Ahora,
más que nunca, es complicado seducir al lector y hacer que éste se mantenga
leyendo un libro completo; existen demasiados distractores. Las personas están
ojeando, sólo retazos de las grandes obras; en las redes
sociales, es frecuente que se cite a autores que cada vez se leen menos, pero que
son conocidos por sus frases brillantes. De allí que surja la duda sobre qué
escribir. Qué puede ser más atractivo al momento de narrar: qué el escritor se
regodeé en la desgracia propia y exalte sus cualidades, o por el contrario, se aleje
lo más posible de sí mismo e imagine lugares y situaciones que jamás ha vivido.
Resulta misterioso, pues mucho se ha repetido que en literatura lo más
importante es el tratamiento de un tema, más que el tema en sí. “Revelar el arte y ocultar el artista es la meta del arte”,
escribió Oscar Wilde. El reto de un
escritor es trasformar un hecho,
cualquiera que éste sea, hacerlo atractivo e imponerlo al público. Por
eso todo mundo podemos escribir, pero escribir bien, sólo algunos lo logran.
Las
dos recientes novelas que he leído son: El
beso esquimal, del cubano Manuel Pereira y Dos veces única, de la mexicana Elena Poniatowska. Todos los
cuentos y novelas de Pereira son autobiográficos y nada de lo escrito por Poniatowska
lo es. Lo más cercano a la autobiografía de esta autora lo capté en su novela La “Flor de Lis”, en estas páginas se describe la vida de una
familia aristócrata que vive en París; dos niñas y su madre tienen que huir de
Francia a México debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial, ya que la
madre es mexicana. Existen muchas similitudes entre las protagonistas y la escritora,
por lo que se antoja que sea autobiográfica. Sin embargo, a pregunta a expresa,
Poniatowska, lo niega. Lo cual indica que aunque existan rasgos similares entre
autor y personaje no quiere decir que se haya vivido. En cambio, el novelista y
ensayista, Manuel Pereira considera que la mejor forma de escribir es desde las
experiencias propias y además dice que en su caso es importante dejar
testimonio porque su narrativa también es una denuncia sobre el régimen de los
Castro en Cuba.
Lo cierto es que nadie escribe al
cien por cierto de manera testimonial y nadie que intenté huir de sus propias
vivencias lo logra por completo. No hay forma de que haya fidelidad. Los
recuerdos, sabemos, siempre volverán distorsionados a la memoria. Y ser
subjetivo al momento de contar una historia es imposible, pues siempre saldrán,
inconsciente o conscientemente, las experiencias del narrador.
Después
de todo, la buena literatura tiene que ver más con el talento de cada quién.
Recordemos la obra cumbre de la literatura española. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, nadie piensa que
Miguel de Cervantes tuvo que enloquecer y pelear con molinos de viento o
enamorarse de una mujer fea y amargosa a la que él veía hermosa y dulce como
Dulcinea del Toboso. Desde luego, se podrá buscar la biografía de Cervantes
entrelíneas pero lo grandioso de El
Quijote, no se podrá entender o explicar solamente por la vida del autor: “Las
obras de arte son, hasta cierto punto, autómatas y autónomas. Son independientes
de quién la creó. Pero uno no debe de estar preocupado por la vida del creador
para entender la obra “, como expresó en una entrevista el músico Sergio
Berlioz. Igualmente nada le quita lo grandioso (en todos sentidos) a La Montaña mágica de Tomás Mann que
mucho tiene de autobiográfico, ya que resultó de las cartas que le enviaba su
esposa desde un hospital de Davos dedicado a pacientes tuberculosos e
igualmente tomó experiencias de las visitas que el mismo Mann le hacía a su
esposa.
Finalmente,
lo que vale, sin importar si es realidad o ficción, es cautivar al lector: una
tarea complicada.
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