Es
muy frecuente que autoridades, de todos los niveles, propongan soluciones que
no resuelven nada. Los gobernantes dicen no al razonamiento y dan cabida a las
ocurrencias. Así, muchas estrategias vienen de los que son “de muy poca sal en
la mollera” como diría don Quijote. Este es el caso de los legisladores del
Distrito Federal que han decido retirar los saleros de las mesas de los
restaurantes. Desean prevenir la hipertensión arterial y no encontraron otra
forma, sino ésta, absurda y sin probabilidades de éxito. Definitivamente, estamos
salados, y cuando no, alguien nos echa la sal.
En
el imperio romano, quinientos años antes de Cristo, se podía pagar con sal,
misma que tenía un valor similar al oro, de allí surgió la palabra salario. Después,
los químicos descubrieron que la sal no era otra cosa que un compuesto de dos
elementos: cloruro y sodio (NaCl), que ahora es conocido usualmente como sal de
mesa; un producto necesario para todas las funciones celulares del organismo
animal. El cloruro de sodio también es utilizado como conservador de alimentos
y es el causante de la salinidad del mar, de donde se extrae la mayor parte de
este compuesto para consumo humano. Además, en la actualidad, es la mayor
fuente de yodo, ya que hace aproximadamente 50 años se agregó este elemento a
la sal comercial porque se descubrieron muchas comunidades en las que sus
habitantes desarrollaban bocio, es decir, crecimiento de la glándula tiroides,
en este caso por deficiencia de yodo, que se resolvió al yodar la sal. Así
pues, es necesario ingerir este mineral, igual que las grasas, proteínas y
carbohidratos. Desde luego, el problema de enfermedad resulta de la cantidad excesiva
en el consumo de alimentos.
Siguiendo
la estrategia de atacar el resultado de una mala práctica y no el origen, tratan
a los habitantes de una ciudad como si fueran todos niños a los que hay que
castigar, en lugar de educar a los que verdaderamente están en etapa infantil.
Pues de acuerdo a la ley que prohibirá los saleros también se deberían quitar
de todos los restaurantes, el sabroso tocino y todos los alimentos altos en
grasa animal, ya que, sabemos, el colesterol es importante participante en la
hipertensión arterial. ¿Y qué podríamos decir de las porciones grandes?
Igualmente tendrían que castigar a todos los restaurantes de comida rápida que
te sugieren engordar con eso de “por cinco pesos le doy papas y refresco grandes?
Recordemos que la obesidad aumenta la presión arterial, favorece la aparición
de diabetes y cáncer, eso sin contar los problemas articulares, entre muchos
otros. De la misma forma, habría que impedir el consumo de alcohol en todas sus
formas, porque no sólo es causante de muchas muertes por accidentes
automovilísticos sino que es la principal fuente de cirrosis hepática. Además,
el alcohol a grandes dosis produce hipertensión (aunque a dosis pequeñas baja
la presión arterial). Ante todo, esto de quitar el salero de la mesa resulta
ser una medida por demás incongruente.
Sería
mejor quitar de los medios de comunicación, especialmente de las televisoras,
los anuncios de tantos productos de mala calidad que promueven que seamos un
país dependiente de fármacos autorrecetados. Allí tenemos a Lola Ayala, y otros
más, sugiriendo que se debe tomar tal o cuál medicina. La ingesta de fármacos
de manera desordenada, ocasiona no sólo que las personas fabriquen una orina
costosa sino que provocan que su hígado y riñón trabajen horas extras para
eliminar lo que el organismo no necesita. El uso indiscriminado de medicamentos
igualmente favorece la disfunción del organismo.
La
única solución viable, siempre, será la educación. Pero si nuestros maestros
andan en marchas bloqueando la vialidad pública, la educación no será efectiva.
Está claro que las autoridades mexicanas tratan a sus gobernados como “tontos a
medio cocer”.