El
libro de los amores ridículos del checo Milan Kundera habla sobre el arte de la
seducción y de cómo el hombre y la mujer luchan por establecer un mercado
amoroso que sitúe su ego en la más alta plusvalía. Con esta obra puedo deducir
que, de una o muchas formas, todos los amores son ridículos y factibles de negociaciones.
Para asegurar el aspecto negociable recurro a Philip Koter que define la
mercadotecnia como: “El proceso social y administrativo por
el que los grupos e individuos satisfacen sus necesidades al crear e
intercambiar bienes y servicios”. Y para defender la ridiculez del amor está el libro de Kundera. El
amor es un bien y el sexo es un servicio y ambos son necesidades que hay que
satisfacer, de allí surge el mercadeo que visto por terceros resulta, casi
siempre, risible. Aunque este escritor nunca menciona la idea de la transacción
mercadotécnica, como lectora observo el regateo emocional entre los protagonistas de
estos siete relatos. Desde luego, no se trata de un vulgar convenio monetario
(que puede darse) sino del trueque de otras posesiones como belleza, juventud,
candor, malicia, fama, poder, prestigio, experiencia, conocimiento e
inteligencia, valores que confunden a los comerciantes y consumidores (ambos en
uno solo) porque éstos son de gran volatilidad.
En
el relato “Nadie se va a reír”, un profesor universitario es amante de Klara, una
muchacha trece años más joven que él. La historia se desencadena cuando, al
también crítico de arte, le piden escribir su opinión sobre un ensayo mediocre,
pero el profesor se niega a hacerlo. En torno a este hecho se da la pérdida de
su amor. El enamorado de Klara afirma: “me gustaba; era hermosa; yo disfrutaba
de que la gente nos mirase cuando íbamos juntos”. Belleza por prestigio; las
monedas cambiaras. La joven obtenía satisfacción al ser parte de la vida de un
prominente intelectual y obtenía la ilusión generada por las promesas de su
amante de convertirla en modelo, siendo costurera. Después el profesor pierde
el prestigio, el trabajo y, por supuesto, a Klara. Para la chica aquel hombre
atractivo deja de serlo y lo traiciona. Es ridículo porque el protagonista
principal cuenta muchas mentiras para evitar decir otra mentira que para él es
mayor, porque significa la infidelidad a sí mismo. Halagar o destrozar un
bodrio literario de un seudointelectual, de cualquier modo le representaba
pérdidas. “Tú crees que todas las
mentiras son iguales y parece que tuvieras razón. Pero no la tienes”;
ninguna mentira vale lo mismo que otra e igualmente hay disparidad en el valor
de cada verdad. Así, las variables de la ecuación amorosa cambian, y por lo
tanto, el resultado es la ruptura.
En
“Symposion” una historia sobre médicos, presenta una parodia de El banquete de Platón (el mismo escritor
así lo explica en su libro de ensayos El arte de la novela). Una
enfermera, una doctora y tres doctores, están de guardia en el hospital; se
reúnen, toman vino y discuten sobre el amor. Después, una alocada enfermera
comienza un baile grotesco en el que simula un striptease. Es aquí donde
se habla de que: “el erotismo no es sólo
un deseo del cuerpo, sino también un deseo de honor […] en el erotismo buscamos la imagen de nuestro
propio significado e importancia”. De allí que se anhele encontrar con
quién suplir nuestras carencias, queremos sentirnos honrados; ambicionamos ser,
a través de la persona que deseamos.
En esta historia, dos
hombres sienten que la enfermera Alzbeta de hermoso cuerpo y cara,
decididamente, fea, los desea. Uno de ellos cree que ella es capaz de
suicidarse porque él la rechazó, aunque el intento de suicidio es en realidad
un accidente. Aquí, los cuentos que cada quién se cuenta para darse importancia.
Luego, salen a flote las ganancias de los involucrados. Todos ganan.
En los personajes de El libro de los amores ridículos,
observamos cómo la inconsciencia está al servicio de un destino que creemos
poder manipular. Así, el amor es la más engañosa de las necesidades; se juega
al amor, se gana o se pierde, pero aún en la pérdida del juego, éste provoca cierta
satisfacción.
