Mis principios se limitan al respeto: que nadie
dañe a terceros ni imponga el abuso como medio de relacionarse con otro. Creo
que toda persona adulta es libre de casarse con quien desee. Quién soy yo para
oponerme. Incluso de niña nunca me pareció aberrante que existieran mujeres y
hombres que se casaran con seres intangibles o con instituciones. Me daban
curiosidad, eso sí, los casamientos que iban en contra de la naturaleza sexual del
humano; me intrigaban esas uniones que no tenían como finalidad la procreación,
como los matrimonios de sacerdotes con la Iglesia y las monjas con Cristo. Era
raro saber que estos esposos no podían tener relaciones sexuales entre ellos y que,
de acuerdo a las leyes católicas, tenían prohibido tener hijos. Por ello
resultaba sorprendente cuando estos
cónyuges, impulsados por la naturaleza de sus instintos sexuales, eran infieles
y en incontables ocasiones terminaban siendo tíos o tutores de sus propios
hijos. Eso, en el mejor de los panoramas, pues sabemos que la sexualidad sofocada,
de manera fallida, de monjas y sacerdotes, ha desembocado en serias depravaciones.
Tendemos
a creer que las conductas mayoritarias son siempre las únicas aceptables y todo
lo demás nos parece inapropiado. Las uniones heterosexuales tienen sus razones evolutivas
y antropológicas, y entre ellas, (no para todos) está la de tener hijos, pero
eso no impide que ya no sea la única forma de procrear. Sabemos que ahora
existe la reproducción artificial y asexual. Y aunque la bioética está en
contra de la clonación humana, es cierto que es posible y no sabemos si se está
realizando en algún lugar.
Antes no existía tanta polémica en torno a los
gays, se les discriminaba y punto. Además, cuando dos personas gays se
enamoraban trataban de mantenerlo en secreto. Incluso ahora, muchos
homosexuales van en contra de sus sentimientos y buscan parejas heterosexuales
para sentirse aceptados por una sociedad que prefiere la hipocresía a la
felicidad del otro.
Muchos dicen que los matrimonios entre personas del
mismo sexo son antinaturales, ya que no pueden procrear hijos con sus parejas.
Pero, actualmente podemos leer revistas de investigación científica seria, que
aseguran que las preferencias sexuales no son una cuestión de elección o de
voluntad, sino que existen factores genéticos y epigenéticos que influyen para
que haya mujeres y hombres que se sientan atraídos por personas de su mismo sexo.
Así que “el orgullo gay” es tan valioso como “el orgullo heterosexual”, es
decir. no hay mérito o defecto en serlo; son circunstancias alejadas a la
voluntad del individuo. Se trata pues, de una variedad biológica que, de alguna
u otra manera, se ve influenciado por cuestiones ambientales. No hay nada
contranatural en ello. (Se puede acudir investigadores como las del científico
Robert Sapolsky, pero hay innumerables referencias en Internet).
Parte del rechazo a la comunidad gay se lo debemos a
los periodistas homofóbicos. Un ejemplo: cuando un hombre homosexual es
asesinado por su pareja; la noticia aparece en el periódico a ocho columnas y
tiene ecos inusitados, en cambio cuando una mujer muere en manos de su esposo,
escriben una nota pequeñísima en la esquina de la página. Nadie hace
escándalo. Pareciera que consideraran normal que un hombre mate a su mujer. Les
encanta publicitar la violencia homosexual de la misma manera que quieren
acallar la violencia del heterosexual contra la mujer.
Después de que el presidente Peña Nieto, se
manifestara a favor de los matrimonios igualitarios; se han levantado voces a
favor y en contra. Uno de los argumentos en contra es asegurar que es un
atentado contra la preservación de la especie. Aunque es seguro que no será la
homosexualidad la que termine con la humanidad. Entre otras, alegan cuestiones
semánticas como que la palabra matrimonio significa “calidad de madre” o “sólo
una madre”, como si las palabras no evolucionaran y fueran cambiando su significado.
Por eso se ha optado por el término uniones en lugar de matrimonios.
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