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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 3 de septiembre de 2011

SIN LUGAR PARA EL 13


Salgo de mí para ver alrededor. Mis sentidos lo reciben todo. Frente a mí, un hombre barbado que juzgo peculiar. Pienso que se parece al padre Chinchachoma, es rubicundo y rollizo (no pude escribir gordo y colorado). Él está peinado con un extraño chongo, lee un libro de título Elogio del desequilibrio que me recordó al Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Mis ojos giran un poco y ven a una joven que lee una novela del francés Marc Levy, no alcanzo a ver el nombre de la obra. Una señora lee Vanidades. A lado mío, un señor muy conocido (por mí) pasa sus ojos por un Tratado sobre la metafísica y la risa del francés Henri Bergson. Otros están con sus teléfonos celulares o Laptops. Nadie interactúa con los demás, excepto un niño que está estrenando pasos y monosílabos, llega y jala la ropa de quien puede, la mamá de sonrisa joven se disculpa y los entretenidos con los objetos fugazmente fingen interés.
En la sala se oye la voz eterna, con el acento de siempre. Por fin se anuncia el momento de abordar el avión Torreón-México que estaba programado para media hora antes. Es un avión muy pequeño las hileras de tres asientos llegan hasta el 15, pero eso es falso pues no existe el número 13. Superstición. Después me encuentro en un hotel, también supersticioso porque el elevador llega al piso 14 pero sólo tiene 13. Es decir, el 14 es en realidad el 13. De todos modos se quedaron en el número de la “mala suerte”.
Una ráfaga de tiempo me envuelve y junto con algo de inconsciencia me dejo llevar adonde me lleven. Antes de subir a un camión turístico, una joven me entrega una tarjeta asegurando que llamando a un número telefónico me dirán gratuitamente el horóscopo. “Envía un mensaje al 3337 y guarda esta tarjeta en tu billetera para que el amor, el dinero y la salud no falten en tu hogar”. Leo y considero que, ese día, tengo buena estrella con las fuerzas ocultas que guían mi destino.
Un cielo oscuro pretende quitarme la placidez que me trae el ver el Zócalo de la ciudad de México con personas que queman incienso y hacen rituales de limpieza del futuro. Con plantas golpetean ligeramente a los que desean mejor fortuna. Es de tarde y estoy en el segundo piso del autobús sin techo. Comienza a llover de manera frenética. Al parecer, al caernos el agua con ropa puesta se hace la diferencia entre un baño y una ligera tragicomedia, ¿será la desnudez lo que trastoca todo? Bueno, tal vez la temperatura del agua influya para que los de arriba busquen cobijo en los asientos de adentro. Espero, soy la última en bajar y adentro veo una mole hecha de gente. Al final del camión se ve un espacio, pero es casi imposible llegar hasta aquel solitario rincón. Me atrevo. Cierro los ojos. Camino. En el trayecto por momentos siento que no podré avanzar más y que moriré asfixiada entre carnes. Finalmente salgo de ese pantano humano. Logro respirar. Obtengo un lugar holgado dentro del transporte turístico con masaje y aromaterapia previos.
Bajo del autobús en un centro comercial que se llama Antara, me pregunto si sería sinónimo de zampoña, el instrumento de viento. El lugar sí parece hecho de viento. Adentro llueve pero se puede ver llover sin mojarse. Allí, veo la televisión que exhibe el partido final de futbol México-Uruguay; es el mundial sub 17. Al lado se encuentran tres muchachos rubios y judíos que traen en su cabeza una yamaka o kipá ¿Serán mexicanos? Enseguida se escuchan sus gritos con palabras, casi todas, iniciadas con p: “Metiste la pata, pend…, pin…, pocamad, pu…” Mexicanos. Ya casi es otro día y por Reforma, cerca del Ángel de la Independencia, pasa un desfile que festeja el triunfo de la selección sub17 cada cinco pasos que avanzan gritan ¡Fua! Una estupidez tan grande necesariamente causa risa. Después llego al hotel de 13 pisos, que dejaré un día 13 a las 13 horas. Quizá es mi número de suerte, pero como siempre he creído que no soy supersticiosa, me voy olvidando del número. Mejor le pido al señor muy conocido (por mí) que me preste su libro de metafísica, ya que eso es otra cosa.