Me
sorprendió ver cómo los comentaristas mexicanos de espectáculos mostraron un
orgullo desbordado cuando se anunciaron los premios Oscar de Lupita Nyong'o y Alfonso Cuarón. Los
comunicadores se exaltaron hasta el ridículo. Desde luego, uno puede sentir
cierta alegría por un mexicano que recibe reconocimiento internacional, pero,
de eso, a llenarse de lágrimas y mocos, hay un gran camino de histeria. Además,
considerar a Lupita Nyong’o mexicana es un absurdo, pues su nacimiento en
nuestro país fue un mero accidente; sólo vivió aquí un año (algunas páginas de
Internet dicen que fueron tres años). Técnicamente es mexicana, pero, sus
orígenes y cultura son diferentes a los nuestros. Independientemente de que sea
keniana y mexicana, por qué tanto escándalo. Tampoco es que deba disgustar,
pero, ¿por qué necesitamos que otros nos presten sus triunfos? Eso es una postura
miserable.
Arthur
Schopenhauer, en su libro Aforismos sobre
el arte de vivir, habla sobre el orgullo: “La forma más barata de orgullo es, no obstante, el orgullo
nacional. Pues denota en su portador la carencia de cualidades individuales de
las que éste se pudiera sentir orgulloso, ya que, de otro modo, no estaría
recurriendo a algo que comparte con millones de personas”. De acuerdo a ello, muchos
de los que se emocionan por lo triunfos ajenos seguramente también sienten
vergüenza por la mala entraña de los delincuentes de nuestro país. Pero si yo
no hice nada para que Cuaròn ganara un Oscar, tampoco moví un dedo para que el
Chapo Guzmán fuera el delincuente más buscado en el mundo, por lo tanto, ni me
enorgullezco del primero ni me avergüenzo por el segundo. No obstante, me gusta
lo que logro Cuaròn. La alegría desbordada mostrada por la colectividad mexicana
ante los triunfos ajenos habla mucho del fracaso individual.
Por
supuesto, es inevitable el orgullo y la vergüenza por lo que son los otros con
lo que compartimos un origen territorial y cultural, pero que la conducta y el
estado de ánimo sea dictado por la derrota o el fracaso de los demás, es
patético. El ejemplo más común es el de los fanáticos del futbol; algunos seguidores
han llegado al extremo de morir si su equipo pierde. Recordemos lo que sucedió
en el año de 1950 en la tragedia del estadio Maracaná en Río de Janeiro,
Brasil. Se jugaba la final de la Copa Mundial entre Uruguay y Brasil, ganando
Uruguay 2-1. Por ello hubo múltiples suicidios por parte de los brasileiros.
Sabemos
que la Patria no da mucho para que podamos sentirnos orgullosos y sí da para
vergüenzas. Gracias a los criminales que han modificado nuestra forma de vivir
y de morir, podríamos decir que es una vergüenza ser mexicano. Sin embargo,
habríamos de negarnos a sentir vergüenza por lo que hacen los demás. Antaño un
15 de septiembre podíamos asistir a la plaza principal de nuestra ciudad y
gritar exaltados ¡Viva México! Sentir el arrebato de los colores y la música,
creernos libres, sólo por eso. Jugábamos a que éramos independientes. Ahora no
podemos jugar sin sentir temor.
Aunque
la vanagloria mexicana nunca se ha proclamado para todos, pues también es frecuente
que muchas personas se avergüenzan de su origen; el lugar, los rasgos físicos y
el medio sociocultural al que pertenecemos son motivo de apocamiento a pesar de
que no dependen de nuestra decisión. Así pues, por qué he de sentirme
avergonzada de que el país donde nací este lleno de corrupción y criminalidad.
La mayoría de los mexicanos nada tenemos que ver con eso, más que como víctimas
de éstos. Sin embargo, ante el extranjero es difícil ser juzgado como
individuo. Se nos juzga como mexicanos: si viajamos al extranjero seremos más
revisados que un europeo. Porque en los aeropuertos, al latinoamericano, en
general, se le asocia a droga en los intestinos o en los dobles fondos de
maletas, como al árabe se le asocia al terrorismo por culpa de Bin Laden. Bin
Laden nos afectó a todos los viajeros y gracias a él se nos ve desnudos en la
revisión de los aeropuertos internacionales.Supongo
pues, que la conducta de cada uno de nosotros ante lo vergonzoso o grandioso
que han hecho los otros mexicanos tendrá que ver con la mesura; ya sea en la admiración
o la reprobación de los actos. No con arrebatos neuróticos.