Me pasó una de esas noches en las que no podía
dormir, y, como otras veces, decidí leerme un cuento. Ese día le había puesto
punto final a un artículo sobre un tema político; para ello había leído
múltiples textos. Esa fue la causa del desasosiego que sentía y que no me
dejaba dormir. Tenía la sensación de haber entrado a un gran contenedor de
basura en donde yo buscaba algo a lo que pudiera darle una apariencia diferente. Pero
en el intento, sin remedio, mi mente se
llenó de inmundicia; decidí limpiarla y tomé el libro de Platero y yo del malagueño Juan Ramón Jiménez (1881-1956). Esa
hermosa narración poética fue un baño de cielo, un respiro de verdes prados y
aves canoras, una probada de tierra húmeda. Fue la mirada de inocencia que
necesitaba para ver la belleza del este mundo.
Platero y yo, es la historia de la
relación de un hombre y un burro. Especialmente, es la vida y muerte de un asno
que parece estar hecho de algodón y que se llama Platero. Después de toparme
con la ternura de este blanco rebuznador, me puse a pensar en tantos jumentos,
rucios, onagros, pollinos o asnos que tiene la historia. Sí, hay muchos burros
importantes, tantos, que no podría enumerarlos. Desde luego no esperemos que tengan
la fama de sus parientes caballos, como el
Rocinante de don Quijote, el Babieca del Cid Campeador, el (senador) Incitatus
de Calígula, el Lazlos de Mahoma, el Bucéfalo de Alejandro Magno, el Merengo de Napoleón, el Siete Leguas de
Villa y hasta uno de madera que es el de Troya, entre otros.
El
primer burro que aparece en la Biblia
lo hace como cadáver, en forma de arma huesuda. Se trata del primer asesinato
de la historia de la humanidad que, según Moisés, fue perpetrado con una
quijada de burro cuando Caín mató a su hermano Abel. Luego Sansón con otra
quijada asnal da muerte a mil filisteos. De manera que el miedo sí puede andar
en (quijada de) burro. En el Nuevo Testamento aparece otro burro ilustre y es
el transporte de María a Belén. E igualmente la entrada de Cristo a Jerusalén
es en uno de éstos: “He aquí, tu rey
viene a ti, justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno, en
un pollino, hijo de asna” Zacarias 9:9
Otro
asno célebre, aunque también sin nombre, es el que acompaña a Sancho Panza, el escudero de don Quijote. “El asno de
Sancho” y aquí, el enunciado aplica en los dos sentidos: en el de pertenecía y
en el de ausencia de inteligencia. Al menos eso es lo que frecuentemente le
dice don Quijote a Panza, “falto de entendimiento”. Aunque en realidad Sancho
no es menso, Cervantes lo personifica como bastante ingenioso. Algunos han
dicho que este asno se llama Rucio, pero
rucio es sinónimo de burro y El ingenioso Hidalgo... se refiere a él
así, sin mayúscula. También es famoso porque en el capítulo XXIII de la novela se lo roban, desaparece, y en el capítulo XXX vuelve sin ninguna
explicación. Miguel de Cervantes se olvidó de ese robo; se dieron cuenta de eso
después de la primera publicación.
Siempre
me han gustado estos animales tradicionalmente de carga, (“trabajo como burro”,
dicen) pero considero han sido discriminados porque los comparan con las
personas tontas. Por eso antes, cuando parte de la educación era basada en la
humillación, se les ponían orejas de burro a los niños. Recuerdo que en el lugar
donde fui niña era frecuente oír sus rebuznos. Desde entonces el sonido que emiten
me parece nostálgico. Ahora mismo vienen a mi mente otras significaciones asnales,
por ejemplo: los niños que jugaban al “bríncate burro” diciendo frases muy
chistosas y que en las kermeses nos vendaban los ojos para competir a ver quién
le ponía la cola al burro. En fin, en el lenguaje cotidiano lo encontramos en
las comidas de “burritos” o en el trabajo doméstico en los burros de planchar
ropa. Sin embargo, con todo y la primavera, algunos dicen que los asnos están
en peligro de extinción. Quién sabe si sea cierto.
Mientras escribo esto, suspiro y recuerdo que es
tan fácil, y tan difícil, ser el burro que tocó la flauta. Por eso para ser ese
burro se requiere arte. El arte que siempre estará allí para salvarnos de la
inmundicia.