El rostro de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) recuerda al del irlandés Oscar Wilde (1854-1900). Dos grandes escritores de facies alargada, aires de aristócratas, mirada desdeñosa de párpados caídos y vestimenta elegante. Los dos casados, pero que igualmente mantuvieron relaciones amorosas con personas de su mismo sexo.
Virginia Woolf publicó en 1929 La habitación propia, escrito a partir de una serie de conferencias que la autora dictó a propósito de “La mujer y la novela”. Al inicio de la lectura se tiene la impresión de que se trata de una novela pero conforme caminan las palabras se va encontrando el ensayo. Entonces se puede decir que se trata de un “ensayo novelado”. Inicia con una descripción de su entorno y reflexiona sobre cómo surge el proceso creativo. Así, señala que en la imaginación se pescan pensamientos y que en ocasiones hay que regresarlos al estanque para dejarlos crecer y madurar. Expresa que a veces no es posible pescar nada aunque se presente la belleza del mundo con sus dos filos: “uno de risa y otro de angustia partiéndonos el corazón en dos”.
Una habitación propia es un texto que a primera vista nos lleva a la reflexión sobre las mujeres que escriben. Habla de la necesidad de las escritoras de poseer precisamente un espacio propio, libertad y dinero, pues asegura que: “hay que tener quinientas libras al año y una habitación con cerradura para poder escribir novelas y poemas”. Se pregunta sobre el efecto que ejerce la pobreza sobre la escritura; considera que es necesario el dinero para lograr el estado mental del proceso creativo: “es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo”. Sin embargo sabemos de muchos que han creado en la pobreza. Pero ella insiste en que: “No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no se ha cenado bien”.
Virginia Woolf repasa la historia y encuentra que los libros hechos por mujeres, hasta antes del siglo XX, son escasos. Y eso es porque las mujeres han estado cocinando, zurciendo calcetines, y lavando los calzones de los grandes hombres. De ahí que no hayan tenido tiempo para crear.
Lo más valioso del libro Una habitación propia no es porque represente un pequeño reembolso por la herida de género que ha provocado el mundo misógino, no, sino por el hecho de poder apreciar y disfrutar un pensamiento inteligente como el de Virginia Woolf. La conclusión que logro al terminar de leer este ensayo es que el escritor(a) está obligado a imaginar, sí, pero también está obligado a la sensatez. Que el inventor de historias se percate de la necesidad de alejarse de sí mismo. Con esta lectura me queda claro que aquel narrador que ha reconocido sus propias carencias, frustraciones, debilidades, fobias o filias, y que logró manejarlas con la mayor conciencia posible ha hecho obras valiosas. De lo contrario en la página solamente quedarán los arrebatos de un ser impulsivo. Y quizá alguien podrá tener sólo “un cuarto compartido” y a pesar de ello plasmar su imaginación.
La vida de Virginia Woolf terminó flotando en el frenesí de la locura. Antes de morir escribió una carta para su esposo Leonard Woolf: el hombre que la protegió y la amo más allá del sexo. Con fecha de un 28 de marzo de 1941 le dijo:
Querido:
Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo...
Se hundió en el río Ouse. A la edad de 59 años la artista decidió el momento de perder su cuerpo. Por fortuna nos quedaron sus brillantes novelas, ensayos, cuentos, biografías y su diario.
Virginia Woolf publicó en 1929 La habitación propia, escrito a partir de una serie de conferencias que la autora dictó a propósito de “La mujer y la novela”. Al inicio de la lectura se tiene la impresión de que se trata de una novela pero conforme caminan las palabras se va encontrando el ensayo. Entonces se puede decir que se trata de un “ensayo novelado”. Inicia con una descripción de su entorno y reflexiona sobre cómo surge el proceso creativo. Así, señala que en la imaginación se pescan pensamientos y que en ocasiones hay que regresarlos al estanque para dejarlos crecer y madurar. Expresa que a veces no es posible pescar nada aunque se presente la belleza del mundo con sus dos filos: “uno de risa y otro de angustia partiéndonos el corazón en dos”.
Una habitación propia es un texto que a primera vista nos lleva a la reflexión sobre las mujeres que escriben. Habla de la necesidad de las escritoras de poseer precisamente un espacio propio, libertad y dinero, pues asegura que: “hay que tener quinientas libras al año y una habitación con cerradura para poder escribir novelas y poemas”. Se pregunta sobre el efecto que ejerce la pobreza sobre la escritura; considera que es necesario el dinero para lograr el estado mental del proceso creativo: “es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo”. Sin embargo sabemos de muchos que han creado en la pobreza. Pero ella insiste en que: “No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no se ha cenado bien”.
Virginia Woolf repasa la historia y encuentra que los libros hechos por mujeres, hasta antes del siglo XX, son escasos. Y eso es porque las mujeres han estado cocinando, zurciendo calcetines, y lavando los calzones de los grandes hombres. De ahí que no hayan tenido tiempo para crear.
Lo más valioso del libro Una habitación propia no es porque represente un pequeño reembolso por la herida de género que ha provocado el mundo misógino, no, sino por el hecho de poder apreciar y disfrutar un pensamiento inteligente como el de Virginia Woolf. La conclusión que logro al terminar de leer este ensayo es que el escritor(a) está obligado a imaginar, sí, pero también está obligado a la sensatez. Que el inventor de historias se percate de la necesidad de alejarse de sí mismo. Con esta lectura me queda claro que aquel narrador que ha reconocido sus propias carencias, frustraciones, debilidades, fobias o filias, y que logró manejarlas con la mayor conciencia posible ha hecho obras valiosas. De lo contrario en la página solamente quedarán los arrebatos de un ser impulsivo. Y quizá alguien podrá tener sólo “un cuarto compartido” y a pesar de ello plasmar su imaginación.
La vida de Virginia Woolf terminó flotando en el frenesí de la locura. Antes de morir escribió una carta para su esposo Leonard Woolf: el hombre que la protegió y la amo más allá del sexo. Con fecha de un 28 de marzo de 1941 le dijo:
Querido:
Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo...
Se hundió en el río Ouse. A la edad de 59 años la artista decidió el momento de perder su cuerpo. Por fortuna nos quedaron sus brillantes novelas, ensayos, cuentos, biografías y su diario.