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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 17 de septiembre de 2011

LA RELATIVIDAD EN EL CONCIERTO

Un joven reportero, sin experiencia, acudió a un concierto de beneficencia y preguntó a una señora de las que estaban allí: ¿Quién es este Einstein que toca esta noche? La mujer escandalizada de que existiera en Alemania alguien que jamás hubiera oído hablar del famoso hombre de ciencia, contestó: "¿Pero cómo, no lo sabe? Es el gran Einstein. Al día siguiente apareció una nota en el periódico que hablaba de la presentación del “Eminente músico Albert Einstein. Una celebridad en la música, un virtuoso del violín que tocaba con una maestría incomparable”. Ese fue uno de los sucesos extraños que vivió Einstein. Un violinista aceptable dentro de un científico prodigioso. Él nunca hablaba de sus múltiples reconocimientos, solamente disfrutaba presumiendo la nota periodística donde se alababa su ejecución como violinista. Bromeaba con sus colegas científicos: “Crees que soy un hombre de ciencia, ¿eh? ¡Ja! ¡Soy un violinista famoso. Eso es lo que soy!” Y con orgullo mostraba el desgastado recorte del periódico.
Otra anécdota curiosa ocurrió un día en que Einstein tocaba con Godowsky (un famoso pianista con quien el físico hacía duetos). En un momento Godowsky se desesperó, golpeó el piano y regañó al violinista: “¡Einstein, por favor, por favor! ¿Qué no sabes contar? Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro.” Como si el gran físico tuviera problemas con los números. Adaptarse al ritmo de los demás era lo que se le dificultaba.
Las obras de los grandes genios, en general, son fáciles de apreciar; igual si vemos un cuadro de Leonardo Da Vinci o una obra de Miguel Ángel, si oímos la música de Mozart o Beethoven, o leemos los pasajes de Cervantes y la poesía de Goethe. En general, al involucrarnos con el arte encontramos que no necesitamos explicaciones para disfrutarlas. El resplandor de sus creadores nos alcanza siglos después. En cambio para la ciencia requerimos explicaciones, pues la mayoría no comprendemos “La teoría de la relatividad” de Einstein (que relaciona tiempo, materia, energía y espacio) o “El efecto fotoeléctrico” (que le hizo ganar el premio Nobel a Einstein en 1921). Muchos conocimientos científicos no podemos vislumbrarlos; las dimensiones de dichos pensamientos las conocen unos cuantos, y sin embargo ese misterio es el que nos hace reverenciarlos. Por eso Einstein, que desentrañó muchos secretos de la ciencia, es el científico más famoso de la historia. Y famosa también su ecuación: E = Mc2
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, cerca de Munich, en 1879. Descubrió a temprana edad la obra de su compatriota, el escritor Johann Wolfgang von Goethe. Alimentó sus pensamientos con la música de Mozart, Beethoven y Bach. Para muchos que consideraban que desde niño padecía “una estupidez consumada”, fue una sorpresa el descubrimiento de sus teorías.
A pesar de su inteligencia, Einstein no alcanzaba a comprender por qué tanta gente acudía a sus conferencias para venerarlo, al punto que lo incómodaba. ¿Por qué acudían, si la mayoría de las personas no entendía las fórmulas que explicaba? Le hacían múltiples obsequios. Muchas veces los devolvió, como cuando le regalaron un violín Guarnerius valuado en 30,000 dólares. Él se disculpó: “Este instrumento debe ser tocado por un verdadero artista. Le ruego me perdone, estoy tan acostumbrado a mi viejo violín”.
El judío que decía: “La ciencia sin la religión es renga, la religión sin la ciencia es ciega", o "La imaginación es más importante que el conocimiento”, fue perseguido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Tuvo cuatro nacionalidades: alemana, suiza, checa y estadounidense.
Murió a los setenta y seis años en 1955 en los Estados Unidos. Sus últimas palabras fueron en el idioma alemán y la enfermera que lo cuidaba no las entendió. Se perdieron.