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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 29 de agosto de 2015

ESTIMADO SR. VALENZUELA


Sr. Miguel Ángel Valenzuela de Santiago
Presente.-
Estimado Sr. Valenzuela:
Agradezco mucho la carta que amablemente me hizo llegar; en ella usted asegura que mi artículo “Borges, Jung y el I Ching” le provocó una reflexión y la necesidad de explicarme sus puntos de vista sobre el libro I Ching. Su mensaje también me hizo reflexionar porque me gusta discutir en el desacuerdo, desde luego, siempre y cuando el desacuerdo se sostenga en buenos argumentos. Aunque en este caso no podríamos discutir pues entre usted y yo no hay diferencias sustanciales de opinión. Además, la visión que tengo del libro de las mutaciones es muy reducida. Mi artículo nació de una simple observación que concluyó en que consideré relevante el hecho de que el poeta argentino Jorge Luis Borges y el siquiatra suizo Carl Gustav Jung hayan escrito para esta obra. Y como bien apunta: “deje ver mi asombro”, porque muchos consideran este texto como adivinatorio. Pero usted me dice que lo de “adivinatorio” es una percepción falsa, cuando la realidad es que desde hace más de tres milenios se ha consultado con ese fin. Sí, se ha utilizada para hacer preguntas del futuro y obtener respuestas. Está documentado que muchos gobernantes han recurrido a él para establecer estrategias de guerra. Por ejemplo, puedo citar al mongol Gengis Khan quien lo requería para saber cómo planear sus ataques. Yo no  digo que se trate de: “triviales asuntos del azar y prestidigitación” (no digo tales palabras) nunca hablaría así de un libro tan importante en la historia de la humanidad.
Sr. Valenzuela, usted manifiesta que la obra en cuestión es un gran estímulo para las funciones cerebrales y el computo de la memoria automática. No podría refutar tales afirmaciones ya que desconozco la magnitud de la influencia del I Ching, si bien conozco el poder general de los buenos libros y en especial de la poesía (el I Ching es poético, claro) y puedo vislumbrar que influyen el intelecto de las personas, pero no sabría establecer el poder de un libro en específico.
 Fuera de lo anterior, hay una parte de su mensaje que me entusiasmó y fue la siguiente: “En el I Ching encontramos las mismas posibilidades de respuesta del ser humano que la cantidad numeral contenida del ajedrez en sus 64 casillas y las distintas potencialidades al mover las piezas para responder al contrincante. Si multiplicamos progresivamente las casillas del tablero entre sí tendremos un número infinito, igual a las posibilidades de respuesta del ser humano (…) el infinito se divide en el ajedrez entre el blanco y negro y en el potencial cualitativo de cada pieza: peón, alfil, caballo, torre, rey y reina. Por lo que no existe magia o adivinación en ello, sino el estudio del comportamiento humano ante el cosmos y ante sí mismos. Hemos estado estudiando sus gestos, sus muecas según se mueva o conmueva el alma…” Considero que es la mejor parte porque con ésta se me develó otra coincidencia. Le explicó: cuando recibí su carta no tenía mis lentes a la mano (para mí es imposible leer sin ellos), entonces le pedí a mi hijo, Eduardo, que me hiciera favor de leérmela. Mi hijo es médico pasante y se ha abocado al estudio de la genética. Al estar leyendo él se sorprendió ante su aclaración de que el I Ching cuanta con 64 hexagramas y que igualmente el ajedrez tiene 64 apartados que si se multiplicasen entre sí progresivamente se tendría un número infinito, como usted lo señala. Al leer eso, mi hijo, me aclaró que el código genético también cuenta con 64 codones (imposible de explicarlo aquí), de manera que en el sinfín de posibilidades del genoma humano, o el eterno bucle del DNA, también existe un 64 como base. ¡Ah! El misterio de las coincidencias.
Sin más, me despido con la alegría de saber de usted.
Afectuosamente, Angélica

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