Dolf
Verroen es un escritor holandés de literatura infantil; actualmente tiene
noventa años. En su página web podemos deducir que se trata de un hombre
divertido que juega con sus pares de lentes,
usándolos de todos los colores, dice que los necesitó desde los tres años y que
creía que llevar anteojos era una cosa de tontos; ochenta y siete años después,
un legado literario y múltiples premios le han hecho cambiar de opinión sobre
esta característica física. Pero la característica más sobresaliente de la
literatura de Verroen es que aunque escribe para niños su mensaje también va
para los adultos. Por eso le llama a sus obras “literatura infantil para adultos”.
Digamos que sus libros son como el nuevo cine infantil; se narran historias que
llevan dobleces, de tal manera que un niño las ve de un modo y el adulto de
otro, pero ambos las disfrutan, aprenden o sufren con ellas. Uno de los libros
más sobresalientes de este escritor es Qué
blanca más bonita soy, una
novela que retrata de manera convincente
lo que fue la esclavitud en el siglo XIX.
Qué blanca más bonita soy se desarrolla en una finca en el campo en donde se
siembra té que los esclavos recogen. El tema es, pues, el maltrato atávico
hacia la raza negra. La esclavitud vista por una niña que es ajena a las manifestaciones
del dolor causado por el rechazo y la cosificación de las personas. Es una
historia contada por María, una niña que en su cumpleaños número doce recibe,
entre sus regalos, un vestido, unos zapatos, una fusta y un esclavo llamado
Koko. A ella le parece muy natural que
le regalen a un pequeño esclavo de siete
años, mientras sus tías lo consideran abominable pues lo propio sería regalarle
una esclava, una mujer que pueda darle masajes. A María lo que más le preocupa
es no tener pechos: “Cómo serán mis pechos. Quiero unos pechos como los de
mamá” “Y sigo sin tener pechos” se queja, una y otra vez; más tarde quiere
casarse con su primo Lukas, un hombre mayor que ella.
La narración se centra en describir (con un lenguaje sencillo) la vida
de María y su familia europea. Familia blanca y rica que compra y vende
esclavos según sus necesidades. Esclavos que desconocen que vienen de África.
Ellos sólo saben que llegaron del mercado y que recibirán veinte azotes si
intentan escapar. La mamá de María llora todo el tiempo porque su esposo se
compró una negra que es muy bonita, por
eso ella la vuelve fea clavándole un tacón en la mejilla. Y en el sustrato de
cada línea se va tramando la historia de Lukas con la esclava Ula con la que
tiene un hijo “ni blanco ni negro” de eso se percata la niña casi decepcionada.
Verroen hace un retrato muy convincente de la esclavitud en donde la crueldad
permite que una mujer blanca pueda ahogar a un niño negro sólo porque éste
llora: “El niño de mi esclava estaba también siempre berreando… Insoportable,
yo le había dicho algo tres veces. Entonces mi paciencia se terminó. Lo cogí. Y
lo mantuve un tiempo bajo el agua. Después, el silencio fue definitivo”.
En esta novela, aunque el autor no lo dice directamente, se puede
inferir que se desarrolla a mediados del siglo XIX porque la comunicación se da
a través del telégrafo y la trasportación es en carruajes; en el epílogo el
autor dice que sucedió en Suriname. El libros se lee como prosa pero
físicamente se ve como si se tratara de versos. Sin embargo, es únicamente una
cuestión visual que (quizá) un autor de literatura infantil como Verroen lo
utiliza pensando en hacer más fácil la lectura para los niños y el hecho de que
a cada uno de los pasajes les ponga título hace más ligera y comprensible la
historia. A pesar de que las escenas son terribles todo está escrito con una
maliciosa dulzura. El manejo del tiempo en esta obra es lineal sin ninguna
regresión. No hay forma de confundirse. Verroen utiliza la primera persona para
contar su historia.