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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 18 de abril de 2011

SEÑORITA, QUE MI TRABAJO ME HA COSTADO


Hace poco me sorprendí al oír una frase de reclamo que hace mucho tiempo no escuchaba: una mujer que, en mi apreciación, rondaba los 75 años de edad, se indignó cuando la cajera del supermercado le preguntó: ¿Señora, coopera con el redondeo? En respuesta, la mujer mandíbula apretada, espetó: “Dígame señorita por favor. Y no, no voy cooperar”. Luego me pregunté: ¿Qué fue lo que motivó a aquella mujer para informar a una desconocida sobre su vida sexual? Seguramente se sentía orgullosa de su condición. Y es que hasta hace algunos años parecía que las vírgenes maduras eran cubiertas por un halo de pureza ante la sociedad. Actualmente se considera de mínima trascendencia el hecho de que una mujer mayor haya vivido en abstinencia sexual. Aunque, debe de ser difícil caminar la existencia en contra de la naturaleza; acallando los impulsos hormonales. Complicado es, pues, para la mayoría, apegarse al sexto mandamiento, a ese, del no fornicaras (que feo sonido el de esta última palabra). Sí, hace aproximadamente 30 años el vocablo señorita era sinónimo de virginidad y se le adjudicaba a toda persona femenina poseedora de una anatomía que no había sufrido (o disfrutado) de intromisión sexual alguna, o, como expresaba en forma horrenda, mi maestro de medicina legal: “Cuando no había ocurrido un acto en el que se encontrara miembro idóneo en vaso idóneo”. Ahora, en cambio, la integridad de aquel escaso tejido venéreo llamado himen casi no tiene valor, especialmente en el mundo occidental, porque en el medio oriente sí. Allí, los familiares masculinos del recién casado esperan afuera de la recámara nupcial para que el esposo salga a exhibir un pañuelo manchado de sangre, que será un trofeo representante de su honor. Al perder valor la palabra señorita igualmente ha cambiado su significado primigenio. Recuerdo que hace años cuando esperaba mi primer bebé me extrañaba que algunas personas que, a pesar de que yo portaba una senda barriga de preñez, me llamaran señorita. Entonces concluí que esa expresión tenía que ver más con la lozanía de la piel que con la vida sexual. Pero, asimismo ahora, esta voz se utiliza para nombrar varios oficios: secretarias, cajeras, enfermeras, dependientas, etcétera, simplemente las personas les llaman: señoritas, sin importar edad, vida sexual o estado civil. En definitiva el hecho de que en los tiempos modernos alguna mujer mayor sea virgen y reniegue del título de señora respondiendo con la frase: “Dígame señorita, que mi trabajo me ha costado” es una exigencia de reconocimiento para una situación que pareciera una ofrenda a la vida o a la religión. En sí la virginidad es una marca física que da respuesta a una conducta llena de cuestionamientos morales como es la sexualidad. Así, cada época le imprime los grados de importancia de las consecuencias orgánicas de los problemas morales, como son la asociación de la lujuria con enfermedades de trasmisión sexual y la gula con la obesidad, sólo por mencionar algunas. En la literatura hay muchos ejemplos de cómo la virginidad ha sido pretexto hasta de asesinatos, como se expresa en la novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, o en La celestina de Fernando de Rojas donde se habla de los artilugios ancestrales para que la joven parezca ser lo que fue; con zurcidos invisibles o sangre de paloma. (También los ginecólogos realizaban (¿o realizan?) himenoplastías para reparar el “daño”). En seguida les expongo un párrafo de la poesía “La tía Chofi” de Jaime Sabines que habla precisamente de una difunta que nunca conoció varón: Sofía, virgen, antigua, consagrada, / debieron enterrarte de blanco/ en tus nupcias definitivas./ Tú que no conociste caricia de hombre/ y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,/ tú, casta, limpia, sellada,/ debiste llevar azahares tu último día./ Exijo que los ángeles te tomen/ y te conduzcan a la morada de los limpios./ Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,/ que la muerte recoja tu cabeza blandamente.