Mi foto
Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 10 de enero de 2011

CONFUNDÍ A BOUVARD CON PÉCUCHET





Alguna vez leí que Jorge Luis Borges había dicho, a propósito de Fausto de Goethe, que leerlo era una manera muy culta de aburrirse. No sé si sea verdad que él haya dicho tal cosa, pues no sería la primera vez que alguna persona le adjudica a una celebridad sus propias palabras para que éstas tengan validez. Por mi parte yo no me aburrí cuando leí Fausto, pero me he aburrido con otros que sin embargo he terminado por disciplina. Algunos simplemente los he dejado a medias o a cuartas. Me he sentido un poco (casi nada) mal por no disfrutar de obras que, para muchos, son extraordinarias.
Hace tiempo leí dos obras de Gustave Flaubert La tentación de san Antonio que habla precisamente de las tentaciones y de los siete pecados capitales y Madame Bovary. En aquella ocasión, al escribir sobre esta última, resalté las cuestiones gastronómicas incluidas en dicha obra diciendo: “La más famosa novela de Flaubert es para muchos un tratado de la infidelidad femenina y de suicidio, y es verdad, pero Madame Bovary es mucho más que eso. Es también un tratado de comida. Ya que con frecuencia hace menciones culinarias en su narración. Encontré que, en promedio, cada tres páginas hace una alusión al arte gastronómico. La primera que llamó mi atención fue en la boda de los Bovary, Carlos y Emma. Donde se describen minuciosamente los platillos: “Habían instalado la mesa bajo el cobertizo de las carretas. En ella cuatro solomillos asados, seis sartenadas de pollo, cazuelas de estofado de vaca y guisado de carnero, y en medio hermosos cochinillos asados, [...] las copas estaban llenas de vino hasta los bordes. Fuentes de crema amarilla que temblaban al más ligero movimiento de la mesa…”, y así, se sigue con los postres”. La misma descripción sazonada con vinos y grandes viandas aparece en La Tentación de San Antonio, ya que uno de los pecados capitales es precisamente la gula.
Disfruté mucho de aquellos libros de Flaubert por eso decidí seguir leyéndolo. Hace unas semanas terminé de leer La pasión del arte, el cual resulta muy atractivo porque se trata de la correspondencia que Flaubert mantuvo desde 1830 hasta 1880 con varios personajes como con su amiga Luisa Colet, su madre, Victor Hugo, Guy de Maupassant, George Sand (seudónimo de Aurore Lucile Dupin), entre otros. Este es un libro en el que se revela la parte íntima del artista y de cómo surgieron sus procesos creativos. Después de leer La pasión del arte continué con la novela Bouvard y Pécuchet, que fue publicada después de que falleció el escritor. Para muchos estudiosos ésta es su mejor obra. Es la historia de dos hombres que se conocen en la calle y que se reconocen afines en casi todo. En principio, los dos son copistas de oficina por su excelente caligrafía y solteros. Después de que uno de ellos recibe una herencia deciden irse a vivir juntos al campo. Compran una finca y se dedican a explorar todas las disciplinas. Primero estudian agricultura para poder sembrar en sus tierras, después estudian medicina, filosofía, geología. Hacen gimnasia, se drogan, experimentan el hipnotismo, el espiritismo. Se dan grandes banquetes y después hacen prologados ayunos. Se entregan con pasión a cada uno de los conocimientos explorados, pero fracasan en los intentos de ponerlos en práctica.
Sin embargo, me pasó que durante todo el libro nunca pude hacer una diferenciación imaginaria entre Bouvard y Pécuchet, de manera que cada diálogo me parecía que daba lo mismo si lo decía uno u otro. Aunque al principio del libro Flaubert describe a Bouvard como rubio y de pelo ensortijado y a Pécuchet de cabello lacio y negro, el primero más alto que el segundo, al caminar en la historia simplemente se me borraron las personalidades. Al ver la portada me di cuenta que también al ilustrador se le confundieron pues no dibujó los rasgos distintivos de los personajes. Así que me enmarañaba y en momentos bostezaba, pero llegué hasta el final.