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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 21 de noviembre de 2015

EL BESO ESQUIMAL O EL REGRESO A LA MEMORIA




El beso esquimal (Textofilia Ediciones, 2015, México D.F.) la más reciente novela del escritor cubano Manuel Pereira, (La Habana, 1948), cuenta la historia de un moderno Ulises; un hombre regresa a casa pero esta vez no es a la isla de Ítaca, sino a la de Cuba. Paradójicamente, el viajero huye del enemigo para enfrentarlo. Su arma es la palabra y su lucha, la libertad. El personaje principal, un escritor exiliado que vuelve después de doce años de ausencia, ha librado las batallas de la culpa, la nostalgia, el hambre y el frío en países europeos. Ha domado la soledad y el dolor del exilio. Cuatro días y tres noches es el tiempo de “visita humanitaria” que el gobierno cubano le permite para ver a su madre que sorda, envejecida y enferma se niega a usar el aparato para la sordera que su hijo le envío desde Alemania, porque “Para lo que hay que oír”. Ella, por momentos, se trasforma en la Penélope que espera a su amante, se sienta en un desvencijado sillón a tejer fantasías. La anciana se ha exiliado del sonido pero también lo ha hecho de los recuerdos: ha olvidado a su hijo.
El beso esquimal es una narración eminentemente autobiográfica porque el escritor se adhiere, a través del protagonista, a la sentencia de Pío Baroja: “Todo lo que no es autobiografía, es plagio”. Él quiere dejar constancia de las infamias de un régimen que se ha apropiado de las personas a las que les regala seis huevos cada quince días. No hay huevos. “El gran castrador”, dice el narrador, ha convertido la isla en puros castrati, que cantan y bailan simulando alegría al ritmo de salsa y guaguancó. Eso sí, Cuba tiene los culos más politizados del mundo, “había alcanzado otro récord en materia de higiene ideológica” pues al no tener papel sanitario, éste es sustituido por el único periódico permitido: el Granma. Habría que ver la cantidad de “información impresa que recibirán los anos en el momento de limpiarse”. Desde luego, no deja de ser una ironía justiciera. Luego, el autor cita pertinentemente a Bernard Shaw: “Los políticos y los pañales se han de cambiar a menudo… y por los mismo motivos”
A través de un narrador omnisciente y un lenguaje directo, Pereira logra intrigar al lector señalando la duda del viajero “¿Me dejarán salir?”, la pregunta guía de la novela. El visitante, del que no conoceremos su nombre, llega a La Habana, la ciudad del deja vú, donde se han vivido muchas veces la paranoia, la manija del coche que se queda en la mano, las casas destruidas o con puntales para que no se caiga el techo, las goteras, las envidias por la blusa que no le trajo a las otras sobrinas, el susurro permanente cuando se habla del dueño de la isla, los doctores o ingenieros de taxistas, la potencia mundial en medicina que no tiene un ungüento para las ronchas, la prostitución como atractivo turístico y la entrada de “dinero enemigo”; la legión de mujeres con nombres rusos, las Katiuiskas, Zolaikas y Katias; rusos también los refrigeradores y las televisiones que no funcionan. Aunque, los habitantes de la isla sienten que la libertad está llegando con la instalación de esos pequeños restaurantes llamados “paladares”
Todo su pasado lo golpea en cuatro días y tres noches. De todas las tristezas del visitante sobresale el hecho de que su madre sólo (él) le regreso a la memoria cuando le dio el beso esquimal, así como ella lo saludaba siendo niño; en el frote de nariz la anciana se da cuenta de quién es él, pero solamente por quince minutos. Nunca más.
En esta novela hay un reclamo hacía la política cubana, pero también es la justificación del porqué un intelectual cubano, que tenía ciertos privilegios, decide dejar esa postura un tanto incomoda. El destierro le ha dolido de tal forma que al final pareciera que también (igual que su madre) comienza a tener lagunas en la memoria. El olvido es la cura para la nostalgia.
Con una prosa ágil, amena y, sobre todo, reflexiva, el escritor Manuel Pereira nos entrega otra novela que muestra la vida íntima de la historia cubana.

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