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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 19 de septiembre de 2011

POESÍA DE LA MÚSICA GRANDE

Mañana 20 de septiembre en el auditorio del Museo Arocena, a las 7 de la tarde, se presentará el más reciente libro del Maestro Saúl Rosales Poesía de la música grande, lo presentaremos Natalia Riazanova, Saúl Rosales y Angélica López Gándara (o sea yo). Con mi afecto, los invito.

sábado, 17 de septiembre de 2011

LA RELATIVIDAD EN EL CONCIERTO

Un joven reportero, sin experiencia, acudió a un concierto de beneficencia y preguntó a una señora de las que estaban allí: ¿Quién es este Einstein que toca esta noche? La mujer escandalizada de que existiera en Alemania alguien que jamás hubiera oído hablar del famoso hombre de ciencia, contestó: "¿Pero cómo, no lo sabe? Es el gran Einstein. Al día siguiente apareció una nota en el periódico que hablaba de la presentación del “Eminente músico Albert Einstein. Una celebridad en la música, un virtuoso del violín que tocaba con una maestría incomparable”. Ese fue uno de los sucesos extraños que vivió Einstein. Un violinista aceptable dentro de un científico prodigioso. Él nunca hablaba de sus múltiples reconocimientos, solamente disfrutaba presumiendo la nota periodística donde se alababa su ejecución como violinista. Bromeaba con sus colegas científicos: “Crees que soy un hombre de ciencia, ¿eh? ¡Ja! ¡Soy un violinista famoso. Eso es lo que soy!” Y con orgullo mostraba el desgastado recorte del periódico.
Otra anécdota curiosa ocurrió un día en que Einstein tocaba con Godowsky (un famoso pianista con quien el físico hacía duetos). En un momento Godowsky se desesperó, golpeó el piano y regañó al violinista: “¡Einstein, por favor, por favor! ¿Qué no sabes contar? Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro.” Como si el gran físico tuviera problemas con los números. Adaptarse al ritmo de los demás era lo que se le dificultaba.
Las obras de los grandes genios, en general, son fáciles de apreciar; igual si vemos un cuadro de Leonardo Da Vinci o una obra de Miguel Ángel, si oímos la música de Mozart o Beethoven, o leemos los pasajes de Cervantes y la poesía de Goethe. En general, al involucrarnos con el arte encontramos que no necesitamos explicaciones para disfrutarlas. El resplandor de sus creadores nos alcanza siglos después. En cambio para la ciencia requerimos explicaciones, pues la mayoría no comprendemos “La teoría de la relatividad” de Einstein (que relaciona tiempo, materia, energía y espacio) o “El efecto fotoeléctrico” (que le hizo ganar el premio Nobel a Einstein en 1921). Muchos conocimientos científicos no podemos vislumbrarlos; las dimensiones de dichos pensamientos las conocen unos cuantos, y sin embargo ese misterio es el que nos hace reverenciarlos. Por eso Einstein, que desentrañó muchos secretos de la ciencia, es el científico más famoso de la historia. Y famosa también su ecuación: E = Mc2
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, cerca de Munich, en 1879. Descubrió a temprana edad la obra de su compatriota, el escritor Johann Wolfgang von Goethe. Alimentó sus pensamientos con la música de Mozart, Beethoven y Bach. Para muchos que consideraban que desde niño padecía “una estupidez consumada”, fue una sorpresa el descubrimiento de sus teorías.
A pesar de su inteligencia, Einstein no alcanzaba a comprender por qué tanta gente acudía a sus conferencias para venerarlo, al punto que lo incómodaba. ¿Por qué acudían, si la mayoría de las personas no entendía las fórmulas que explicaba? Le hacían múltiples obsequios. Muchas veces los devolvió, como cuando le regalaron un violín Guarnerius valuado en 30,000 dólares. Él se disculpó: “Este instrumento debe ser tocado por un verdadero artista. Le ruego me perdone, estoy tan acostumbrado a mi viejo violín”.
El judío que decía: “La ciencia sin la religión es renga, la religión sin la ciencia es ciega", o "La imaginación es más importante que el conocimiento”, fue perseguido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Tuvo cuatro nacionalidades: alemana, suiza, checa y estadounidense.
Murió a los setenta y seis años en 1955 en los Estados Unidos. Sus últimas palabras fueron en el idioma alemán y la enfermera que lo cuidaba no las entendió. Se perdieron.

