Veo
mis pies porque ante mi yo, tengo que bajar la
mirada para conocerme. Observo unos pies del número veintitrés y medio, pero
no sé, si con los que ando, estarán bien puestos sobre la tierra. Aunque muchas
veces no quisieron tanta realidad y pretendieron tener alas, como el dios
griego llamado Hermes, que en romano se dice Mercurio y en el mundo de la moda,
corbata. Al verlos me doy cuenta que, hace mucho tiempo, a mis extremidades
inferiores no se les ha ocurrido tener alas, esa es la razón por lo que estoy
cabizbaja.
Reconozco mis cimientos móviles con sus cinco dedos cada uno, con el
gordo, el chiquito y los tres hermanos parecidos y siento alegría de no tener
polidactilia. Qué suerte que no me nacieron seis o más dedos juntos. Deambulan
ese par, al polo sur de mi anatomía, con sus veintiséis huesos, de los cuales me
gusta más el astrágalo porque suena bien el nombre y forma parte del talón
junto con el calcáneo. Veo a los que me sostienen, cubiertos de piel y músculos
el tarso, el metatarso y las falanges; me llevan a donde les ordeno. Hasta ahora
siempre me han obedecido. Les correspondo con un masaje de vez en cuando, aseo
diario junto con el resto que los acompaña y una repasada quincenal con el cortaúñas.
Desde luego, nunca les he hecho ni les haré nada de lo que llaman reflexología,
en la que aseguran que tocando un punto del pie se podría curar una parte específica
del cuerpo. Creo en la reflexología sólo si es el arte de reflexionar, no de reflejar.
Reflexiono. Es cierto, a las patas de los humanos se les llama pies. Gracias a
la evolución tenemos dos de éstas. Claro, a veces uno mete las cuatro y se
justifica diciendo que es por tener muy mala pata, cuando la superstición dicta
que necesita una de conejo. Aunque, debo confesar que cojeo de la misma
pata que mis amigas, por eso nos llevamos bien. También me he fijado que, ni
ellas ni yo, tenemos juanetes, o lo que los traumatólogos llaman hallux valgus. Eso sí, a todas nos han
salido patas de gallo, en eso estamos empatadas. Habrá que dejar claro que
ninguna es “pateperro” permanente, sólo a veces, como el gato que se sale y que
regresa hasta la madrugada y que su dueña le dice que, si sigue con eso, lo
pondrá de patitas en la calle; que no le busque tres pies al problema.
Recuerdo
haber oído que a los hombres que tienen el pie plano, o que padecen una
discapacidad anatómica, aquí en México, al intentar el Servicio Militar, le
inscriben en su Cartilla: “No apto para la Patria”. No obstante, no lo sé a
ciencia cierta, pero oí que hace años decía “Inútil a la Patria” y pensé en lo
mal que debería estar un país en donde el gobierno valora más a un individuo
por su capacidad para correr que por sus reacciones cerebrales. Sin embargo
nada es de extrañar cuando el deporte que más pasión provoca es el que se juega,
precisamente, con los pies.
Hay
patilludos que aseguran que una mujer descalza resulta ser muy sensual, pero
son puras patochadas, no creo que dependa de eso. Aunque la Cenicienta parecía
que sus pies eran lo más atractivo, por ahí andaba el príncipe midiendo la
zapatilla de cristal. Imagínense semejante método de identificación.
Para
terminar, les aseguro que este texto no está hecho con las patas. Mas no
faltará quien diga que miento.
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