Sr. Miguel Ángel Valenzuela de Santiago
Presente.-
Estimado Sr. Valenzuela:
Agradezco mucho la carta que amablemente me hizo
llegar; en ella usted asegura que mi artículo “Borges, Jung y el I Ching” le provocó una reflexión y la
necesidad de explicarme sus puntos de vista sobre el libro I Ching. Su mensaje también me hizo reflexionar porque me gusta discutir
en el desacuerdo, desde luego, siempre y cuando el desacuerdo se sostenga en buenos
argumentos. Aunque en este caso no podríamos discutir pues entre usted y yo no
hay diferencias sustanciales de opinión. Además, la visión que tengo del libro
de las mutaciones es muy reducida. Mi artículo nació de una simple observación
que concluyó en que consideré relevante el hecho de que el poeta argentino
Jorge Luis Borges y el siquiatra suizo Carl Gustav Jung hayan escrito para esta
obra. Y como bien apunta: “deje ver mi asombro”, porque muchos consideran este
texto como adivinatorio. Pero usted me dice que lo de “adivinatorio” es una
percepción falsa, cuando la realidad es que desde hace más de tres milenios se
ha consultado con ese fin. Sí, se ha utilizada para hacer preguntas del futuro
y obtener respuestas. Está documentado que muchos gobernantes han recurrido a
él para establecer estrategias de guerra. Por ejemplo, puedo citar al mongol
Gengis Khan quien lo requería para saber cómo planear sus ataques. Yo no digo que se trate de: “triviales asuntos del
azar y prestidigitación” (no digo tales palabras) nunca hablaría así de un
libro tan importante en la historia de la humanidad.
Sr. Valenzuela, usted manifiesta que la obra en
cuestión es un gran estímulo para las funciones cerebrales y el computo de la
memoria automática. No podría refutar tales afirmaciones ya que desconozco la magnitud
de la influencia del I Ching, si bien
conozco el poder general de los buenos libros y en especial de la poesía (el I Ching es poético, claro) y puedo
vislumbrar que influyen el intelecto de las personas, pero no sabría establecer
el poder de un libro en específico.
Fuera de lo
anterior, hay una parte de su mensaje que me entusiasmó y fue la siguiente: “En el I Ching encontramos las mismas
posibilidades de respuesta del ser humano que la cantidad numeral contenida del
ajedrez en sus 64 casillas y las distintas potencialidades al mover las piezas
para responder al contrincante. Si multiplicamos progresivamente las casillas
del tablero entre sí tendremos un número infinito, igual a las posibilidades de
respuesta del ser humano (…) el infinito se divide en el ajedrez entre el
blanco y negro y en el potencial cualitativo de cada pieza: peón, alfil,
caballo, torre, rey y reina. Por lo
que no existe magia o adivinación en ello, sino el estudio del comportamiento
humano ante el cosmos y ante sí mismos. Hemos estado estudiando sus gestos, sus
muecas según se mueva o conmueva el alma…” Considero que es la mejor parte porque
con ésta se me develó otra coincidencia. Le explicó: cuando recibí su carta no
tenía mis lentes a la mano (para mí es imposible leer sin ellos), entonces le
pedí a mi hijo, Eduardo, que me hiciera favor de leérmela. Mi hijo es médico
pasante y se ha abocado al estudio de la genética. Al estar leyendo él se
sorprendió ante su aclaración de que el I
Ching cuanta con 64 hexagramas y que igualmente el ajedrez tiene 64
apartados que si se multiplicasen entre sí progresivamente se tendría un número
infinito, como usted lo señala. Al leer eso, mi hijo, me aclaró que el código
genético también cuenta con 64 codones (imposible de explicarlo aquí), de
manera que en el sinfín de posibilidades del genoma humano, o el eterno bucle
del DNA, también existe un 64 como base. ¡Ah! El misterio de las coincidencias.
Sin más, me despido con la alegría de saber de
usted.
Afectuosamente, Angélica
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