En El
libro de los amores ridículos, igual que en la novela La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, las historias se
desarrollan en el desacuerdo en torno al régimen comunista, pero también, en
cómo quebrantar la monogamia. Los personajes masculinos, especialmente, son
incapaces de ser fieles. El deseo de huir de la dictadura gobernante se aplica,
además, a quien no acepta la tiranía de amor. Así, los seductores gritan su
libertad a través de la sexualidad: “La
erección es una insurrección, el cuerpo excitado altera los dictados del orden
establecido” como dice Pascal Bruckner en su ensayo Las paradojas del amor. Los personajes de Kundera abrazan sus
instintos para obtener la libertad. Aunque, el acto sexual es importante
siempre y cuando no se haya conseguido, porque una vez consumado pierde
relevancia, hasta que surge de nuevo la necesidad; como cualquier instinto que
atrae la atención sólo en la insatisfacción, es decir, sólo si no ha sido
atendido.
La energía de los
protagonistas se dirige al juego de la seducción que termina en un acto sexual
sin consecuencias. Entonces, uno entorna la mirada y como mujer se pregunta si
no es éste un enfoque meramente masculino y que el escritor checo no tuvo la
doble visión de los narradores que han sido capaces de fascinar por su manera
de captar la esencia femenina (no únicamente la del hombre) como lo hicieron
Gustave Flaubert con su Emma Bovary o Henrik Ibsen con su muñeca Nora e incluso
Alejandro Dumas con su Margarita (la de las camelias), por mencionar algunos.
Todas esas mujeres literarias sufren las consecuencias al protestar ante una
dictadura sexual moralizada por una sociedad machista.
Volviendo a la ridiculez de
los amores y a la mercadotecnia que se da de manera natural en todas las
relaciones. En El libro de los amores
ridículos, los amores se cotizan como
en todo mercado que está sujeto a la oferta y la demanda. Por ejemplo, en el relato “El Dr. Havel al cabo de veinte años” en
el que Kundera retoma a uno de los protagonistas de “Symposion”: Un Dr. Havel
envejecido acude por enfermedad a un balneario en donde trata de poner en
práctica sus encantos donjuanescos de antaño. Él se deprime al darse cuenta que
a nadie estimula, ni aun cuando, ante la masajista del balneario, se apresura a
sumir la panza y a expandir el pecho. El doctor no se resigna a dejar de ser un
conquistador e intenta poses francamente ridículas que sólo provocan desprecio.
Luego, hace que su esposa vaya a visitarlo. Se trata de una actriz bella y
famosa, pero, insegura y celosa. Havel busca que lo vean con su hermosa mujer
para, de esa manera, subir el precio de sus acciones. Y lo logra. Después de
verlo con la actriz las demás mujeres muestran interés por él. Si ese hombre es
capaz de tener a tan atractiva señora seguramente es un tipo excepcional. Esa
es la lectura de aquellas candidatas. El viejo doctor seguro de su renovada
plusvalía suelta la panza, se despreocupa y vuelve al coqueteo con muy buenos
resultados.
Sin embargo, las transacciones
también se darán en la amistad: “La mujer fea espera lograr algo del esplendor de su amiga más guapa; la amiga guapa, a su vez,
espera reflejarse con mayor esplendor si la fea le sirve de telón de fondo; de
ahí se desprende que nuestra amistad se vea sometida a continuas pruebas.” Escribe Kundera, al
parecer buscamos espejos que reflejen la imagen que mejor nos acomode, si bien,
no siempre es la más fidedigna.
El misterio del amor
persistirá pero siempre surgirán las situaciones ridículas y de mercadeo que
unirán o destrozarán las relaciones. Baste asomarnos a nuestra propia historia,
o más fácil aún, a la historia de otras parejas y tendremos a la vista la
ridiculez, desde la cursi costumbre de los apodos hasta los chistes repetidos
que no tienen ninguna gracia para terceros. Vayamos a ver a los grandes amores
de la literatura a los adolescentes suicidas Romeo y Julieta, al loco de don
Quijote y su Dulcinea, aquella mujer robusta que no se bañaba y que olía a ajos
y cebollas, al cándido Cándido y su Cunegunda, gruñona, fea y maloliente, y
etc.