La
limpieza del hogar es uno de los trabajos más pesados y monótonos. Quitar
polvo, lavar ropa (y aceptar que es irremediable la pérdida constante de
calcetines), sacar montones de pelusa de los rincones y de debajo de las camas,
preguntándose, ¿cómo demonios fabricamos tanta pelusa?, lavar platos, limpiar
ventanas, pisos y sentir alivio cuando el camión de la basura retira las bolsas
que se dejan en la banqueta de casa. Alguien tiene que hacer ese trabajo para
que el mundo funcione.
A las mujeres que ayudan a otras mujeres en el trabajo
casero se le ha les ha llamado de muchas formas: Sirvientas, asistentas,
fámulas, criadas, mozas, muchachas, “chachas”, “maids” y otro nombre felino. Ellas,
las trabajadoras domésticas, logran que los hogares de la clase media y alta
funcionen bien. De éstas señoras se cuentan historias de acoso sexual y
maltrato. Son de “quedada” o de “salida” si ellas “no se hallan” se van y con
ellas se llevan la historia íntima de la familia y la pasean por todos los
lugares a donde llegan. Indiferentes, interesadas o con cariño de madre, sobre
sus historias se hacen chistes y telenovelas en las que son representadas por
una chica hermosa que se enamora del joven de la casa, el cual es un papanatas
que no la valora hasta que esta se transforma en una rica empresaria. Así de
irracional y cursi es nuestra televisión mexicana.
La mayoría de las asistentes del hogar cargan una vida de
abandono por parte del padre de sus hijos, otras trabajan: “sólo quiero
ayudarle a mi viejo con el gasto”. En México, su escolaridad es baja, sólo el
68% ha terminado la educación primaria y 4.3 % son analfabetas. Entran a trabajar
sin contrato, sin prestaciones, ganan un promedio de 150 pesos diarios. Por
desgracia a veces no consiguen trabajo si ya son mayores o tienen sobrepeso.
Ellas son siempre plática de otras mujeres, generalmente hablan
como si fueran un objeto de propiedad, “mi muchacha”, dicen. Comentan de lo
buena que le salió una y de lo mal hecha de la otra, de la que se fue sin decir
adiós o de la que pide aumento con la amenaza de que se va y la otra, una más,
que se llevó la ropa interior o el juego completo de cubiertos de fiesta.
De las mujeres mexicanas casi dos millones se dedica a
esta actividad, que constituye el 11% de la fuerza laboral económica de la
mujer. Hay empleadora que con frecuencia subestima su inteligencia, creen que
por no haber estudiado no pueden ser deductivas o perceptivas o que tienen un
concepto pobre de la vida, pero hay muchas historias de mujeres, como la de la indígena
guatemalteca Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz en 1992, que siendo
sirvienta casi toda su vida, luchó por los derechos de los indios. Cuentan que
su antigua patrona se desmayó cuando la vio en televisión recibiendo el premio
Nobel.
Las trabajadoras domésticas son uno de los grupos al que
menos se respetan sus derechos laborales que vienen estipulados en la Ley
Federal del Trabajo, abarcan desde el artículo 331 hasta 343, tienen derecho a
una jornada de 8 horas diarias, salario mínimo que puede ser reducido si recibe
techo y comida, un día libre, los patrones deberán pagar gastos médicos en caso
de enfermedad y pagar hasta un mes de salario si la trabajadora está
incapacitada y en caso de muerte los empleadores deberán hacerse cargo de los
gastos del funeral, esto si no se cubrió con la cuota del Seguro Social. La ley
no contempla la jubilación ni ahorro para el retiro.
Ahora que han aumentado las empresas maquiladoras y más
mujeres prefieren ser obreras, actualmente es más difícil encontrar quien ayude
en las tareas del hogar, esto ha servido para que el trato hacia ellas sea más
cordial y a veces afectivo.