El siguiente texto se publicó en la más reciente edición de la revista Acequias editado en la Universidad Iberoamericana de Torreón.
“Desaparecer, he allí la gran pesadumbre, la gran tragedia para seres reales o imaginarios (…) Nadie quiere desaparecer y, para evitarlo, se inventan toda clase de ardides: El arte es un ardid contra el olvido…”. Estas líneas son del primer párrafo de la novela Arno y los ojos de Rea escrita por Magdalena Madero G. Se observa a Arno, el escritor, en sus movimientos cotidianos, por eso se sabe que vive entre libros y música clásica y que con frecuencia se asoma a través de la ventana. La mirada hacia afuera no le alcanza para inventar universos, entonces recurre a los libros y a la introspección; deduce e imagina. Revisa una y otra vez las incontables cuartillas que ha escrito y trata de darles unidad para conformar su novela. El lector verá cada uno de sus apuntes. Así, descubre a la pordiosera Rea, aquélla de los ojos esmeralda, a quien el novelista llevará a pasear por las calles de Torreón y le hará conocer a sus personajes.
A través de Arno, el personaje principal, Magdalena Madero logra crear historias en donde la estructura es un gran recipiente en el que se alojan múltiples narraciones que se comunican entre sí. Coloca intrigas que harán que el lector se vuelva naturalmente curioso; ¿qué pasa después o qué pasó antes? Todo será respondido. Una obra de 487 páginas plasmadas con una gran conciencia en el manejo del binomio tiempo-espacio; historias creadas en una atmósfera que permite percibir dimensiones que se contraen o se expanden de acuerdo con las vivencias de los personajes. De esta manera los protagonistas alargan la existencia en una plática, en tomar un café o en la añoranza de una caricia. Igualmente se es testigo de que la inmensidad se instala en los dos metros que tiene que recorrer un personaje hemipléjico. Asimismo se acorta la vida en un acto de sexo obligado que termina en asesinato. Se puede sentir el mundo encogido en un suicidio culposo. Allí, gracias a la habilidad literaria de la autora, la soga también consigue sofocar al lector. Se camina despacio en el gusto por la costumbre y el paso se acelera en el odio, en los golpes y en la lubricidad del autoplacer cuando el otro prefirió el abandono. La tristeza se estaciona, la felicidad corre. La violencia y la felicidad se parecen porque ambas son hijas de la rapidez, de la brusquedad; estallan en un universo contraído.
“Desaparecer, he allí la gran pesadumbre, la gran tragedia para seres reales o imaginarios (…) Nadie quiere desaparecer y, para evitarlo, se inventan toda clase de ardides: El arte es un ardid contra el olvido…”. Estas líneas son del primer párrafo de la novela Arno y los ojos de Rea escrita por Magdalena Madero G. Se observa a Arno, el escritor, en sus movimientos cotidianos, por eso se sabe que vive entre libros y música clásica y que con frecuencia se asoma a través de la ventana. La mirada hacia afuera no le alcanza para inventar universos, entonces recurre a los libros y a la introspección; deduce e imagina. Revisa una y otra vez las incontables cuartillas que ha escrito y trata de darles unidad para conformar su novela. El lector verá cada uno de sus apuntes. Así, descubre a la pordiosera Rea, aquélla de los ojos esmeralda, a quien el novelista llevará a pasear por las calles de Torreón y le hará conocer a sus personajes.