sábado, 3 de septiembre de 2011

SIN LUGAR PARA EL 13


Salgo de mí para ver alrededor. Mis sentidos lo reciben todo. Frente a mí, un hombre barbado que juzgo peculiar. Pienso que se parece al padre Chinchachoma, es rubicundo y rollizo (no pude escribir gordo y colorado). Él está peinado con un extraño chongo, lee un libro de título Elogio del desequilibrio que me recordó al Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Mis ojos giran un poco y ven a una joven que lee una novela del francés Marc Levy, no alcanzo a ver el nombre de la obra. Una señora lee Vanidades. A lado mío, un señor muy conocido (por mí) pasa sus ojos por un Tratado sobre la metafísica y la risa del francés Henri Bergson. Otros están con sus teléfonos celulares o Laptops. Nadie interactúa con los demás, excepto un niño que está estrenando pasos y monosílabos, llega y jala la ropa de quien puede, la mamá de sonrisa joven se disculpa y los entretenidos con los objetos fugazmente fingen interés.
En la sala se oye la voz eterna, con el acento de siempre. Por fin se anuncia el momento de abordar el avión Torreón-México que estaba programado para media hora antes. Es un avión muy pequeño las hileras de tres asientos llegan hasta el 15, pero eso es falso pues no existe el número 13. Superstición. Después me encuentro en un hotel, también supersticioso porque el elevador llega al piso 14 pero sólo tiene 13. Es decir, el 14 es en realidad el 13. De todos modos se quedaron en el número de la “mala suerte”.
Una ráfaga de tiempo me envuelve y junto con algo de inconsciencia me dejo llevar adonde me lleven. Antes de subir a un camión turístico, una joven me entrega una tarjeta asegurando que llamando a un número telefónico me dirán gratuitamente el horóscopo. “Envía un mensaje al 3337 y guarda esta tarjeta en tu billetera para que el amor, el dinero y la salud no falten en tu hogar”. Leo y considero que, ese día, tengo buena estrella con las fuerzas ocultas que guían mi destino.
Un cielo oscuro pretende quitarme la placidez que me trae el ver el Zócalo de la ciudad de México con personas que queman incienso y hacen rituales de limpieza del futuro. Con plantas golpetean ligeramente a los que desean mejor fortuna. Es de tarde y estoy en el segundo piso del autobús sin techo. Comienza a llover de manera frenética. Al parecer, al caernos el agua con ropa puesta se hace la diferencia entre un baño y una ligera tragicomedia, ¿será la desnudez lo que trastoca todo? Bueno, tal vez la temperatura del agua influya para que los de arriba busquen cobijo en los asientos de adentro. Espero, soy la última en bajar y adentro veo una mole hecha de gente. Al final del camión se ve un espacio, pero es casi imposible llegar hasta aquel solitario rincón. Me atrevo. Cierro los ojos. Camino. En el trayecto por momentos siento que no podré avanzar más y que moriré asfixiada entre carnes. Finalmente salgo de ese pantano humano. Logro respirar. Obtengo un lugar holgado dentro del transporte turístico con masaje y aromaterapia previos.
Bajo del autobús en un centro comercial que se llama Antara, me pregunto si sería sinónimo de zampoña, el instrumento de viento. El lugar sí parece hecho de viento. Adentro llueve pero se puede ver llover sin mojarse. Allí, veo la televisión que exhibe el partido final de futbol México-Uruguay; es el mundial sub 17. Al lado se encuentran tres muchachos rubios y judíos que traen en su cabeza una yamaka o kipá ¿Serán mexicanos? Enseguida se escuchan sus gritos con palabras, casi todas, iniciadas con p: “Metiste la pata, pend…, pin…, pocamad, pu…” Mexicanos. Ya casi es otro día y por Reforma, cerca del Ángel de la Independencia, pasa un desfile que festeja el triunfo de la selección sub17 cada cinco pasos que avanzan gritan ¡Fua! Una estupidez tan grande necesariamente causa risa. Después llego al hotel de 13 pisos, que dejaré un día 13 a las 13 horas. Quizá es mi número de suerte, pero como siempre he creído que no soy supersticiosa, me voy olvidando del número. Mejor le pido al señor muy conocido (por mí) que me preste su libro de metafísica, ya que eso es otra cosa.

