Desde hace algunos años, mínimo tres, a través de
diferentes personas me llega la imagen de un vagabundo de Torreón que recorre
las calles empujando una carriola en la que lleva un perro. Yo lo he visto dos
veces, una vez en un crucero del bulevar Independencia y una ocasión en que mi
familia y yo viajábamos por la carretera hacia Saltillo. Caminaba lento empujando
su carriola evitándole el cansancio a su perro. El perro que lleva se parece
mucho a él; ambos están negros, llenos de suciedad y su olor fétido alcanza un
perímetro de varios metros.
En todas las ciudades hay vagabundos. Internet dice
que, en Torreón, existen doce. Eso significa que comen, duermen y defecan a la
intemperie; su cuerpo sólo necesita de esas tres funciones primarias para sobrevivir.
De los doce cuantificados, yo sólo he visto a cuatro: dos mujeres una de ellas
era una ciega que tendía sus harapos en la salida de la iglesia de Guadalupe,
en el centro de la ciudad. Otra andaba caminaba también por el centro
ofendiendo a cualquiera que se le atravesara. Otro lo he visto por la calle
Sicomoros en la colonia Torreón Jardín. Éste último, pasa muchas horas cortando
papel y con eso se hace un colchón y el de la carriola. Me intriga mucho la
vida de los vagabundos y si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué
fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones
del dinero, la familia, el gobierno y en general, de la sociedad. La pobreza
como elección; una renuncia al fracaso. Unos dirán que es una renuncia al
éxito, pero el éxito es una palabra tan abstracta y tan inexacta, que realmente
no sabemos qué es.
Los
vagabundos nos recuerdan a Diógenes (412-323 a C) considerado un filósofo
cínico. Cínico, proveniente de la raíz griega kynikos que significa similar a los perros; uno de los rasgos de
Diógenes era su amor a los perros. Con frecuencia se representa con una lámpara
y un perro. Diógenes se abstenía de todos los placeres y aunque se dice que dormía
en un barril al parecer lo hacía en los pórticos de los templos. Se considera
uno de los filósofos más brillantes. No dejó nada escrito pero sus pensamientos
y su vida fueron recogidos por otro filosofo llamado Antístenes. Antístenes
cuenta la anécdota de cuando Diógenes vio que un niño comía lentejas sobre un
pan y tomaba agua de la fuente con sus manos, esto lo hizo prescindir de su
cuenco: “Este muchacho, dijo, me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”.
Con esto rechazaba toda vanidad y artífico de la vida humana. Como dije: nuestros
vagabundos nos recuerdan a Diógenes y ya que no puedo saber sus vidas se me
ocurrió ponerle una historia al vagabundo de la carriola. Les comparto un
fragmento del cuento que inspiró este hombre que ama a su perro y recorre
nuestras calles.
“¡Miren¡ ¡Ahí va Diógenes!”. Gritó una voz
proveniente de un grupo de jóvenes estudiantes de comunicación. Los cuatro
amigos andaban de juerga por el centro de la ciudad. “¡Le falta la lámpara y le
sobra la carriola!”, dijo uno. “¡No, le
falta cinismo!”, “Mejor qué se bañe. ¡Qué asco!” Agregó otro. Envueltos en
carcajadas, una mirada azul e infinita, los enmudeció. Sus ojos eran lo único
que tenía color en él. Diógenes entregó unas hojas dobladas a uno de los muchachos
y siguió hurgando en un bote de basura. Luego, el bulto negro siguió su camino
empujando una carriola en la que llevaba un pequeño perro.
No son pocos los que aseguran que Torreón es una ciudad de locos. “Se
podría amurallar y ganar el record Guinness al manicomio más grande
del mundo”. Decían. Eso sí, jamás podría ser vomitada por Dios porque allí no
hay lugar para los tibios. Es una ciudad exagerada. El verano es un infierno
lleno de cucarachas y mosquitos. Es un lugar que no necesitará alumbrado
público cuando las amibas sean fosforescentes (y no falta mucho) ¿Basura? por
todos lados. Hay polvo por montones y
contaminación ni se diga: Eso provoca atardeceres de gran colorido que, cada
día, la gente los ve maravillada como si sus ojos fueran vírgenes. Sus
pobladores, aunque locos, son muy trabajadores...
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