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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 6 de junio de 2015

A YUCATÁN CON CEFALEA

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Un miércoles, a las 2 de la tarde y con 40 grados centígrados, llegamos a Mérida, Yucatán. Cerca de donde algunos científicos consideran que hace 65 millones de años cayó un meteorito que permitió que la tierra se reseteara. Llegamos al lugar de los mayas y sus imponentes pirámides. Yucatán, estado de pueblos mágicos; de la ceiba y el henequén; de la jarana y la vaquería; de la cochinita pibil, el poc-chuc, el chimole, los papadzules, el relleno negro, la sopa de lima, el chile habanero y el dulce de papaya. Pasear por esta tierra fue como estar en paz con todo. Aunque, en este viaje hubo momentos en que la paz no estaba conmigo.
 Una de esas noches yucatecas, oí a un grupo de niños que cantaban en lengua maya canciones que yo no entendía, pero que podía sentir. Ellos eran pequeños y con gracia. Bailaban un poco de jarana y gritaban: “¡Bomba!: Un yucateco de una iglesia se cayó y ni un hueso se rompió, porque él, de cabeza cayó”. Caminé las calles del centro histórico, vi sus iglesias del siglo XXVI y XXVII. Buscaba los motivos de los conquistadores entre aquellas construcciones de gruesos muros, tan gruesos como de metro y medio. “Iglesias católicas hechas de las piedras de pirámides destruidas”, así lo decía un meridano y señalaba los símbolos mayas inscritos en algunas losas que forman parte de las construcciones. En el templo de la virgen del Carmen, se exhibían grandes cuadros que representaban la vida de Cristo: de niño, en el juicio (cuando Poncio Pilatos se lava las manos)  en el viacrucis y la resurrección. Éstas son obras muy emotivas.
         Un día fuimos a Celestún. Una lancha nos llevaba por un río limpio y apacible. Vi manglares y sólo algunos flamencos. Pocos flamencos porque: “no es época de que estén aquí. Ahora están incubando”, dijo el conductor. Mientras la lancha avanzaba, veía garzas, pelícanos, águilas, patos… Había unas pozas azules donde las personas podían nadar. Después fuimos al mar, a ese mar azul turquesa.

         Un día más, la naturaleza me dio un pequeño revés. Fui atacada por un dolor de cabeza que no cedió a los analgésicos y trasformó mi ánimo. Aun así, subí al camión turístico. Un hombre nos guiaba hacía las pirámides de Uxmal. Yo lo escuchaba aturdida por la cefalea que me amargaba, por eso cuando él decía cosas como: “Dicen que…”, “se cree…”, “tal vez…” yo renegaba para mis adentros. “Bah, ¿y la historiografía? ¿Y los datos duros”. Yo respondía muda a sus enseñanzas: “Este es la montaña más grande que tenemos por el momento”. A lo que yo respondía: “¿Hasta el momento?, quizá por la tarde nazca otra.” El hombre prevenía: “En Yucatán, la comida es muy condimentada y con frecuencia hace muchos estragos”. En mi estado semiconsciente agregaba: “Sí, condimentada con salmonella. Ya supimos de varios casos de diarrea”. Después dijo que las pirámides tenían más de mil quinientos años y que estaba comprobado por pruebas de carbono 14”. A pesar de que: “El carbono 14 sólo se realiza en materia orgánica, no en piedras”. Después nos dijo que tuviéramos a la mano identificación porque las personas “normales” pagaban menos que los extranjeros, “¿los extranjeros eran anormales?”. Sin dolor de cabeza todo esto me hubiera parecido gracioso, pero... Alguien le preguntó en francés no sé qué cosa, a lo que él respondió en ese idioma y dijo que también hablaba alemán. Con eso me aplacó, un poco. Subí a la pirámide permitida casi ahogándome, con la decepción de que a mi condición física la tenía sobrevalorada. Esa vez, después de comer regresamos al espectáculo de luz y sonido en las pirámides, algo muy emotivo a pesar de mi condición de testa adolorida. Se oían pájaros pero también el chillido de murciélagos que sobrevolaban la planicie entre las pirámides. Yo pensé: “No me vayan a contagiar la rabia”. Aunque rabia yo ya tenía. Luego la cefalea desapareció y me permitió disfrutar el resto del viaje. Fue una gran experiencia pisar tierras mayas. El domingo por la noche, de regreso a Torreón me sorprendió que la primavera siguiera fresca.