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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 12 de octubre de 2013

DESEOS SEXUALES

Con frecuencia me sorprende la avalancha de anuncios sexuales a los que estamos expuestos. Pareciera que, para muchos, las relaciones sexuales fueran algo que está de moda. Olvidan que, aunque existen seres vivos que se reproducen asexualmente, y a pesar de la clonación y la probeta, casi todos somos producto de un acto sexual entre un hombre y una mujer. Desde luego, la finalidad de tanta alharaca erótica nada tiene que ver con la reproducción animal sino con los usos recreacionales del apareamiento.
Viajamos al DF, todos. Dos hijos y dos papás. Los cuatro subimos a un pequeño taxi y nos compactamos como pudimos. Antes, el chofer había abierto la cajuela para guardar lo comprado. Nos mostró un fastidio reflejado en la boca y la nariz. Quizá ese era el momento de buscar otro vehículo. Pero estábamos muy cansados. No dijimos nada. Enfilamos a la dirección predicha. El chofer prendió el radio y oímos un programa donde alguien llamaba a una especie de “línea caliente”. A nuestros oídos entraba la voz de una mujer que fingía tener sexo. Ya saben, la poca creatividad de estos casos: “Te cumpliré todas tus fantasías. Papito… y demás frases y gemidos asociados al placer libidinoso. Lo mismo de siempre. Así estuvo durante un rato hasta que ella pareció alcanzar la cumbre del Everest. El caso es que iba con mi familia y allí se respiraban aires un tanto incomodos. A pesar de que todos, en ese apretujadero, éramos adultos, y, supongo, de mente abierta. Aun así, pensé en decirle al taxista “porno”, que apagará a esa señora pujona, falsamente ronca y melosa. Estuve imaginando la exigencia que le haría al chofer: enojada, indignada, amable, muy amable, indiferente… En fin, de todas las formas posibles. Pero yo estaba agotada y sentía que aquel descarado me iba a responder violentamente. Dijéraselo como se lo dijera. ¿Qué tal que nos baja del coche y se queda con nuestras cosas, y si nos asalta? “No hay que juzgar a las personas por su apariencia”, recordé eso. La verdad, el hombre tenía una pinta de maleante que en momentos me asustaba. Tal vez no era dañino, pero lo parecía.  Opté por hacer mutis. Igual que los demás. Mientras, mi hija volteaba a verme alzando unas cejas que me decían: “¿Qué pasa, mamá?”, respondí con el mismo gesto. En mi imaginación seguí reclamadora hasta que llegamos a donde teníamos que llegar. Nada sucedió.
La situación anterior me hizo recordar aquella frase de Aldos Huxley de su novela Un mundo feliz, que dice “A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar.” Es verdad, ahora hay más libertad sexual y más acceso a la pornografía. En la ternura de mi despertar hormonal, sabía que mis contemporáneos mandaban a la revisteria, al más avejentado de sus amigos adolescentes para que comprara “literatura de una sola mano”. Sí, se cooperaban entre varios y hojeaban el Pimienta o el Penthouse o no sé cuáles otras. Antes se compraba esa fantasía y los jóvenes experimentaban cierta culpa y la sensación de estar haciendo algo inmoral o ilegal, ahora ese recato se perdió; la pornografía se encuentra sin costo en Internet y en cualquier lado. Ojalá, Huxley, tuviera razón cuando escribe: “En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino.” Ojalá que todos nos reconciliáramos, pero, como veo el panorama… soy pesimista.
Considero que tanta publicidad sexual da origen a otras manifestaciones perversas que han dañado mucho a nuestra sociedad, y esto se ha reflejado principalmente en la trata de personas. Son excesivos los estímulos para las hormonas sexuales, porque además, los viejos que carecen de estas hormonas, las compran en la farmacia para satisfacer sus deseos sexuales.
La pornografía no me asusta, no obstante, para mí, es una resonancia interminable de egos frustrados. Claro, respeto toda expresión erótica, siempre y cuando se trate de adultos libres y conscientes a los que no se les imponga nada.