Camino
por la Alameda Central, cerca del Palacio de Bellas Artes. Me arden los ojos y
la garganta; la visión borrosa se la debo al humo que está por todos lados. La
Ciudad de México alcanzó los más altos índices de contaminación debido a
incendios, agregándose a la polución permanente de los motores de combustión
interna. Esta ciudad es enfisematosa e inmunosupresora; está hecha de
conjuntivitis y de sorpresas. Gracias a ella se han manifestado cosas de mí que
ignoraba. Aquí soy más veloz que los automóviles: busco en Google Maps cómo llegar a algún sitio y me dice que si camino
tardaré 20 minutos y si voy en coche será una hora; cuando la tierra tiembla soy
rapidísima para bajar escaleras y me di cuenta de que puedo soportar los olores
más ácidos que parecen sazonados con comino, cuando subo al Metro en hora pico
y con calor. Al descubrir la ciudad me descubro a mí misma.
Soy flâneur,
camino las calles. No encuentro la salida del laberinto, quiero imitar a
Dédalo y volar, pero como su hijo Ícaro, se me derriten las alas. He vivido por
dos años en la Capital y no la conozco lo suficiente. No obstante, me ha dado
la felicidad de nuevos amigos y conocimientos viejos, ignorados por mí. La ciudad
me ha provocado risas, sustos y asma. Y disfruto de su teatro, cine y música. He
pensado en abandonar este lugar de caos y asombros, pero sé que no me extrañara
ni un Imeca. Recapacito, esta ciudad es apasionante, por eso le he perdonado
que me haya quitado algo que toda mi vida me había acompañado: el canto de las
tórtolas. Desde que comenzó la contingencia ambiental dejé de escucharlas.
Tengo esperanzas de que la contaminación disminuya. ¡Qué regresen los días de trinos!
Veo la ciudad con melancolía. A mi
memoria llega la frase del filósofo francés Jaques Ellul: “No hay soluciones
políticas, sólo tecnológicas, todo lo demás es propaganda”, Es verdad, la
ciencia y la tecnología han hecho mucho por liberar a la humanidad de enfermedades
y trabajos forzados. El más grande ejemplo es la liberación femenina: la
píldora anticonceptiva y los electrodomésticos han logrado cambios tan valiosos
como el derecho al voto que le debemos a las sufragistas. No obstante, la
tecnología a veces es traicionera, podemos trasportarnos rápido y al hacerlo
vamos destruyendo la atmósfera y la limpieza del aire. Lo que nos produce
bienestar inmediato, a largo plazo, puede ser letal para la ecología; las
repercusiones se extienden a generaciones venideras. Sí creo que parte de la
solución será la misma tecnología, cuando los coches eléctricos sean la norma y
usemos la energía solar y la eólica más que la energía derivada del petróleo.
¿Qué
significa que ya no se escuchen las palomas? ¿Huyeron del gris para buscar el
azul? ¿Se murieron? La ausencia de pájaros es el presagio de un desastre mayor,
si los altos índices de contaminación persisten, habrá riesgos de epidemias, de
enfermedades respiratorias, principalmente influenza. Más allá de mi añoranza
por las aves canoras, me preocupa que no estemos previniendo los efectos que
trae la contaminación. La mala calidad del aire favorece las infecciones debido
a que la inmunidad disminuye y los padecimientos autoinmunes se detonan. Habrá
que tomar medidas específicas además de la suspensión de clases y el no circula;
hacer campañas para la prevención de enfermedades infectocontagiosas, esas
medidas higiénicas que sólo se difunden cuando el problema ya existe.
Vi
comentarios en redes sociales que aseguran que los incendios habían sido
provocados; se me dificulta aceptar que haya personas con ese grado de
estupidez y/o maldad. Hace unos días cayó una tromba que limpió un poco el
cielo y mi cabeza de malos augurios. Mi optimismo se vino abajo la mañana
siguiente.
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