Junio es el mes de la diversidad
sexual. Hace 50 años, en los libros de psiquiatría, la homosexualidad aparecía
como depravación sexual, junto con la zoofilia, necrofilia, pedofilia, sadomasoquismo,
fetichismo, voyerismo, exhibicionismo... Dentro de las enfermedades
relacionadas con el desarrollo sexual se mencionaban hermafroditismo, síndrome
de Turner y de Klinefelter, en donde los genitales no están
bien definidos. Los conceptos han ido cambiando y la homosexualidad pasó de ser
depravación a enfermedad, y luego a diversidad sexual. Hemos evolucionado, pero
no lo suficiente; darles sus derechos no implica quitárselos a quienes se los
niegan.
Si la diversidad sexual aún se considerara
enfermedad, resultaría muy oneroso para el servicio de pensiones; imaginen
pensionar a miles por una enfermedad incurable y, para muchos, contagiosa. “Hoy
amanecí más gay, o más lesbiana, que ayer” podrían alegar y quedarse a reposar en
casa. Da tranquilidad que ya no sea una patología. No obstante, hay padres que envían
a sus hijos a terapia psicológica, para que les curen esa conducta contranatura;
alegan que el principal fin del acto sexual es la procreación y olvidan las
razones amorosas, recreacionales y que el amor no es sólo sexo. La diversidad
sexual es tan natural como el color de la piel.
Hay conductas que antes eran consideradas
aberrantes y ahora no. Internet ha normalizado el exhibicionismo y el voyerismo;
la pornografía está a la vista de cualquiera. Esta es una pendiente resbaladiza
porque se promueve el acto sexual como un valor de poder. También el fetichismo
o el sadomasoquismo se instrumentan en las sexshop. Existe demasiada
exaltación por el sexo y de allí que muchas personas tomen ese camino para
sentirse superiores y tasan como inferior a todo aquel que no coincide con su conducta
sexual. Desde luego, las depravaciones existen, surgen del abuso de poder que
infringe un daño físico y/o psicológico al otro. Aquí, habría muchas variables por
discutir.
Algunos
se ofenden por los desfiles del arcoíris, pero no se dan cuenta que es su odio el
que provoca esas manifestaciones. Promovemos lo que rechazamos. Dejemos de
discriminar y no serán necesarias marchas de protesta. A veces ni siquiera hay
consciencia; lo vemos cuando se publican las noticias morbosamente: la
violencia entre homosexuales se publica en términos exaltados. En cambio, la
violencia del hombre hacia la mujer pareciera que se acepta. A los homosexuales
se les califica de pasionales y al hombre que descuartiza a su esposa se le
cubren los ojos para que no sea reconocido y a la víctima la exhiben en cada
una de sus partes. La maldad no distingue orientación sexual. Aunque son los
hombres los que más crímenes cometen.
No deberíamos discutir sobre las
preferencias sexuales; lo hacemos porque hay quienes creen tener derecho a
decidir sobre el cuerpo del otro. Cuando la libertad sexual radica en el
dominio y aceptación de nuestra propia naturaleza. Por eso también existe
discriminación dentro de la misma comunidad LGBT+. Todos tendríamos que voltear
hacia el espejo y preguntarnos por qué rechazamos lo que es diferente a
nosotros. Y reconocer que el autodesprecio germina con el rechazo social.
Ojalá
ya no se enlistara a las grandes personalidades homosexuales para legitimar la
conducta sexual, pues ni todos los gays son Chaikovski ni todos los genios son homosexuales;
Newton, por ejemplo, murió virgen. “…probáis que no es el sexo de la
inteligencia parte” diría Sor Juana. El día que las personas, dentro de la
moral, (llamo moral al respeto al cuerpo del otro y de no someter a nadie)
salgan del clóset y sean recibidos por una sociedad con más luz en el cerebro y
generosidad en su corazón; estos crímenes de odio disminuirán; la
autoaceptación de la propia naturaleza, y la de del otro, permitirá los clósets
vacíos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario