrollado el comercio de la forma en que lo conocemos hoy. El autor hace una predicción: “El mercado de precio único y el supermercado serán el primero y el mayor servidor del kitsch”. Y tuvo razón, en un supermercado podemos encontrar: “Huevo decorativo Fabergé en finísimo plástico a 30 pesos o cuadro con girasoles de Van Gogh a 100 pesos”. Asimismo el regodeo del shopping cambió las relaciones entre el comprador y el vendedor, y ahora las volvió ilusorias. Hace medio siglo todavía se hallaba una tienda atendida por el dueño. Un señor o señora que era conocido (a) por todos. El propietario tenía un trato personal con el cliente, podría ser amable o gruñón pero expresaba una personalidad genuina. En cambio, actualmente, en las grandes tiendas nos atenderá una señorita de eterna sonrisa, amable y a la que muy probablemente no volveremos a ver y si la vemos no la recordaremos. La empleada habrá sido instruida en cursos de “excelencia” impartidos por un motivador profesional quien le garantizaría que manteniendo el ánimo en alto y el buen trato hacía el cliente, eso, le ayudaría a encontrarse a sí misma. No importará que pase más de ocho horas de pie, sonriéndole a un sueldo miserable en una actitud poco natural, fabricada para alentar el consumo.
En México la palabra naco (el equivalente al arte camp europeo) se ha tomado como una forma del kitsch, sin embargo considero que no es así. La burguesía (alta, mediana y pequeña) usa la palabra naco para llamar así a los pobres, pero bien sabemos que el poder adquisitivo no salva a nadie de ser naco (Carolina Herrera, Giorgio Armani y Versace juntos no redimen al naco). Mientras el kitsch es la estética del mal gusto, lo naco es el mal gusto a secas. Lo kitsch intenta la belleza lo naco no. Lo naco es similar al kitsch en que se extiende a situaciones, conductas y objetos. Es naco subir los pies al asiento de frente en el cine y contar la película, no apagar el celular y hablar todo el tiempo en los conciertos clásicos, usar plásticos protectores en la sala de la casa, usar un smoking rojo, no respetar señalamientos urbanos, atravesar gasolineras, ir a China y tocar los soldados de terracota, ir a París y orinarse en los monumentos, cambiarle el nombre al virus A-H1N1; la ignorancia es de nacos, y así todos somos nacos en algo, igual que somos kitsch.
Existen situaciones u objetos que aparentemente tienen el mismo fin, no obstante son nacos y no kitsch. Por ejemplo: un reloj imitación casi perfecta del Rolex es kitsch, en cambio un reloj que exhibe rasgos burdos de un Rolex, que su marca verdadera es “Relax”, que presume manufactura “Made in Tepito” y que además en el reverso tiene un simbolillo en forma de pato (marca patito) eso, es naco, no se encuentra entre la fealdad y la belleza sino que ensalza su fealdad. El reloj “Relax” no es kitsch porque no es pretencioso, y desde el nombre “Relax” se vuelve un objeto de burla y desprecio hacía el original. Las imitaciones idénticas son serviles y adoran el original, la copia naca vive por sí sola, es mucho más divertida. Termina siendo un acto lúdico para el individuo que la adquiere, y, desde luego, para el que la fabrica.
Mucha de la música de moda, (a la que estamos expuestos sin remedio) es naca. Afortunadamente tiene solamente algunos meses de vida. Naca es la música efímera que limita sus sonidos al “tun-ta-ta”, “tun-ta-ta” y al “punchis”, “punchis”, y que las letras son sólo estupideces repetidas a perpetuidad. Que no se confunda esta música pasajera y francamente antiestética con la música popular, aquélla que tiene mucho más tiempo de duración, que cuenta historias y que presenta imágenes de fenómenos sociales dignos de reflexión. Así pues, lo naco es más auténtico que lo kitsch. lopgan@yahoo.com
Una repisa totalmente llena de figurillas decorativas, se transforma en kitsch en el momento en que surge el amontonamiento y cada figura pierde su espacio vital, así la decoración no logra la estética pretendida. Todos los cuadros y jarrones de imitación y todo el arte pirata son kitsch. A medida que son más accesibles las copias nos hacemos más kitsch, y ya que no podemos tener un original de la pintura de Millet, de Manet, Monet, Dalí, Diego o Frida, pues nos conformamos con la reproducción barata. Las mezclas arquitectónicas en una sola construcción resultan kitsch al no tener un estilo definido; el kitsch en arquitectura nació con el rococó, en literatura lleva al extremo el sentimiento, es la literatura de evasión, la poesía azucarada, cursi y exaltada hasta llegar a un estado frenético que representa una escape a una realidad ñoña y ridícula. La imagen del final del cuento “y fueron felices para siempre” llevada al cine, a la televisión, y a todos lados es kitsch, porque la vida eternamente feliz no es una situación auténtica.
El libro de Moles fue escrito hace 36 años de manera que aún no se había desarrollado el comercio de la forma en que lo conocemos hoy. El autor hace una predicción: “El mercado de precio único y el supermercado serán el primero y el mayor servidor del kitsch”. Y tuvo razón, en un supermercado podemos encontrar: “Huevo decorativo Fabergé en finísimo plástico a 30 pesos o cuadro con girasoles de Van Gogh a 100 pesos”. Asimismo el regodeo del shopping cambió las relaciones entre el comprador y el vendedor, y ahora las volvió ilusorias. Hace medio siglo todavía se hallaba una tienda atendida por el dueño. Un señor o señora que era conocido (a) por todos. El propietario tenía un trato personal con el cliente, podría ser amable o gruñón pero expresaba una personalidad genuina. En cambio, actualmente, en las grandes tiendas nos atenderá una señorita de eterna sonrisa, amable y a la que muy probablemente no volveremos a ver y si la vemos no la recordaremos. La empleada habrá sido instruida en cursos de “excelencia” impartidos por un motivador profesional quien le garantizaría que manteniendo el ánimo en alto y el buen trato hacía el cliente, eso, le ayudaría a encontrarse a sí misma. No importará que pase más de ocho horas de pie, sonriéndole a un sueldo miserable en una actitud poco natural, fabricada para alentar el consumo.
En México la palabra naco (el equivalente al arte camp europeo) se ha tomado como una forma del kitsch, sin embargo considero que no es así. La burguesía (alta, mediana y pequeña) usa la palabra naco para llamar así a los pobres, pero bien sabemos que el poder adquisitivo no salva a nadie de ser naco (Carolina Herrera, Giorgio Armani y Versace juntos no redimen al naco). Mientras el kitsch es la estética del mal gusto, lo naco es el mal gusto a secas. Lo kitsch intenta la belleza lo naco no. Lo naco es similar al kitsch en que se extiende a situaciones, conductas y objetos. Es naco subir los pies al asiento de frente en el cine y contar la película, no apagar el celular y hablar todo el tiempo en los conciertos clásicos, usar plásticos protectores en la sala de la casa, usar un smoking rojo, no respetar señalamientos urbanos, atravesar gasolineras, ir a China y tocar los soldados de terracota, ir a París y orinarse en los monumentos, cambiarle el nombre al virus A-H1N1; la ignorancia es de nacos, y así todos somos nacos en algo, igual que somos kitsch.
Existen situaciones u objetos que aparentemente tienen el mismo fin, no obstante son nacos y no kitsch. Por ejemplo: un reloj imitación casi perfecta del Rolex es kitsch, en cambio un reloj que exhibe rasgos burdos de un Rolex, que su marca verdadera es “Relax”, que presume manufactura “Made in Tepito” y que además en el reverso tiene un simbolillo en forma de pato (marca patito) eso, es naco, no se encuentra entre la fealdad y la belleza sino que ensalza su fealdad. El reloj “Relax” no es kitsch porque no es pretencioso, y desde el nombre “Relax” se vuelve un objeto de burla y desprecio hacía el original. Las imitaciones idénticas son serviles y adoran el original, la copia naca vive por sí sola, es mucho más divertida. Termina siendo un acto lúdico para el individuo que la adquiere, y, desde luego, para el que la fabrica.
Mucha de la música de moda, (a la que estamos expuestos sin remedio) es naca. Afortunadamente tiene solamente algunos meses de vida. Naca es la música efímera que limita sus sonidos al “tun-ta-ta”, “tun-ta-ta” y al “punchis”, “punchis”, y que las letras son sólo estupideces repetidas a perpetuidad. Que no se confunda esta música pasajera y francamente antiestética con la música popular, aquélla que tiene mucho más tiempo de duración, que cuenta historias y que presenta imágenes de fenómenos sociales dignos de reflexión. Así pues, lo naco es más auténtico que lo kitsch. lopgan@yahoo.com
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