A través de Arno, el personaje principal, Magdalena Madero logra crear historias en donde la estructura es un gran recipiente en el que se alojan múltiples narraciones que se comunican entre sí. Coloca intrigas que harán que el lector se vuelva naturalmente curioso; ¿qué pasa después o qué pasó antes? Todo será respondido. Una obra de 487 páginas plasmadas con una gran conciencia en el manejo del binomio tiempo-espacio; historias creadas en una atmósfera que permite percibir dimensiones que se contraen o se expanden de acuerdo con las vivencias de los personajes. De esta manera los protagonistas alargan la existencia en una plática, en tomar un café o en la añoranza de una caricia. Igualmente se es testigo de que la inmensidad se instala en los dos metros que tiene que recorrer un personaje hemipléjico. Asimismo se acorta la vida en un acto de sexo obligado que termina en asesinato. Se puede sentir el mundo encogido en un suicidio culposo. Allí, gracias a la habilidad literaria de la autora, la soga también consigue sofocar al lector. Se camina despacio en el gusto por la costumbre y el paso se acelera en el odio, en los golpes y en la lubricidad del autoplacer cuando el otro prefirió el abandono. La tristeza se estaciona, la felicidad corre. La violencia y la felicidad se parecen porque ambas son hijas de la rapidez, de la brusquedad; estallan en un universo contraído.
Magdalena Madero entreteje narraciones, pero también nos entrega valiosos ensayos. Arno, preocupado por escribir buena literatura, describe, en el primer capítulo, los recursos que deben tomarse en cuenta al momento de narrar; se deberá luchar para convencer, para seducir al lector. Por eso analiza cómo, por qué, dónde y quiénes formarán la estructura y la trama de la novela. Cuán necesario es que el escritor no sea sólo un retratista o que su obra no sea únicamente un confesionario; el literato tiene la obligación de rebasar la realidad, de no quedarse en la descripción. Madero nos trae personajes que discuten sobre filosofía, religión y literatura; éstos cuestionan la política de derecha y de izquierda. Por ejemplo, cierto personaje critica a los comunistas de coñac, como otro censura a los empresarios que se enriquecen a costa del sacrificio y humillación de los demás. Pero lo valioso es que los argumentos de ambos se contradicen con solidez e inteligencia. Los contrastes en esta obra fueron procurados para que el lector pudiera descubrir la ternura de un padre hablando con las ardillas sólo para divertir a sus hijas, o por el contrario, ver a un hombre golpeando a un niño culpable de no ser hijo de éste. La autora nos interna en la dialéctica que todo lo rige; “Ser o no ser”, se pregunta Hamlet; “Ser o no ser, mejor los dos”, dice la escritora. Eso es lo factible, porque la realidad en “ser y no ser” es una “y”, no un “o”, lo que hace la diferencia. Es la inclusión y no la supresión de la contradicción. La contradicción es lo que late en el mundo, es una condición palpitante en el hombre, y ésta no se puede suprimir, es imposible. Así que ni siquiera se tendría que cuestionar. Y para reafirmarlo, la autora cita a Heráclito: “Entramos y no entramos en los mismos ríos, somos y no somos”.
Los ensayos que más me sorprendieron se relacionan con las novelas Ulises, de James Joyce, y Manhattan Transfer, de John Dos Passos. El primero se titula “Odisea y anti-Odisea en el Ulises de Joyce”; en él la idea defendida es que el Ulises es una antítesis de La Odisea, en donde los personajes son opuestos. Penélope es la mujer fiel que espera a Odiseo más de 20 años, mientras Molly es infiel y no ama. La Odisea es un largo viaje al extranjero, el Ulises es un viaje al interior en un solo día: el 16 de junio de 1904. “Joyce transforma los años en minutos”, asegura la autora. Además descubre una idea misógina en el Ulises: “Gran revelación el Ulises. Monumento despreciable que denigra a la mujer, aunque aclaro, sólo en contenido. Ni qué objeción inventarle a la forma y al impresionable naturalismo con que Joyce asume la vida”. En cambio, en el segundo ensayo -en contestación al primero- declara: “Joyce se vale de estos tres personajes de alguna manera para desacralizar la vida, la muerte y al hombre mismo por la soberbia de creerse la creación excelsa de la naturaleza”. Y también se opone al ensayo anterior diciendo: “Tal vez Joyce puso en su exacta dimensión al hombre y a la mujer, a ésta, como hembra siempre en celo dispuesta a desencadenar reacciones a diestra y siniestra, desafiando el amor a la vida, a los hombres”. Asimismo transmite la admiración de la autora por la novela Manhattan Transfer de John Dos Passos, expresando: “Una novela de argumentos inmediatos, ocasionales; de vidas que transitan por una ciudad agobiada, pero dinámica; trasnochada pero despierta (…) una novela donde uno se enfrenta a la decepción de no ser nadie y de luchar contra todos”.
