Algunas veces he asistido a
ver partidos de futbol. Fue en una de esas ocasiones que vi a un señor de
aproximadamente 35 años de edad. Un hombre delgado, de estatura mediana que portaba una camiseta del
equipo Santos, zapatos tenis y cachucha
marca Nike. Adornaba sus jeans con un cinturón que tenía
múltiples dibujos de calaveras. Dedos con anillos y en la muñeca del brazo
izquierdo una gruesa placa de oro con letras impresas. El emplasto dorado se
hacía pulsera por tres gruesas cadenas. En la mano derecha, su dedo meñique
crecía gracias a una larga uña. De vez en cuando ese personaje desembolsaba un grueso fajo de billetes para
comprar papas fritas. Tomaba cerveza e invitaba a sus serviles amigos a lo
mismo. Su boca fabricaba sin descanso un léxico por demás entusiasta. Él era
padre de cualquiera y le mentaba la madre al mundo entero y al árbitro también.
El culto a la Santa muerte evidenciado por su cinturón, la egolatría impresa en
su ostentosa joyería, la uña del dedo meñique crecida (la medida del pase
cocainómano) y su ufana actitud de poder, me hicieron pensar en que allí estaba
un narcotraficante.
Se dice que ahora algunas mamás están orgullosas ―e
ignorantes― de que sus hijos madrugadores nunca lleguen borrachos. Y es que los
desvelados han descubierto la magia de la cocaína, la que desaparece cualquier
borrachera. Asimismo los médicos detectan cada día más jóvenes hipertensos y
con arritmias a causa de las drogas. Las drogas, legales e ilegales siempre han
sido parte de la vida: hongos, peyote, marihuana, cocaína, opio, heroína,
anfetaminas, alcohol, etcétera. Sustancias que atenúan momentáneamente el dolor
del alma pero que aumentan la miseria humana.
De esas cosas me vine acordando cuando leí el cuento “A las
cinco de la tarde” del escritor estadounidense George Steiner. Dos historias
que se unen en una. Primero, el autor nos presenta a manera de reportaje, las
marañas del narcotráfico en Medellín, Colombia, una de las ciudades más
peligrosa del mundo. Las jerarquías de los narcos, donde aparece el superstar Pablo Escobar, el emperador de
la cocaína y del secuestro, “sádico, que asesinaba a montones”. Enseguida, allí mismo, pero desarrollada en México, D.F.
cuenta otra historia. En la ciudad de México se reúnen un grupo de poetas
porque allí: “hierven los talleres literarios, las pequeñas revistas y la
lectura de poesía en voz alta”. La ciudad con más talleres literarios en el
mundo. Allí, los jóvenes se cuestionan: “¿Cuándo ha servido un poema para
detener una bala?” y ellos se responden: “Un poema no sólo no puede no puede
impedir una matanza: a menudo sirve para adornarla. Embellece el asesinato, y
lo hace soportable. En el cuento “A las cinco de la tarde” Steiner junta las
dos historias, la de los poetas y la de los narcos. Los chilangos escritores
llegan a Colombia, con la idea de leer poesía en la plaza principal de
Medellín, A pesar de todo, se les ocurre que los habitantes de esa ciudad
pueden obtener esperanza a través de los versos. Los poetas llevan pancartas
para invitar a la gente y las reuniones se logran en tres veces ocasiones, se
realizan con la buena disposición de los habitantes de Medellín. Luego los
narcos de Medellín detectan a esos revoltosos, conspiradores y además
extranjeros. Y entonces suenan los primeros disparos… Así los mafiosos
demostraron una vez más que con “charlas y pildoritas de poesía no se ha de
acabar el narcotráfico”.
Por supuesto el argumento de la historia resulta poco
convincente, porque si bien la intención de los poetas mexicanos es llevar
esperanza al mundo de la droga colombiana, también hay que recordar que no hay
necesidad de salir de nuestro país para ello. Al parecer el narcotráfico es
peor en nuestro país.
Después de todo, es verdad lo que dice el poeta venezolano
Pablo Montejo “La poesía no sirve para nada, salvo para vivir”. Pero, ¿por qué
ese absurdo pragmatismo? ¿Por qué querer darle al arte responsabilidades que no
le corresponden? El arte puede ayudar pero no es la solución principal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario