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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 6 de julio de 2013

EL EROTISMO DE LAWRENCE

Recientemente he terminado de leer La novela, El amante de Lady Chatterley (1928) último libro del escritor inglés, David Herbert Richards Lawrence, mejor conocido como D. H. Lawrence (1885-1930). Me he quedado pasmada por la forma que tiene el autor de crear personajes femeninos. Se trata de una novela escrita por un narrador omnisciente, ese dios que sabe lo de dentro y lo de fuera de sus personajes y que igualmente conoce su pasado, presente y futuro.
 Aunque en su tiempo Lawrence fue etiquetado como un escritor pornográfico, en El amante de lady Chatterley hace reflexiones de diversos temas como la revolución industrial, la guerra, las conductas entre las diferentes clases sociales; predice la evolución de la sociedad y  los roles futuros del hombre y la mujer. En el futuro de Lawrence, que es él que ahora vivimos, vemos a mujeres liberadas, observamos un tiempo donde la sexualidad y la amistad entre ambos sexos dejan de ser tabú. Lawrence sentencia a una humanidad que tendrá que convertirse en otra especie, porque “si seguimos así, todo mundo, intelectuales, artistas, gobierno, industrias y obreros, terminaran frenéticamente con el último sentimiento humano (…) la serpiente se devorará a sí misma”.
Sin embargo, lo más apasionante de la narración es precisamente la pasión que se da entre Connie (Lady Chatterley) y su amante Oliver Mellors, el guardabosque de la finca que comparte Lady Chatterley con su esposo, Clifford. Connie se había casado enamorada de sir Clifford. Él tiene que ir a luchar en la primera guerra mundial y regresa paralítico. Luego él se convierte en un escritor mediocre que logra cierto reconocimiento a través de su estatus social. Ella vive un amable sometimiento hasta que decide no servirle más. Su mismo esposo, al estar imposibilitado para la sexualidad, le sugiere que tenga un amante pasajero, sólo para que le dé el heredero que los Chatterley necesitan. Connie, se enamora del padre de su hijo.
        Este libro fue publicado primero en Francia e Italia y 30 años después en Inglaterra, ya que fue prohibido porque la sociedad inglesa lo consideró vulgar y escandaloso por el tema de los amantes y porque les lastimaban las descripciones detalladas de las relaciones sexuales y más aún, de los orgasmos. Vista con ojos actuales, se trata de la expresión sublime de un hombre y una mujer que se aman y que logran una verdadera comunión, a pesar de todo lo que los divide.
        Los cuadros de los momentos eróticos de la pareja, en ocasiones se vuelven juegos, en donde “sir John Thomas” y “lady Jane”, no son anatomías pudendas de los personajes sino dos individuos que viven pegados al ecuador de los cuerpos de los amantes. Los protagonistas satélites son voluntariosos, hablan entre sí, se ponen flores, se alegran y se entristecen.
        Esta historia me pareció entrañable. No obstante, me decepcionó la manera en que termina, ya que el autor deja abierto el final, aunque sugiere los acontecimientos futuros.  
         Realmente me intriga cuando un escritor explora la condición de ser mujer y la plasma de manera fidedigna. Me ha pasado, especialmente, con el noruego Henrik Ibsen con su obra de teatro Casa de muñecas (1879) donde, inicialmente, presenta al prototipo de mujer a la que le dan todo lo material, pero nada afectivo. A Nora sólo le falta tenerse a sí misma. Poca cosa. El autor recrea a la esposa perfecta, a la “alondra canora”, a “la ardillita manirrotita” que se entrega y con la entrega se aniquila. Aunque al final lo abandona todo e inicia una nueva vida lejos de su esposo e hijos.
Otros autores que han creado mujeres en sus páginas, como si ellos mismos tuvieran almas femeninas, son el francés Gustav Flaubert con Madame Bovary (1857) y el ruso León Tolstói con Ana Karenina (1877). Estas dos últimas novelas tuvieron su propio escandalo al tratarse también del tema de la infidelidad femenina, al igual que en El amante de Lady Chatterley. Pero, Emma Bovary y Ana Karenina deciden suicidarse, mientras que Connie Chatterley aprende a enfrentar la sociedad y sigue adelante.

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