En la novela de Magdalena Madero G. se aprecia la riqueza de un lenguaje natural, que no simple, muy de acuerdo con la condición de cada uno de los personajes y de lo que en ellos acontece, lo que la hace ser de fácil lectura, aunque haya que detenerse en algunas páginas para saborearlas o reflexionar sobre lo que éstas dicen.
Arno y los ojos de Rea, una excelente novela que espero que muchos disfruten y aprendan de ella, como lo hice yo. Y de mi parte, como dice la última frase de esta obra: “¡Ni una palabra más!”
Texto leído en la biblioteca “José García de Letona” el jueves 1 de octubre. La novela fue presentada por Jaime Muñoz, Rosa Gámez, la autora y Angélica López Gándara.
Arno y los ojos de Rea, Magdalena Madero G. Edición de autor. Torreón, Coah. 2009.
Los ensayos que más me sorprendieron se relacionan con las novelas Ulises, de James Joyce, y Manhattan Transfer, de John Dos Passos. El primero se titula “Odisea y anti-Odisea en el Ulises de Joyce”; en él la idea defendida es que el Ulises es una antítesis de La Odisea, en donde los personajes son opuestos. Penélope es la mujer fiel que espera a Odiseo más de 20 años, mientras Molly es infiel y no ama. La Odisea es un largo viaje al extranjero, el Ulises es un viaje al interior en un solo día: el 16 de junio de 1904. “Joyce transforma los años en minutos”, asegura la autora. Además descubre una idea misógina en el Ulises: “Gran revelación el Ulises. Monumento despreciable que denigra a la mujer, aunque aclaro, sólo en contenido. Ni qué objeción inventarle a la forma y al impresionable naturalismo con que Joyce asume la vida”. En cambio, en el segundo ensayo -en contestación al primero- declara: “Joyce se vale de estos tres personajes de alguna manera para desacralizar la vida, la muerte y al hombre mismo por la soberbia de creerse la creación excelsa de la naturaleza”. Y también se opone al ensayo anterior diciendo: “Tal vez Joyce puso en su exacta dimensión al hombre y a la mujer, a ésta, como hembra siempre en celo dispuesta a desencadenar reacciones a diestra y siniestra, desafiando el amor a la vida, a los hombres”. Asimismo transmite la admiración de la autora por la novela Manhattan Transfer de John Dos Passos, expresando: “Una novela de argumentos inmediatos, ocasionales; de vidas que transitan por una ciudad agobiada, pero dinámica; trasnochada pero despierta (…) una novela donde uno se enfrenta a la decepción de no ser nadie y de luchar contra todos”.
En la novela de Magdalena Madero G. se aprecia la riqueza de un lenguaje natural, que no simple, muy de acuerdo con la condición de cada uno de los personajes y de lo que en ellos acontece, lo que la hace ser de fácil lectura, aunque haya que detenerse en algunas páginas para saborearlas o reflexionar sobre lo que éstas dicen.
Arno y los ojos de Rea, una excelente novela que espero que muchos disfruten y aprendan de ella, como lo hice yo. Y de mi parte, como dice la última frase de esta obra: “¡Ni una palabra más!”
Texto leído en la biblioteca “José García de Letona” el jueves 1 de octubre. La novela fue presentada por Jaime Muñoz, Rosa Gámez, la autora y Angélica López Gándara.
Arno y los ojos de Rea, Magdalena Madero G. Edición de autor. Torreón, Coah. 2009.