Ahora
más que nunca, la idea de muerte asiste a nuestro pensamiento. Las reflexiones
sobre ésta se hacen desde la ciencia, el drama y la comedia. Sin embargo, todo
está manchado por la política. La pérdida de la vida por asfixia es un número
sobre el que se pelea cotidianamente. Los números escondidos emanan un olor
fétido, pero también los números exagerados se pudren. Saltan los tres actores
a escena: Lobo, cordero y cazador. Los
verdaderos motivos del lobo son políticos. El lobo devora al cordero y pelea
contra el cazador. Bajar las estadísticas o elevarlas atiende a enredos del
poder. El pensamiento estrecho no ve que nadie tiene la razón porque nadie sabe
la verdad. Una enfermedad nueva necesita de humildad de parte de sus víctimas
para su expresión real. Pero no, todos creen conocer al nuevo coronavirus y lo
atacan de mil formas fuera de los hospitales, sin darse cuenta de que la
experiencia individual nunca será ciencia. La experiencia individual siempre
será una verdad maltrecha. De esa manera los incautos se confunden y desafían
al misterio sin tomar precauciones.
Vivimos los días sellados por la
asfixia. La normalidad en los signos vitales dice que la presión arterial debe
ser de 120/80 mm de Hg, la temperatura menor a 37 °C, el pulso de 60 a 100
latidos y las respiraciones de 12 a 16 por minuto. Pero los pulmones ya no
obedecen a esa regla, por más que el yoga enseñe a respirar, algo que al nacer
el instinto nos da. “No me enseñes a respirar que yo nací sabiendo”. Sin
embargo, inhalo, cuento y exhalo. Todo parece provenir del artificio.
Quisiéramos renunciar al reporte diario, a las horas oyendo ambulancias una y
otra vez. El SarsCov-2 no para. Lo peor de la pandemia aún no llega, dicen
algunos. Otros, que han gastado su tiempo desinformándose, aseguran que el
virus no existe. Qué todo es un complot para desaparecer a los más débiles. La ignorancia
sobrevalorada está costando un sinfín de paros cardiorrespiratorios.
Algunas
ciudades están en semáforo naranja y el virus aprovecha para reproducirse más.
Las predicciones cambian a cada momento y no sólo los políticos se equivocan
sino los científicos también; la verdadera naturaleza del nuevo coronavirus la conoceremos
hasta dentro de unos meses, o tal vez años. La asfixia está presente en todos
los discursos: “Estábamos asfixiando el planeta por eso la Covid-19 mata
quitándonos la respiración”, dicen. Se asfixia la economía, los servicios
médicos; a George Floyd, un policía gringo le disminuye las respiraciones a
cero por minuto y así aparece la legión que protesta también por Giovanni,
López de Jalisco. “No puedo respirar” se escribe en una pared que reitera la
frase de la época. Porque en el encierro o con el cubrebocas la inhalación y la
exhalación son una dificultad. Igual en las redes sociales que, de tanto que
asfixian, provocan el desnudo y la confesión del más introvertido. Los pulmones
sofocados por el desempleo y por quien asegura que el virus vino en naves
espaciales. Así, la angustia altera la respiración. “No puedo respirar”. Cada
momento nuevo asfixia al anterior. Los días son inútiles. A pesar de que
aseguran que el tiempo terminará con el virus; las semanas pasan y la
virulencia sigue. El tiempo no nos está curando. Una vacuna inexistente, se
pierde en monólogos furiosos de personas que juran no aplicársela. Las mañanas
soleadas tampoco curan, enferman a los encerrados y a los que deambulan libres
por las calles, por necesidad, por necedad o por neurosis.
Caminamos
en el círculo de la ansiedad. Medio vivos, medio muertos; medio vacíos,
¿escaparemos al yugo de la naturaleza? ¿Quién lo sabe? Los pacientes llegan con
el médico y respiran rápido y el doctor también acelera el aliento. El temor
del contagio es permanente. Cuenta hasta 12, o hasta 16, para frenar la rabia
por la negligencia de los que no se cuidan y que como Sto. Tomás no creen
porque no ven. Así que, si no somos mejores durante la pandemia, tampoco lo
seremos después de ella: Queremos resolver la disnea perdiendo la calma y la
sensación de ahogo aumenta.
La
arritmia pulmonar rompe todos los ritmos. Los males se han vuelto hacia el
oxígeno que no llega a la sangre y en la paranoia todos los síntomas son
Covid-19. Suspira, cuenta tus respiraciones y comprueba que sean de 12 a 16 por
minuto. Qué el corazón no renuncie para que el cerebro no se nuble: aún podemos
ser mejores frente a la catástrofe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario