Alguna vez me comporté como si fuera fanática
de futbol. Íbamos, unas amigas y yo, caminando por un centro comercial. Ese día
también andaba por ahí el futbolista Rodrigo “Pony” Ruiz, en ese tiempo jugador
del equipo Santos Laguna. Decidí pedirle un autógrafo para llevárselo a mi hijo,
ya que él admiraba al deportista de manera casi escandalosa. Mientras buscaba
en mi bolso, una pluma y un papel, nos fuimos alejando del “Pony”. Tuve que
correr lo más rápido posible para no perderlo. Corrí. Y dos metros antes de alcanzar
el objetivo hice tremenda derrapada que me provocó un sentimiento de ridiculez
interminable, además porque el jugador soltó un sonriente “no se caiga señora”.
Se burló de mí. Poco faltó para que desistiera de la firma con dedicatoria. Después,
regresé a oír la risa de mis amigas y mientras ellas movian la panza, yo guardaba el papel garabateado por
el futbolista.
No
me interesa el deporte per se ni quién
gana o pierde. Sí me asomo un poco a las Olimpiadas, al Mundial de Futbol y he
ido al Estadio porque me intrigan los juegos como espectáculo de masas, pero
también por todo lo que se maneja alrededor de lo que, finalmente, es un
negocio. En especial, me sorprende saber de lo que son capaces los atletas con tal
de lograr un triunfo. Confirmo que aquello de Mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano) es cada vez
más difícil de encontrar. Aunque la mayoría de las personas cree que practicar
una disciplina deportiva es sinónimo de salud, no siempre es verdad.
Desde
la muerte de Filípides, al recorrer 40 Km. (ahora 42 en el maratón) para dar la
noticia de que los griegos habían vencido a los persas en la batalla de Maratón
(490 a. C.) muchos han muerto a consecuencia de su actividad deportiva ya que el
entrenamiento de alta competitividad con frecuencia acaba por traer graves
perjuicios en la salud.
No
es raro que los boxeadores padezcan algún tipo de parkinsonismo, ello debido a
la gran cantidad de golpes que su cabeza recibe. Viene a la memoria el boxeador
más famoso de todos los tiempos: Cassius Clay, rebautizado como Muhammad Alí. Recordemos
a la velocista Florence Griffith-Joyner que murió de una arritmia cardiaca a
los 39 años de edad. Y hace dos meses la medallista olímpica mexicana, Soraya Jiménez,
falleció de un infarto a los 34 años. La muerte súbita de muchos atletas está
relacionada con problemas cardíacos que se disparan por el uso indiscriminado
de antiinflamatorios. Cabe mencionar que los futbolistas generalmente terminan
con procesos degenerativos tempranos en rodillas. El codo del tenista, el
hombro del pitcher, las hernia lumbares de los levantadores de pesas; existe
una larga lista de padecimientos que trae el deporte de competencia.
A
las enfermedades naturales provocadas por el exceso de ejercicio, hay que
agregar las inducidas por el consumo de esteroides anabólicos como el clembuterol
y otras que aumentan la masa muscular. Las personas que toman estos estimulantes
no se dan cuenta que el corazón también es un músculo y que se puede hipertrofiar,
alterando su funcionamiento.
Un
caso muy obvio en el uso de derivados de testosterona lo observamos cuando
vemos a las mujeres dedicadas a la halterofilia. Ellas, sin excepción, padecen
de acné, efecto secundario de estos esteroides. La mayoría de los deportistas
de competencias usan fármacos no permitidos, qué el antidoping salga positivo o
no, depende de la pericia del médico quien sabe los tiempos de eliminación de
tal o cual droga, así, suspende oportunamente su administración, evitando que el competidor dé positivo al
dopaje.
Lance
Armstrong, declaró que sin sustancias prohibidas jamás hubiera ganado tantas
veces el Tour de France, ¿por qué? Porque todos los ciclistas recurren a ellas.
El plus no lo dio el dopaje sino el talento personal, la estrategia y la disciplina
en el entrenamiento. Pero al parecer ni el mismo Armstrong lo siente así.
La
maquinaria deportiva de alto rendimiento mueve muchas pasiones y sobre todo,
dinero; es un fenómeno social donde ya no es tan fácil la fórmula de “mente
sana en cuerpo sano”.