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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 9 de mayo de 2015

EL ARTE DE SER JUMENTO


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Me pasó una de esas noches en las que no podía dormir, y, como otras veces, decidí leerme un cuento. Ese día le había puesto punto final a un artículo sobre un tema político; para ello había leído múltiples textos. Esa fue la causa del desasosiego que sentía y que no me dejaba dormir. Tenía la sensación de haber entrado a un gran contenedor de basura en donde yo buscaba algo a lo que  pudiera darle una apariencia diferente. Pero en el intento, sin remedio,  mi mente se llenó de inmundicia; decidí limpiarla y tomé el libro de Platero y yo del malagueño Juan Ramón Jiménez (1881-1956). Esa hermosa narración poética fue un baño de cielo, un respiro de verdes prados y aves canoras, una probada de tierra húmeda. Fue la mirada de inocencia que necesitaba para ver la belleza del este mundo.
         Platero y yo, es la historia de la relación de un hombre y un burro. Especialmente, es la vida y muerte de un asno que parece estar hecho de algodón y que se llama Platero. Después de toparme con la ternura de este blanco rebuznador, me puse a pensar en tantos jumentos, rucios, onagros, pollinos o asnos que tiene la historia. Sí, hay muchos burros importantes, tantos, que no podría enumerarlos. Desde luego no esperemos que tengan la fama de sus parientes  caballos, como el Rocinante de don Quijote, el Babieca del Cid Campeador, el (senador) Incitatus de Calígula, el Lazlos de Mahoma, el Bucéfalo de Alejandro Magno, el Merengo de Napoleón, el Siete Leguas de Villa y hasta uno de madera que es el de Troya, entre otros.
         El primer burro que aparece en la Biblia lo hace como cadáver, en forma de arma huesuda. Se trata del primer asesinato de la historia de la humanidad que, según Moisés, fue perpetrado con una quijada de burro cuando Caín mató a su hermano Abel. Luego Sansón con otra quijada asnal da muerte a mil filisteos. De manera que el miedo sí puede andar en (quijada de) burro. En el Nuevo Testamento aparece otro burro ilustre y es el transporte de María a Belén. E igualmente la entrada de Cristo a Jerusalén es en uno de éstos: “He aquí, tu rey viene a ti, justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de asna” Zacarias 9:9
         Otro asno célebre, aunque también sin nombre, es el que acompaña a Sancho Panza,  el escudero de don Quijote. “El asno de Sancho” y aquí, el enunciado aplica en los dos sentidos: en el de pertenecía y en el de ausencia de inteligencia. Al menos eso es lo que frecuentemente le dice don Quijote a Panza, “falto de entendimiento”. Aunque en realidad Sancho no es menso, Cervantes lo personifica como bastante ingenioso. Algunos han dicho que este  asno se llama Rucio, pero rucio es sinónimo de burro y  El ingenioso Hidalgo... se refiere a él así, sin mayúscula. También es famoso porque en el capítulo XXIII de la novela  se lo roban, desaparece,  y en el capítulo XXX vuelve sin ninguna explicación. Miguel de Cervantes se olvidó de ese robo; se dieron cuenta de eso después de la primera publicación.       
         Siempre me han gustado estos animales tradicionalmente de carga, (“trabajo como burro”, dicen) pero considero han sido discriminados porque los comparan con las personas tontas. Por eso antes, cuando parte de la educación era basada en la humillación, se les ponían orejas de burro a los niños. Recuerdo que en el lugar donde fui niña era frecuente oír sus rebuznos. Desde entonces el sonido que emiten me parece nostálgico. Ahora mismo vienen a mi mente otras significaciones asnales, por ejemplo: los niños que jugaban al “bríncate burro” diciendo frases muy chistosas y que en las kermeses nos vendaban los ojos para competir a ver quién le ponía la cola al burro. En fin, en el lenguaje cotidiano lo encontramos en las comidas de “burritos” o en el trabajo doméstico en los burros de planchar ropa. Sin embargo, con todo y la primavera, algunos dicen que los asnos están en peligro de extinción. Quién sabe si sea cierto.

Mientras escribo esto, suspiro y recuerdo que es tan fácil, y tan difícil, ser el burro que tocó la flauta. Por eso para ser ese burro se requiere arte. El arte que siempre estará allí para salvarnos de la inmundicia.