Cuando
leo, con frecuencia pongo atención en lo que se come en los cuentos y novelas. Al
igual que el vestido y el habla, el comer delata la geografía, época, educación,
cultura y nivel socioeconómico de los personajes. Últimamente he revisado la
comida de la que habla Miguel de Cervantes en su obra cumbre: El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha. Desde la primera página encontramos sus costumbres culinarias: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón
las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún
palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda.”
Podemos observar que la dieta de los personajes de El Quijote se basa principalmente en productos de origen animal; un
cocido que contiene “más vaca que carnero” y luego, los famosos “duelos y quebrantos”
que es una tipo tortilla de huevo a la que se le agregan sesos y riñones de
cordero, además de tocino, cebolla picada y perejil. Allí dice que su comida de
domingo es palomino y el único vegetal, como platillo principal, son las lentejas,
alimento de los viernes.
En
diversos pasajes de la novela del manchego, desfilan platillos basadas en
leche, requesón, queso ovejuno, ollas podridas (estofado al que se le ponen
todo tipo de carnes, especialmente de cerdo), gallinas francolines (un tipo de gallina
africana) y tasajo. Hay: bellotas, avellanas, uvas, calabaza, fruta seca,
manzana, berenjenas (“los moros son amigos de berenjenas”) que son otros de los
vegetales a los que alude Cervantes.
Se
puede destacar que, en general, las narraciones en las que se incluyen descripciones
de copiosos banquetes siempre acuden a una dieta basada en productos de origen
animal. Y es que los personajes literarios son retrato de la realidad:
omnívoros. Además, al parecer la corriente más fuerte del veganismo o
vegetarianismo puro (sin lácteos ni huevos), surgió apenas a mediados de la
década de los 40 del siglo pasado. Esto se establece no sólo con la idea de
tener una alimentación más sana sino que se trata de una actitud ecológica y de
protección hacía los animales. De esa manera se pretende evitar el sufrimiento
animal.
También
sabemos que, según la Biblia, el alimento
original del primer hombre fue un vegetal (el fruto que comió Adán, que por
cierto, no dice que haya sido una
manzana). Adán y Eva comían plantas antes de desobedecer a Dios, pues se
alimentaban del Jardín del Edén. Igualmente científicos y zoólogos, como
Desmond Morris, aseguran que de acuerdo a la evolución los primates ancestros
del hombre eran herbívoros
Sin
embargo, surge un hecho curioso: los animales mamíferos-carnívoros toda su vida
tienen una dieta de origen animal y los mamíferos-herbívoros como las vacas
cabras, caballos, jirafas, gacelas, elefantes, etc., tienen como primer alimento
la leche materna, es decir, un producto de origen animal; el resto de su
existencia son herbívoros. Pero, la cabra no es capaz de digerir un filete como
el león tampoco digiere una ensalada. Nosotros que somos la punta de la cadena
alimenticia podemos nutrirnos de plantas y animales. Nuestra anatomía y
fisiología da para eso. Desde la dentadura hasta las secreciones de enzimas
digestivas (salivales, estomacales, pancreáticas y biliares) nos permiten
asimilar las grasas, proteínas y carbohidratos, cualquiera que sea su origen. Al
parecer el cuerpo humano tiene mecanismos que le permiten adaptarse a cualquier
dieta. Un ejemplo: los esquimales que rara vez comen frutas y verduras y por el
contrario el hábito que muchas personas han adquirido al tener una dieta
vegetariana. Aunque hay controversia en la alimentación puramente vegetariana
en los niños.
No
sabemos si la evolución vaya encaminada a cambiar la naturaleza omnívora del
hombre y que dentro de muchos miles o millones de años volvamos al origen herbívoro. Pero,
hasta ahora en la literatura no se habla de grandes manjares que tengan como
platillo principal una vianda llena de lechuga, brócoli y hermosas rodajas de
tomate.