REGRESO A LA INFANCIA: Mi infancia
es una bicicleta, es un pan hecho en forma de cochinito, es leche ordeñada por
mi abuela, es arroz rojo, es caldo de res, es puro puré de papa. Porque no me
gusta lo demás. Es dulce de higo y durazno hecho por mi madre. Mi infancia fue
de lluvia y sol y tierra, tierra, tierra. Fue de días de a veinte centavos y
domingos de a tostón, y muchos días de “ahorita no hay”. Infancia de padres cariñosos y muy regañones y un montón de hermanos peleoneros. Mi
infancia es pregunta y una abuela siempre abrazable. Es un cerro con una cruz
en la cima. Cruz que por las noches se encendía con focos rojos (rojos como mis
tíos que estudiaban en el librito rojo de Mao). Esas luces que un día mis
hermanos y yo robamos. Nos subimos a lo más alto del cerro y qué emoción; por
la noche ya no se veía la cruz. Uno, dos, tres manazos. Para que aprendan a
respetar lo ajeno.
Mi
infancia es una vieja estación de tren con sonido de telégrafos --- -- ----- -
-- y dos trenes de pasajeros (uno que viene y otro que va) y largas caminatas
por la vía y un cinco con doña Josefa Ortiz de Domínguez bien planchada por las
ruedas del tren. Es olor a tierra y hierba húmedas. Septiembre de luciérnagas
y domingo de matinée. Mi niñez es la memoria de una chiquilla sentada en los
escalones. A mirar el verano. ¿A qué más? Memoria de una mamá gritando: “¡Niña,
no estés afuera. Qué no ves que hay robachicos y se llevan a las niñas
bonitas!”. A lo que contestaba: “¡Ay mamá, pues ponme una máscara para que no
me vean!” Y como no tenían máscara, mandaron hacer una reja, y luego otra y
otra.
POR SI ACASO: A
mediados del siglo pasado una adolescente vivía con su abuela en un pequeño
pueblo. Una noche, cuando la abuela fue a la recámara de su nieta para darle
las buenas noches y desearle que soñara con los angelitos, la chiquilla
angustiada y llena de dudas le preguntó: “Abue, ¿es cierto que la virginidad se
puede perder por montar a caballo o por andar en bicicleta?” En respuesta, la
mujer sonrió mientras le acariciaba la frente. Cariñosamente le explicó: “Mi
niña, esas cosas pueden o no ser ciertas, pero bajo ninguna circunstancia una
mujer las debe poner en duda, al contrario siempre es bueno tenerlas
presentes”. Claro, era el siglo pasado.
OSTEOPOROSIS: El
poder del viejo tirano se había reducido a su mínima expresión. Ahora sólo
ejercía poder sobre su esposa; una anciana que padecía una severa osteoporosis,
razón por la cual cada día se hacía más pequeña. Una mañana la diminuta mujer
hacía grandes esfuerzos para prepararle el desayuno al dictador limitado.
Trataba de alcanzar la sartén en la estufa y buscaba el cielo para encontrar lo
necesario en la alacena. El viejo, observándola y sin conmoverse por los afanes
de su mujer, sentenció: “Tú nunca vas a morir. Al paso que vas simplemente vas
a desaparecer” (refiriéndose a la fuga de centímetros óseos). La mujer, igual
que siempre, no dijo nada. Y como ya se sabe que los tiranos tienen la
capacidad de conocer certeramente lo que les sucederá a las personas que tienen
bajo su control, la anciana continuó reduciéndose hasta que hubo un instante en
que hizo ¡plop! Desapareció. Luego el viejo se volvió loco al verse en su
infinita soledad e impotencia.
Sin
el otro no hay poder. Se esfuma la víctima, se esfuma el tirano
LA COMEZÓN DEL SÉPTIMO AÑO: tienen
bajo su control, la anciana continuó reduciéndose hasta que hubo un instante en
que hizo ¡plop! Desapareció. Luego el viejo se volvió loco al verse en su
infinita soledad. Sin el otro no hay poder. Se esfuma la víctima, se esfuma el
tirano.: Un hombre maduro, casado y con hijos, conoció a otra mujer de la que
se sintió enamorado desde la primera palabra. “¿Por qué no nos conocimos
antes?”, se lamentó. En ese instante se escuchó un gran estruendo en el cielo:
El tiempo involucionó siete años. Regresada la mocedad, aquél se casó con la
mujer de la que se había sentido enamorado estando casado. Tuvo otra vida y
otros hijos. Y al llegar a los siete años de matrimonio conoció a otra mujer de
la que se sintió enamorado desde la primera palabra. Y se lamentó: “¿Por qué no
nos conocimos antes?” Esa mujer era la misma que en la otra dimensión había sido
su esposa. Por eso el tiempo, harto de los caprichos de los humanos, nunca
vuelve atrás.
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