TODOS LOS AMORES SON RIDÍCULOS (PARTE II)
En El libro de los amores ridículos, igual que en la novela La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, las historias se desarrollan en el desacuerdo en torno al régimen comunista, pero también, en cómo quebrantar la monogamia. Los personajes masculinos, especialmente, son incapaces de ser fieles. El deseo de huir de la dictadura gobernante se aplica, además, a quien no acepta la tiranía de amor. Así, los seductores gritan su libertad a través de la sexualidad: “La erección es una insurrección, el cuerpo excitado altera los dictados del orden establecido” como dice Pascal Bruckner en su ensayo Las paradojas del amor. Los personajes de Kundera abrazan sus instintos para obtener la libertad. Aunque, el acto sexual es importante siempre y cuando no se haya conseguido, porque una vez consumado pierde relevancia, hasta que surge de nuevo la necesidad; como cualquier instinto que atrae la atención sólo en la insatisfacción, es decir, sólo si no ha sido atendido.
La energía de los protagonistas se dirige al juego de la seducción que termina en un acto sexual sin consecuencias. Entonces, uno entorna la mirada y como mujer se pregunta si no es éste un enfoque meramente masculino y que el escritor checo no tuvo la doble visión de los narradores que han sido capaces de fascinar por su manera de captar la esencia femenina (no únicamente la del hombre) como lo hicieron Gustave Flaubert con su Emma Bovary o Henrik Ibsen con su muñeca Nora e incluso Alejandro Dumas con su Margarita (la de las camelias), por mencionar algunos. Todas esas mujeres literarias sufren las consecuencias al protestar ante una dictadura sexual moralizada por una sociedad machista.
Volviendo a la ridiculez de los amores y a la mercadotecnia que se da de manera natural en todas las relaciones. En El libro de los amores ridículos, los amores se cotizan como en todo mercado que está sujeto a la oferta y la demanda. Por ejemplo, en el relato “El Dr. Havel al cabo de veinte años” en el que Kundera retoma a uno de los protagonistas de “Symposion”: Un Dr. Havel envejecido acude por enfermedad a un balneario en donde trata de poner en práctica sus encantos donjuanescos de antaño. Él se deprime al darse cuenta que a nadie estimula, ni aun cuando, ante la masajista del balneario, se apresura a sumir la panza y a expandir el pecho. El doctor no se resigna a dejar de ser un conquistador e intenta poses francamente ridículas que sólo provocan desprecio. Luego, hace que su esposa vaya a visitarlo. Se trata de una actriz bella y famosa, pero, insegura y celosa. Havel busca que lo vean con su hermosa mujer para, de esa manera, subir el precio de sus acciones. Y lo logra. Después de verlo con la actriz las demás mujeres muestran interés por él. Si ese hombre es capaz de tener a tan atractiva señora seguramente es un tipo excepcional. Esa es la lectura de aquellas candidatas. El viejo doctor seguro de su renovada plusvalía suelta la panza, se despreocupa y vuelve al coqueteo con muy buenos resultados.
Sin embargo, las transacciones también se darán en la amistad: “La mujer fea espera lograr algo del esplendor de su amiga más guapa; la amiga guapa, a su vez, espera reflejarse con mayor esplendor si la fea le sirve de telón de fondo; de ahí se desprende que nuestra amistad se vea sometida a continuas pruebas.” Escribe Kundera, al parecer buscamos espejos que reflejen la imagen que mejor nos acomode, si bien, no siempre es la más fidedigna.
El misterio del amor persistirá pero siempre surgirán las situaciones ridículas y de mercadeo que unirán o destrozarán las relaciones. Baste asomarnos a nuestra propia historia, o más fácil aún, a la historia de otras parejas y tendremos a la vista la ridiculez, desde la cursi costumbre de los apodos hasta los chistes repetidos que no tienen ninguna gracia para terceros. Vayamos a ver a los grandes amores de la literatura a los adolescentes suicidas Romeo y Julieta, al loco de don Quijote y su Dulcinea, aquella mujer robusta que no se bañaba y que olía a ajos y cebollas, al cándido Cándido y su Cunegunda, gruñona, fea y maloliente, y etc.
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