El hombre angustiado |
Eran los últimos respiros de la noche. El anuncio
del amanecer lo hacía el canto de las torcazas. Un día más es lo mismo que
decir un día menos: El movimiento perpetuo de la vida. Mi mente regresa de la inconsciencia
con la mirada abierta; preguntas sobre el dolor y la muerte me golpean, al
recordar los gráficos de “Después de tu muerte” de Ramin Nazer. Pensé: “la
muerte nos iguala a todos y el dolor nos diferencia”. El momento de la línea perpetua
en mi corazón, llegará. Por fortuna no sé cuándo. Así, contamos los días que ya
tienen número desde la eternidad. El misterio está en lo que sigue, si es que
hay un paso más después del umbral de luz. Qué pasará con mi pequeña alma vagabunda: entrará en otro cuerpo
humano, será un fantasma asustaniños, viajará por el espacio sideral, se
convertirá en rata, caballo, gato, perro, manzana o nopal. Acaso arderé en los infiernos ambientados con
humos de azufre. O tal vez, en una esperanza
idílica, obtendré la gloría y estaré en un lugar lleno de colores pastel; ¿encontraré
en el cielo la felicidad sinfín que ahora se me antoja estéril? ¿Despertaré del
sueño que es la vida? O, ¿el gnomo que me sueña dejará el mundo de Morfeo? La
duda viene entre tantas teorías que llegan a decirme otras locuras, como que es
posible que yo sólo sea un programa de computadora. Entonces pienso en quienes
amo y en el recuerdo que les quedará: Mi necedad ya no será defecto, mi risa se
trasformará en tristeza y mi locura será ejemplo de lucidez. Ellos sabrán
cuánto los he amado y cuánto amo este tiempo y este espacio.
De manera que, entre la vida y la muerte, siempre está
el dolor. Sin dolor no existimos. El dolor es obligado y necesario. Un dolor
avisa que saldremos del vientre materno y aseguran que éste, es el más intenso
que un ser humano puede sentir, parecido a los que se sufren con los cálculos
renales, la angina de pecho o el infarto al miocardio. Dolores físicos que
anuncian sobre lo que no funciona bien. Entonces, en general, haciendo a un
lado el masoquista, buscamos la analgesia, tratamos de quitar el dolor, o al
menos, atenuarlo.
Por eso me intriga la somatización de la tristeza:
cuando el dolor del alma se sale por el cuerpo. Desde luego, de alguna u otra forma,
todos lo padecemos, porque es imposible separar el cuerpo de la mente. Eso
únicamente se logra volviéndose difunto. Así, vemos que el estrés y la tristeza
producen gastritis, colon irritable, ataques al corazón, etcétera. Por ello, existen
personas que sufren y se vuelven hipocondriacas y al menor rechazo les duele la
cabeza o no pueden respirar. Sin embargo, hay una condición extraña, y es
cuando, inconsciente o conscientemente, se desea que la congoja se vuelva algo
corporal. De allí que encontremos a pacientes que simulan dolores intensos que
ceden con la aplicación de un placebo. Y es que, en general, las personas creen
que el dolor físico es algo imposible de comprobar. Es decir, si yo digo que
tengo una neuralgia aguda e intensa, todos me deben de creer y no hay forma de que
comprueben que miento. Pero, en algunos casos, sí hay forma de demostrar la
mentira. Por ejemplo, una mujer que llega a urgencias de un hospital con un grito
adolorido y que al momento de tomarle
los signos vitales no tiene baja en la presión arterial, ni taquicardia y su
piel esta inmutable (sin sudoración ni palidez), entonces, para el médico es
difícil de creer que esa manifestación sea algo grave. Desde luego, nadie, por fiel al rencor que sea, creerá que
a través de una actuación con contorsiones y gemidos, se puede producir la
muerte. E igualmente, nadie debe juzgar a quien le desaparecen las molestias
con una inyección de solución salina. Habrá que entender que el sufrimiento
real sigue allí, que no escapa tan fácil y que la creatividad teatral se dispara
con el sufrimiento.
La analgesia puede venir en una aspirina, en un
abrazo y de forma definitiva en el polvo en el que nos convertiremos. Bueno, eso
espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario