Mi foto
Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 16 de marzo de 2013

CON LAS PATAS



Camino descalza por mi casa. Disfruto andar con los pies desvestidos porque es buena la sensación de frescura que emana del piso. Quiero que se me refresque la mente o el corazón, “o pescas un resfriado” diría como mamá. Pero no crean que me siento una Carmelita y que formo parte de aquella orden monjil a la que perteneció sor Juana Inés de la Cruz, antes de irse con las Jerónimas. Aclaro, sin que sea necesario, que estoy a años luz de ser una monja descalza.
Veo mis pies porque ante mi yo, tengo que bajar la mirada para conocerme. Observo unos pies del número veintitrés y medio, pero no sé, si con los que ando, estarán bien puestos sobre la tierra. Aunque muchas veces no quisieron tanta realidad y pretendieron tener alas, como el dios griego llamado Hermes, que en romano se dice Mercurio y en el mundo de la moda, corbata. Al verlos me doy cuenta que, hace mucho tiempo, a mis extremidades inferiores no se les ha ocurrido tener alas, esa es la razón por lo que estoy cabizbaja.
Reconozco mis cimientos móviles con sus cinco dedos cada uno, con el gordo, el chiquito y los tres hermanos parecidos y siento alegría de no tener polidactilia. Qué suerte que no me nacieron seis o más dedos juntos. Deambulan ese par, al polo sur de mi anatomía, con sus veintiséis huesos, de los cuales me gusta más el astrágalo porque suena bien el nombre y forma parte del talón junto con el calcáneo. Veo a los que me sostienen, cubiertos de piel y músculos el tarso, el metatarso y las falanges; me llevan a donde les ordeno. Hasta ahora siempre me han obedecido. Les correspondo con un masaje de vez en cuando, aseo diario junto con el resto que los acompaña y una repasada quincenal con el cortaúñas. Desde luego, nunca les he hecho ni les haré nada de lo que llaman reflexología, en la que aseguran que tocando un punto del pie se podría curar una parte específica del cuerpo. Creo en la reflexología sólo si es el arte de reflexionar, no de reflejar.
Reflexiono. Es cierto, a las patas de los humanos se les llama pies. Gracias a la evolución tenemos dos de éstas. Claro, a veces uno mete las cuatro y se justifica diciendo que es por tener muy mala pata, cuando la superstición dicta que necesita una de conejo. Aunque, debo confesar que cojeo de la misma pata que mis amigas, por eso nos llevamos bien. También me he fijado que, ni ellas ni yo, tenemos juanetes, o lo que los traumatólogos llaman hallux valgus. Eso sí, a todas nos han salido patas de gallo, en eso estamos empatadas. Habrá que dejar claro que ninguna es “pateperro” permanente, sólo a veces, como el gato que se sale y que regresa hasta la madrugada y que su dueña le dice que, si sigue con eso, lo pondrá de patitas en la calle; que no le busque tres pies al problema.
Recuerdo haber oído que a los hombres que tienen el pie plano, o que padecen una discapacidad anatómica, aquí en México, al intentar el Servicio Militar, le inscriben en su Cartilla: “No apto para la Patria”. No obstante, no lo sé a ciencia cierta, pero oí que hace años decía “Inútil a la Patria” y pensé en lo mal que debería estar un país en donde el gobierno valora más a un individuo por su capacidad para correr que por sus reacciones cerebrales. Sin embargo nada es de extrañar cuando el deporte que más pasión provoca es el que se juega, precisamente, con los pies.
Hay patilludos que aseguran que una mujer descalza resulta ser muy sensual, pero son puras patochadas, no creo que dependa de eso. Aunque la Cenicienta parecía que sus pies eran lo más atractivo, por ahí andaba el príncipe midiendo la zapatilla de cristal. Imagínense semejante método de identificación.
Para terminar, les aseguro que este texto no está hecho con las patas. Mas no faltará quien diga que miento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario