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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 9 de noviembre de 2013

LA MATAMOYOTES

En La Laguna usamos la palabra Náhuatl: moyote, para nombrar a los mosquitos o zancudos. Por eso aquí en esta tierra soy una matamoyotes (o matamoyotas, pues son las hembras las que pican). Sí, confieso que tengo una larga historia de exterminadora de insectos. Aunque no soy una profesional, he mandado al otro mundo a moscas, cucarachas, hormigas, arañas, y claro, mosquitos. Sólo he matado seres de seis u ocho patas. Bueno, una vez maté a un cuadrúpedo que era un ratón muy gracioso: panzón y de pelo brillante. Curiosamente no me pareció repugnante como suelen parecerme los ratones, por eso me dio pena sorrajarle tanto escobazo.
Soy parte de la mayoría; todo lo que como, otros lo matan por mi (pollo, pescado y carnes rojas) por eso en mi alimentación cada vez hay menos animales. Me he vuelto pacífica.  Aunque si somos estrictos, habrá que aclarar que los vegetales también son seres vivos, entonces, tampoco los mato, los matan los que se los arrancan a la madre tierra. Eso sí, los moyotes que me tocan los aniquilo sin ayuda. No me los como, me comen.
Para mis propósitos insecticidas (una vez raticidas) he usado armas químicas, armas contusas y mi propio cuerpo. Aunque de mi cuerpo únicamente sirven, para ese fin, manos y pies. Pisoteando o dando manotazos he demostrado mi superioridad. Es un decir eso de “superioridad” porque los moyotes siempre me han ganado y no paran de extraerme sangre. En nuestras batallas salgo llena de ronchas y comezones y nunca he logrado liberarme de ellos por completo.
           Reconozco que ya no soy la misma de antes. Ya no los agarro al vuelo. Aunque algunas veces sí lo logro, sin embargo, abro el puño y se escapan. Me caen mal esos insectos porque desde niña me molestaban todo el verano y parte del otoño. Afortunadamente nunca me han trasmitido ni dengue ni paludismo. Sólo me han usado para nutrirse.
           Tuve una experiencia rara con un bicho de estos: me disponía a calentar un café en el horno de microondas. La taza con agua, que habitualmente uso, necesita calentarse un minuto con diez segundos para tomar el café a mi gusto. Ya estaba dando vueltas la taza dentro del horno, cuando me percaté que había un moyote dentro y que intentaba salir pegándose a la puerta. Me quedé viéndolo mientras me sentía un poco malvada. Una cosa era aplastarlos, matarlos de una vez por todas y otra era someterlos a una larga agonía con ondas micro. Quise justificarme. Dije, soy como algunos grupos indígenas ancestrales que mataban, no por crueldad, sino como un acto de amor a la muerte y a sus dioses. Ofreceré este sacrificio, pensé, mientras me asomaba al infierno "moyotesco". A la mitad del tiempo ya no vi al chupasangre. Esperaba encontrarlo difunto al sacar el agua caliente. Pero, lo vi al fondo. Estaba inmóvil. Deduje que había quedado embalsamado por el efecto deshidratante de las microondas. Y, sorpresa. El hematófago quiso salir. Logré sacar la taza con agilidad. Cerré la puerta y lo volví encarcelar. Enseguida quise otro alimento con un minuto de calor. Otra vez vi al mosquito intentando escapar. Daba y daba vueltas. Pero en esos momentos yo ya tenía un cuestionamiento, ¿cuántos minutos se necesita exponer a un moyote a las microondas para que muera? Porque si son capaces de durar muchos minutos probablemente son más resistentes que los humanos y en una catástrofe quizá sean los únicos sobrevivientes (junto con las cucarachas, desde luego) pero ya que los mosquitos tienen dentro el DNA que extraen cada vez que nos pican, quizá allí esté la vuelta  a la vida de cualquiera. Sí, la misma historia de Parque Jurásico. Después del minuto en que calenté mi comida, abrí la puerta esperando ver el cadáver, y otra vez me sorprendió. Se escapó.
            Llegué a varias conclusiones: A) Dos minutos con diez segundos dentro del horno de microondas encendido de mi cocina, no son suficientes para matar a un moyote lagunero. B) No sé qué tan higiénico sea calentar comida junto con un insecto. C) Los moyotes seguirán molestándome todos los veranos y parte de los otoños. D) Tengo una gran capacidad contemplativa (no me refiero a cuestiones filosóficas sino a la perdedera de tiempo) y, E) Este artículo es una cortina de humo y si usted leyó hasta aquí, logré mi objetivo.