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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

viernes, 6 de mayo de 2011

RECETA DE MANZANAS EN CAMISA




Era una tarde cualquiera. Ella se echó en la cama. No podía mover ni un solo dedo. Boca abajo, piernas y brazos extendido. La mosca Tse-Tse le había picado; tenía la enfermedad del sueño, --decía--. Puras mentiras. Era, simplemente, una holgazana más en el universo. Le daba flojera ponerse memoriosa, y, en contra de su voluntad recordó que debía preparar el postre que les había prometido a sus hijos. Tenía que… tenía que… Un ratito, un rato más. Aunque sea diez minutitos. Aletargada, cuando hacía cualquier tarea, por simple que ésta fuera, se dilataba una eternidad. Su madre se lamentaba: “¡Dios mío, pero qué pasó contigo hija mía, de dónde saliste tan perezosa!”. Ella hablaba lentamente: “No soy floja, soy minuciosa”. Todo resultaba demasiado esfuerzo para aquella haragana.
Hay quienes aseguran que la pereza es sinónimo de depresión. ¿Será verdad? Pero, en la depresión no dan ganas de vivir ni existe entusiasmo por nada. Sin embargo, ella poseía mucho entusiasmo por vivir, siempre y cuando esto fuera sin hacer nada. Vivir en posición horizontal y no moverse. Qué alegría cuando le venían los recuerdos de los días de asueto, las mañanas de playa. ¿Estaría deprimida? ¿Sería por eso que al sueño le nombraban la pequeña muerte? Su cuerpo no respondía, quería, pero no podía. ¿No podía? A lo lejos oyó un estruendo. Se preguntó si serían balazos. Últimamente cualquier ruido le parecían disparos de arma de fuego. El día anterior, mientras esperaba en un consultorio médico, vio a un niño de 3 años que jugando decía: ¡Los balazos! ¡Los balazos! ¡Échense al piso! Y mientras eso gritaba, el chiquillo ponía pecho tierra o pecho piso. A la floja se le antojaba también tirarse al piso. Había encontrado, muy contenta, una nueva excusa para no ser puntual: “me tocó balacera”. La gravedad la había vencido; debía de caer.
Pero luego, pareciendo una anciana de 90 años se separó de su cama; dio inició a la bipedestación pesadamente. Arrastrando los pies llegó a la cocina, se lavó las manos. Abrió el recetario de postres y leyó: “Manzanas en camisa”
3 tazas de harina
200 grs. de mantequilla
½ taza de leche condensada
¼ de cucharadita de sal
¼ de taza de agua
6 a 8 manzanas
3 cucharas de mantequilla
Canela molida, la necesaria
1 huevo batido para barnizar
Cerezas las necesarias
Horno precalentado a 200 ºC
Cierna la harina sobre la mesa, forme un hueco en el centro y añada los 200grs de mantequilla, agregue la leche condensada y la sal hasta formar una pasta suave y tersa. Refrigérela 20 minutos. Mientras, pele las manzanas y sáqueles el centro, en ese hueco ponga a cada una un poco de mantequilla, una cuchara de azúcar y canela al gusto. Después de 20 min. Saque la masa y divídala en 6 partes y extienda cada una de ellas. Forre las manzanas con la pasta y barnícelas con el huevo y adorne con las cerezas. Meta al horno en una charola engrasada y enharinada, al servirlas báñelas con el resto de la leche condensada.
Y poco a poco fue perdiendo la apatía, limpió las manzanas, cernió la harina, amasó, olió las manzanas, probó la canela. ¡Ah, después de todo no es tan malo moverse de vez en cuando!. Al terminar la preparación y ver las manzanas cubiertas con la masa que preparó y adornó con las cerezas, exclamó orgullosa: ¡Realmente quedaron perfectas! Las colocó en el horno a 200 centígrados, como expresaba la receta. Ganó entusiasmo, pero éste resultó muy volátil. El desgano volvió a instalarse. Luego se sentó en una silla del antecomedor. No pudo evitarlo y recostó la cabeza en sus brazos cruzados sobre la mesa: se quedó profundamente dormida. La despertó un olor intenso a quemado. Las manzanas en camisa se habían bronceado demasiado. Imposible comerlas. De seguir así, aquella mujer sería una manzana en camisa de fuerza. Bostezó, bostezó. Estaba tan relajada que ni siquiera tuvo fuerzas para manifestar enojo por la frustración de la receta fallida. Se fue a la cama y se quedó otra vez dormida. Soñaba que era un lirón.