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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

TAN TONTO

Me gustaría escribir sobre los temas más interesantes, qué éstos dejaran reflexionando al lector, qué lo hicieran reír o llorar, que lo sorprendiera, que le provocarán rabia, qué fueran lo más emotivos posible.Qué lo excitáran, Qué fueran lo que fueran, pero los más… Sin embargo, las dificultades para lograrlo son infinitas. Eso trae como resultado cierta frustración. Desde luego, existe una forma infalible de eludir el fracaso y esa es dejar de aspirar a un hecho que, por más que uno se esfuerza, no logra alcanzarlo. Entonces, para solucionar el problema hay que soñar con la meta contraria. Así puedo dejar de buscar temas importantes y en cambio dar prioridad a las insignificancias. Por eso esta vez decidí que lo mejor que me podría pasar es que se me ocurriera una buena estupidez y escribir sobre eso. Pero, ¿cuál es el tema más tonto del que puedo hablar? La dificultad prácticamente es la misma que si busco el texto más atractivo. Todos pensarán que escribir sobre un asunto de lo más papanatas es fácil, y pudiera ser, siempre y cuando no sea intencionalmente. Porque la mayoría de los casos creemos que estamos tratando ideas trascendentes y es sólo autoengaño porque terminan siendo tonterías. El lío surge cuando al escribir uno se pone pretensioso y quiere torcerle el cuello al lector para que, aunque sea una bobería lo que lee, le den ganas de seguir pasando sus ojos hasta el punto final.
De manera que he estado buscando cuál sería el fondo más absurdo. Créanme es tarea difícil. Me propuse, por ejemplo, hablar de los métodos que tienen los adolescentes para exprimirse los barros y espinillas ante el espejo: con los índices, con los pulgares, con el índice y el pulgar de la misma mano, con pañuelo, sin pañuelo, recomendar la circunferencia exacta en donde habría que ejercer la presión perfecta para evitar que en lugar de expeler la mezcla de células muertas y bacterias se hundiera más. E igualmente, hablar del antes y el después de la operación y los estragos en la apariencia de la cara del muchacho desesperado, que queriendo verse bien, termina lleno de volcanes en erupción. Me desanimé, porque eso no sólo era una idiotez sino que resultaba ser una porquería y porque ahora hay muy buenos tratamientos para el acné. Además, es una práctica que los dermatólogos no recomiendan. Es un tema bobo, no hay duda, pero estaba segura de encontrar otro que lo superara.
Luego se me ocurrió hablar de la incomodidad que a veces se siente al saludar a otros. Sí, “sobre la incomodidad de saludar a extraños”. Más personas de las que se imaginan les incomoda saludar a otros que no conocen, especialmente en las reuniones sociales y a pesar de que se trate de seres muy sociables, siempre hay alguien que prefiere llegar temprano a las fiestas para no saludar a uno por uno a la legión. Los hay que eligen irse a escondidas de la fiesta para no despedirse de los demás. Cuántas personas fingen hablar por teléfono celular, únicamente para evitarse el, ¿hola, cómo estás? Todo debería de ser más natural, pero no. Quizá nos besuqueamos demasiado y ese sea el problema. No me molestan el beso en la mejilla, pero a veces no sé a quién saludar así, ya que hay personas a las que no les gusta o que temen a los virus o las bacterias. Y hacen bien. Ese asunto tampoco me dio para mucho.
Entonces se me ocurrió que hablar de las termitas que invadieron el marco de la sala de mi casa podría ganar el premio a la estulticia, ¿ustedes podrán creer que pegué la oreja a la madera sólo para escuchar cómo las desgraciadas y panzonas termitas no paraban de zamparse la madera a cualquier hora del día y la noche. Se oía el maldito crujir de dientes. Hasta que vino un señor a llenar de agujeros la casa.
Total, no supe cuál de todos mis temas era él más bobalicón. No obstante, no me importó. Quería olvidarme y evadir el asunto más impactante de nuestro país: la gente está perdiendo la cabeza, en todos los sentidos posibles. Los mexicanos somos seres que caminamos sin cabeza porque éstas se han ido con las que se les salió la sangre.