El Siglo de Torreón
En el artículo anterior hablé de las coincidencias
entre las enfermedades de don Benito Juárez García y las del presidente Andrés
Manuel López Obrador. La conclusión fue que AMLO concuerda en casi todos sus
padecimientos con los del Benemérito de las Américas. En este segundo texto
abordaré sus semejanzas en cuanto a la religión; el tercer texto será sobre las
actitudes políticas hacia la mujer.
Benito
Juárez fue liberal y republicano. Sin embargo, también fue seminarista, aunque,
como lo describe en Apuntes para mis hijos, lo hizo más por el interés
de aprender que por vocación; era su única forma de obtener una educación
formal, por lo que no se ordenó de sacerdote, sino que optó por estudiar derecho
en la ciudad de Oaxaca. Juárez se casó con Margarita Maza por la iglesia católica,
iba a misa con regularidad y acudía a las festividades religiosas. Pero como
gobernante su postura fue antirreligiosa, ello se manifestó en 1859 con las
Leyes de Reforma, durante su primer mandato presidencial. Estas leyes tuvieron como finalidad quitarle los privilegios
al clero, confiscándole sus bienes; proclamó el Estado laico, nombrando a todos
los ciudadanos iguales y aboliendo el fuero eclesiástico. Apartó así, la Iglesia
del Estado. Esto lo llevo a ser excomulgado del catolicismo. Juárez separó
su fe personal de la del pueblo: “Los gobernantes de la sociedad civil no deben
asistir, como tales, a ningún ceremonial eclesiástico, si bien como hombres
pueden ir a los templos a practicar los actos de devoción que su religión les
dicte”, declaró.
El
presidente López Obrador se asume como cristiano, pertenece a la Iglesia
Adventista del Séptimo Día y en período de campaña el partido PES un partido
cristiano se unió a su proyecto. Sin embargo, ante cuestionamientos sobre si
era católico, usó una cita de Ignacio Ramírez, El Nigromante: “Yo me hinco donde el
pueblo se hinca”. Su mismo partido Morena es una alusión a la virgen de
Guadalupe. Otro hecho religioso muy representativo fue un el evento después de la
toma de posesión como presidente de México en el Palacio Legislativo, cuando en
el zócalo capitalino, el 1 de diciembre de 2018 incluyó la cosmovisión indígena
en donde se le entregó el bastón de mando y se le hizo una “limpia” de
purificación con humo de copal. Para la mayoría este acto místico fue significativo
porque daba visibilidad a los pueblos indígenas y afromexicanos. De esa manera
el presidente estableció que el suyo sería un gobierno incluyente de los
pueblos originales.
Sin embargo, el presidente continúo
haciendo discursos religiosos, con citas bíblicas, aludiendo constantemente a Cristo
y diciendo que lo mataron por defender a los pobres. (Aunque la razón por la
que los romanos mataron al Nazareno fue por proclamarse hijo de Dios). Asimismo,
se muestra como católico al presentar estampitas de santos. Sugiriendo que con
amuletos se podría defender del coronavirus; con actos de fe minimizaba la
pandemia, diciendo: “El escudo protector es como el Detente; ‘detente enemigo
que el corazón de Jesús está conmigo”. Pero ¿es el presidente un verdadero
creyente de las imágenes religiosas o lo que hace es propaganda? No lo sabemos,
pero cualquiera que sea la razón, contraviene los ideales juaristas. Por un lado,
dice que el Estado debe garantizar la libertad religiosa y por otro promueve,
desde la institución presidencial, el pensamiento religioso para problemas de
solución científica.
Otra forma de intrusión religiosa en el
gobierno actual fue la distribución de la Cartilla moral escrita por Alfonso
Reyes en 1944. Si bien, esta cartilla contiene conceptos filosóficos y poéticos,
es, especialmente, religiosa. Allí se enaltecen los valores de la familia
tradicional. Y aunque estas ideas van encaminados a mejorar la calidad de vida
de los ciudadanos, muchos conceptos ya no son vigentes ni prácticos en la sociedad
actual.
La tentación de transmitir convicciones
religiosas, desde el poder político, es una inercia a la que sucumben muchos gobernantes,
ya que hasta el siglo XIX, los regímenes gubernamentales del mundo eran
teocráticos; se ejercía el poder desde una religión oficial, como aún lo hacen,
por ejemplo, muchos pueblos originarios, los países islámicos y el Vaticano,
considerado éste como un Estado.
En conclusión, AMLO se ha separado de
los principios juarista que establecen que el ejercicio político debe de ser
laico; no ha dado “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Estamos
hablando de un hombre conservador.
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