Es difícil exponer temas que hablen de la equidad
de género ya que existen muchos prejuicios que hacen que las propias mujeres eviten
asumirse como feministas. Incluso hay a quienes les asusta el término porque
consideran que se las pueden asociar al lesbianismo o que les podría afectar
para tener una buena relación de pareja. De allí que muchas prefieran estar
lejos de esta palabra. Sin embargo, vale la pena recordar el pensamiento de la
escritora francesa Simone de Beauvoir que aseguraba que: “El día que una mujer
pueda no amar con su debilidad sino con su fuerza, no escapar de sí misma sino
encontrarse, no humillarse sino afirmarse, ese día el amor será para ella, como
para el hombre, fuente de vida y no un peligro mortal.”
El feminismo es un movimiento que lucha por la
libertad de la mujer. Existen muchos tipos de feminismo, desde los más
radicales que fomentan el desprecio hacia el hombre hasta el feminismo
incluyente que reconoce lo mucho que puede afectar el patriarcado a ambos
sexos. Además, el machismo le ha negado al hombre, entre muchas otras, las expresiones
de ternura, endureciéndolo a tal grado que muchos han suprimido parte de su
naturaleza como el simple hecho de llorar. Respecto a ello de Beauvoir expresa:
“El hombre no es ni una piedra ni una planta, y no puede justificarse a sí
mismo por su mera presencia en el mundo. El hombre es hombre sólo por su
negación a permanecer pasivo, por el impulso que lo proyecta desde el presente
hacia el futuro y lo dirige hacía cosas con el propósito de dominarlas y darles
forma. Para el hombre, existir significa remodelar la existencia. Vivir es la
voluntad de vivir.”
¿Qué es ser mujer? Muchas de las expresiones
actuales dirigidas hacia la mujer son conceptos que se han venido utilizando de
manera inconsciente a través de los siglos. Nos parece natural escuchar expresiones
despectivas para definir a la mujer: “mala para manejar”, “chismosa”, “calladita
te ves más bonita”, “andas en tus días”, “quedada”, “mal cogida”, “todas son
putas (menos mi mamá y mi hermana)”, “¡sírvele a tu hermano!”, “cuiden a sus
gallinas porque mi gallo anda suelto”, “me cela porque me quiere”... Podemos
mencionar un sinfín de frases que todos usamos, sin darnos cuenta de la
discriminación en la que incurrimos. Incluso las peores ofensas hacía al hombre
es cuando le adjudican un rasgo femenino: “No seas nena”, “los hombres no
lloran”, por ejemplo.
Actualmente,
aún es difícil lograr la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. A
pesar de que a principios del siglo pasado las guerras mundiales obligaron a
que las mujeres que trabajaban sólo en el ámbito privado pasaron a hacerlo al
ámbito público; posteriormente en los años cincuenta el surgimiento del
movimiento sufragista logró que la mujer obtuviera el derecho a ser ciudadana y
así poder votar; después todas estas luchas se han continuado para exigir el
dominio sobre su cuerpo con el uso de pastillas anticonceptivas, el derecho a
decidir sobre su sexualidad y maternidad.
Desgraciadamente
los movimientos a favor de la mujer no han impedido que la violencia en su contra
sea detenida, paradójicamente al enfrentar cambios de paradigmas crece la
frustración en muchos hombres y se ha acrecentado la violencia. Por ello la
mayoría de los feminicidios vienen de parte de las parejas sexuales.
Existe
ignorancia al valorar los tipos de violencia hacía la mujer que puede ser de
palabra, acto u omisión. Así encontramos que una palabra que tiene el poder de
construir también puede destruir; nuestro lenguaje cotidiano está lleno conceptos denigrantes hacía la mujer e incluso
frases que queriendo halagar ofenden,
como llamarnos “damitas” (así, en diminutivo porque somos pequeñas) “reinas del
hogar”, “sexo débil”… resultan ser ofensivas porque limitan e intentan definir
a la mujer por una característica.
El
día que dejemos de tener miedo a la libertad del otro lograremos una sociedad
más justa.