Una versión más corta de este texto se publicó hoy en la revista Siglo Nuevo. La presentación de Los días de mamá, fue el día 9 de diciembre de 2013 a la 19:30 hrs., en el museo Arocena
Felipe Garrido, Angélica López, Ruth Castro, Rosario Ramos y Marcela Pàmanes.
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Lograda
la unión de las dos semillas, la de hombre y la de la mujer. Nos instalamos. Vivimos
nueve meses en un lugar cálido sin esquinas ni rincones; llegamos a la
habitación primigenia de temperatura precisa y alimento constante. El vientre materno.
Sí, a la madre la conocemos desde el interior de su cuerpo. Ella no sólo nos alimenta
de su sangre sino de sus alegrías y tristezas. En esa temporada crecemos con suavidad,
entre los murmullos cardiacos y una voz femenina amortiguada por los fluidos amnióticos.
Dormir y comer sin que nadie moleste. Allí dentro somos nuevos, jugamos con el
cordón umbilical, pateamos, intentamos estirarnos y como entrenamiento
succionamos el dedo pulgar. Todo nos es dado hasta que somos expulsados del
paraíso uterino. Llega el día en que, sin importar horarios de oficina (esto si
se salva de la cesárea) una señal dolorosa anunciará que llegó el momento de
salir de allí. Somos desalojados por medio de dolores cíclicos que serán
preludio de lo que será la vida. Así, hemos sido hijas y hemos sido madres.
Hablemos
de la relación madre-hija. Hablemos de Los
días de mamá, de Rosario Ramos Salas; un libro concebido, originalmente,
como una carta para Carmen Salas Falcón. Un texto autobiográfico que tiene como
guía la vida de Carmen, madre de la autora, quien le presta su voz para narrar
en primera persona la historia de su familia. Ambas mujeres, protagonistas
principales.
El impulso de escribir este relato llegó junto
al sufrimiento de Rosario ante el diagnóstico de una enfermedad terminal de su mamá,
que finalmente, después de una vida de noventa y un años, la llevó a la siesta sin
ruptura. Al intuir la cercanía de la muerte, Rosario comenzó a redactar lo que
terminaría siendo Los días de mamá:
un retrato familiar, donde la escritora acomoda a su madre en el centro, como
pilar y guía de sus hermanos y de su padre. Un retrato en el que se pueden ver
varios planos de tiempo y espacio ensamblados, todos, por la nostalgia. De manera que es posible asomarse a
la infancia traviesa de los niños Ramos Salas, a sus veranos en el club social San
Isidro y a aquél viaje a Mazatlán cuando
Bartola conoció el mar. Bartola, la sirvienta vomitona de todo el
camino, la que dormía desnuda para beneplácito de los chiquillos (hijos de
Carmen y Heriberto) quienes de puntitas alcanzaban la ventana para convertirse
en mirones. Miradas que provocaron el
despido de aquella “Maja desnuda”.
Rosario
nos presenta a una simpática mascota “Chirrios” (como el cereal de moda). “Chirrios”:
feo pero galán. El perro sin pedigrí que vivió como todo un don Juan:
enamorado, vago y pendenciero, motivo este último causante de innumerables
vistas al veterinario. “Chirrios” él que se negó a hacer sus gracias (aprendidas
con estricto entrenamiento) en un concurso canino, simplemente, porque no le
dio la gana.
También
acudimos a las citas de Rosario con el baile: para exorcizar el dolor y hacer
fluir la alegría. En el fondo de la imagen observamos a la joven Carmen (en
1930) viajando en tren con su familia al reencuentro con su padre. De San
Buenaventura a Torreón. Y después, a los 20 años de edad, casándose con
Heriberto Ramos. Carmen: cantando, leyendo, aprendiendo y criando a nueve hijos.
O estudiando Humanidades, a los 60 años, en el Claustro de sor Juana, en la
ciudad de México. Notamos sonrisas, ojos
de confusión y el absoluto amor de la autora por su madre y su familia.
En
la narración se plasman algunos momentos difíciles entre Rosario y Carmen, pero
sobre todo el aliento de amor y sabiduría que Carmen lego a sus hijos. La
escritora camina por los últimos días de su madre: la vejez, el lugar del olvido
y el dolor. El retorno a la infancia. Vemos a la hija junto a la madre cuidándola
como se cuida al recién nacido. Con abrazos y paciencia. En algún momento
escuchamos a la niña-madre decir: “¿Tú y yo chocamos, verdad?”. “Mamá, ya no
chocamos”, le contesta una Rosario cariñosa. Y es que las mujeres estamos incompletas
si no nos reconciliamos con nuestras madres, porque llega un tiempo en que nos
confundimos la una con la otra.
Este libro es un reconocimiento que hace
la autora a su mamá. Y digo reconocimiento no sólo como muestra de cariño sino
también en el sentido de reconocer que en toda relación hay debilidades, y que en
el conjunto desemboca la fortaleza. Finalmente queda la certeza de que los
padres hacen todo lo que pueden por sus hijos. Entonces se entiende que aceptar
a los padres es aceptar, por fin, al mundo. Es el reencuentro con la esencia.
Los días de mamá
es una obra que se lee con suavidad y admiración: Hay que tener templanza para
hablar de la madre de una, sin caer en la victimización o en la cursilería. Decir
con serenidad que, a veces, se puede estar enojado con quien nos dio la vida,
pero poseer la certeza del entrañable amor que se le tiene. Recordar que todos
los sentimientos se complementan. Luego, quedarse en paz para decir: “No te
preocupes mamá. (…) Cerraremos bien las puertas, no dejaremos abierta la puerta
principal”.
Ramos
Salas, Rosario. Los días de mamá.
Torreón. Amanuense Editorial, 2013.