La cultura árabe ha hecho grandes aportaciones a la
humanidad, entre otros, no sólo le
debemos los números con los que ahora contamos; le debemos el álgebra y uno de
los más importantes libros de la literatura:
Las mil y una noches. En el año 850 se hizo la recopilación de estos
relatos de tradición oral. Historias que se desarrollaban en Persia (hoy Irán),
China, Siria, Irak, India y Egipto. Originalmente fue escrito en persa; en el
siglo V se tradujo al árabe y en el siglo XVIII apareció la primera versión en
francés. Actualmente se encuentra en casi todos los idiomas.
Este libro cuenta la historia de un sultán que
después de saber que su esposa le había sido infiel, la manda decapitar. Posteriormente,
cada noche, él desposa a una joven virgen para asesinarla la mañana siguiente.
Hasta que llega Sherezada quien le propone contarle cada noche un cuento,
retándolo a que si ella no es capaz de entretenerlo le dé la misma suerte que
a sus antecesoras. El libro dice que tuvieron que pasar mil y una noches de
historias para que el sultán Shahriar, perdonara, definitivamente, la vida a
Sherezada. Sin embargo, esta obra está muy lejos de contener mil y un cuentos,
(la edición que yo tengo, de quinientas páginas, contiene apenas sesenta y seis).
Los cuentos más famosos de este libro son “Aladino y la lámpara maravillosa”,
“Simbad el marino y “Ali Babá y los cuarenta ladrones”.
La primera lectura presenta la crueldad con la que pueden
llegar a ser tratadas las mujeres en el mundo árabe: Una mujer es infiel y ella,
y todas las de su sexo, pagarán las consecuencias. Pero, en contraparte, también
se trata del reconocimiento de la inteligencia y la creatividad femenina, pues
recurriendo a estos dones, Sherezada logra detener la violencia.
Por lo anterior, cuando alguien me dijo que
escribiera un breve texto que hablará de las Torres Gemelas, (ya que el próximo
11 de septiembre se cumplirán 15 años de su destrucción perpetrada por Al-Qaeda)
pensé que la imaginación de Sherezada se había extraviado. Al parecer no hay
forma de negociar con la palabra sólo con el terror. Entonces escribí un
pequeño relato que titulé: “Sherezada ha perdido la imaginación”, a
continuación lo comparto:
Mis
padres me llaman mamá en lugar de decirme Layla, y a mi hermano Yamil, le dicen
papá. Mis amigas me preguntan el porqué de ese contrasentido. Les explico que
es una costumbre árabe. Crecí entre hojas de parras, Kebbe, kabab, Kafta, tabulé y pitas árabes. Crecí en una familia de
barbas y cejas abundantes; ojos y narices grandes; con unos abuelos paternos
imposibilitados para pronunciar la P, misma que cambiaban por B.
El día 11 de septiembre de 2001, cuando
las Torres Gemelas de la ciudad de Nueva York colapsaron por los ataques
terroristas, yo tenía siete años de edad y vivíamos en Torreón, una pequeña
ciudad del norte del México. Al ver las imágenes del atentado por televisión, y
saber que eran árabes los responsables, mi abuelo dijo ensombrecido: “Los
terroristas han arruinado al mundo y junto al mundo, a todos los ‘baisanos’”.
Yo, sin saber por qué salí corriendo hacia el baño, tomé un rastrillo y eliminé
mis cejas. Luego, con unas tijeras trasquilé mi abundante cabellera negra.
Regresé con el abuelo, lo abracé y le pedí que me llevara al cirujano plástico
para que me hiciera una nariz pequeña. Él, con los ojos llorosos, me dijo que
me veía “esbantosa”, qué dejara en paz mis “belos”. Días después me regalo el
libro de Las mil y una noches y su inicio me pareció cruel.
Quince años después, en las noticias se
habla casi lo mismo. Tomo una pequeña
taza de café negro con sabor terroso. Releo el libro que me regaló mi abuelo.
Tengo la sensación de que el texto que ahora enfrentó estará cambiado. Esta
Sherezada será como las demás deposadas muertas por Shahriar. Sherezada ha
perdido la imaginación, ya no tiene más cuentos que contar, por eso el sultán
Shahriar la matará y seguirá confundiendo al mundo llamándole honor a la
maldad.