En
La Laguna usamos la palabra Náhuatl: moyote,
para nombrar a los mosquitos o zancudos. Por eso aquí en esta tierra soy una matamoyotes
(o matamoyotas, pues son las hembras las que pican). Sí, confieso que tengo una
larga historia de exterminadora de insectos. Aunque no soy una profesional, he
mandado al otro mundo a moscas, cucarachas, hormigas, arañas, y claro,
mosquitos. Sólo he matado seres de seis u ocho patas. Bueno, una vez maté a un
cuadrúpedo que era un ratón muy gracioso: panzón y de pelo brillante.
Curiosamente no me pareció repugnante como suelen parecerme los ratones, por
eso me dio pena sorrajarle tanto escobazo.
Soy
parte de la mayoría; todo lo que como, otros lo matan por mi (pollo, pescado y
carnes rojas) por eso en mi alimentación cada vez hay menos animales. Me he
vuelto pacífica. Aunque si somos
estrictos, habrá que aclarar que los vegetales también son seres vivos,
entonces, tampoco los mato, los matan los que se los arrancan a la madre tierra.
Eso sí, los moyotes que me tocan los aniquilo sin ayuda. No me los como, me
comen.
Para
mis propósitos insecticidas (una vez raticidas) he usado armas químicas, armas
contusas y mi propio cuerpo. Aunque de mi cuerpo únicamente sirven, para ese
fin, manos y pies. Pisoteando o dando manotazos he demostrado mi superioridad.
Es un decir eso de “superioridad” porque los moyotes siempre me han ganado y no
paran de extraerme sangre. En nuestras batallas salgo llena de ronchas y
comezones y nunca he logrado liberarme de ellos por completo.
Reconozco que ya no soy la misma de
antes. Ya no los agarro al vuelo. Aunque algunas veces sí lo logro, sin
embargo, abro el puño y se escapan. Me caen mal esos insectos porque desde niña
me molestaban todo el verano y parte del otoño. Afortunadamente nunca me han
trasmitido ni dengue ni paludismo. Sólo me han usado para nutrirse.
Tuve
una experiencia rara con un bicho de estos: me disponía a calentar un café en
el horno de microondas. La taza con agua, que habitualmente uso, necesita
calentarse un minuto con diez segundos para tomar el café a mi gusto. Ya estaba
dando vueltas la taza dentro del horno, cuando me percaté que había un moyote dentro
y que intentaba salir pegándose a la puerta. Me quedé viéndolo mientras me
sentía un poco malvada. Una cosa era aplastarlos, matarlos de una vez por todas
y otra era someterlos a una larga agonía con ondas micro. Quise justificarme.
Dije, soy como algunos grupos indígenas ancestrales que mataban, no por
crueldad, sino como un acto de amor a la muerte y a sus dioses. Ofreceré este
sacrificio, pensé, mientras me asomaba al infierno "moyotesco". A la mitad del
tiempo ya no vi al chupasangre. Esperaba encontrarlo difunto al sacar el agua
caliente. Pero, lo vi al fondo. Estaba inmóvil. Deduje que había quedado
embalsamado por el efecto deshidratante de las microondas. Y, sorpresa. El hematófago
quiso salir. Logré sacar la taza con agilidad. Cerré la puerta y lo volví
encarcelar. Enseguida quise otro alimento con un minuto de calor. Otra vez vi al
mosquito intentando escapar. Daba y daba vueltas. Pero en esos momentos yo ya tenía
un cuestionamiento, ¿cuántos minutos se necesita exponer a un moyote a las microondas
para que muera? Porque si son capaces de durar muchos minutos probablemente son
más resistentes que los humanos y en una catástrofe quizá sean los únicos
sobrevivientes (junto con las cucarachas, desde luego) pero ya que los
mosquitos tienen dentro el DNA que extraen cada vez que nos pican, quizá allí
esté la vuelta a la vida de cualquiera. Sí,
la misma historia de Parque Jurásico.
Después del minuto en que calenté mi comida, abrí la puerta esperando ver el
cadáver, y otra vez me sorprendió. Se escapó.
Llegué a varias conclusiones: A) Dos
minutos con diez segundos dentro del horno de microondas encendido de mi
cocina, no son suficientes para matar a un moyote lagunero. B) No sé qué tan
higiénico sea calentar comida junto con un insecto. C) Los moyotes seguirán molestándome
todos los veranos y parte de los otoños. D) Tengo una gran capacidad
contemplativa (no me refiero a cuestiones filosóficas sino a la perdedera de
tiempo) y, E) Este artículo es una cortina de humo y si usted leyó hasta aquí, logré
mi objetivo.