MUERTE POR CAUSAS LEGALES

Me llaman la atención los defensores de los derechos humanos que protegen a los criminales para tratar de evitar que sean ejecutados de acuerdo a lo que dicta la ley en algunas partes del mundo. Especialmente me sorprende que existan personas que no quieren que sufra quien segó la vida (con todas las agravantes de la ley) de un inocente. Las víctimas se encuentran sin ninguna oportunidad y los criminales con muchos años para defenderse como fue el caso del mexicano Humberto Leal, de 38 años que fue ejecutado, 17 años después de que fue encontrado culpable, con la inyección letal en julio pasado en Huntsville, Texas por matar y violar a una jovencita de 16 años.
Sin embargo, aunque es muy difícil mantener una postura radical en cuanto a la pena de muerte, personalmente no podría defender a alguien que asesinó y violó a una niña, porque al imaginar su dolor y él de su familia inevitablemente me solidarizo con ellos. En cambio no puedo sentir compasión por un asesino al que se le aplicó anestesia y después sin que él estuviera consciente se le inyectó cloruro de potasio para provocarle paro cardiorrespiratorio. Así que si comparamos la muerte de la víctima con la del victimario, la del último, se puede decir, fue una buena muerte.
A continuación una muestra de lo que escucharemos una y otra vez de defensores y detractores de la pena de capital. Para cada argumento a favor existe uno en contra.
A favor: Los que defienden la aplicación de la pena de muerte sustentan su convicción diciendo que en países como Estados Unidos es aplicada.
En contra: El ataque a esta idea es fácil: “Estadísticamente está comprobado que la pena de muerte no ha disminuido, en ningún país, la criminalidad”.
A favor: El alegato continúa al presentar los casos de criminales mexicanos que siguen delinquiendo dentro de las cárceles y de los muchos reos que escapan de los reclusorios. De manera que si existiera la pena capital, en este caso sí disminuiría la criminalidad.
En contra: La corrupción que existe en nuestro país dejaría a muchos culpables libres y mataría a muchos inocentes.
A favor: El Estado gasta demasiado dinero en la manutención de los criminales.
En contra: La ejecución de criminales también es un gasto cuantioso, ya que para al gobierno no es gratuito contraponerse a años y años de largas jornadas que imponen los abogados defensores para salvar a alguien de la inyección letal, silla eléctrica, la horca o el fusilamiento. Además hay que construir salas de muerte, paredones y patíbulos, y contratar verdugos.
A favor: Se habla religiosamente, se cita a La Biblia que sugiere la pena de muerte en el Génesis, Éxodo, Levítico y Deuteronomio. Ejemplo: “Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquier persona, que sufra la muerte” Levítico 24:17.
En contra: De la Biblia es también el quinto mandamiento: “No matarás”. Y si el Antiguo Testamento admite la ley: “Ojo por ojo, diente por diente”, la venida de Cristo terminó con ello, y aunque eso de poner la otra mejilla es demasiado, sí invita a perdonar.
A favor: Que la gente decida por medio de plebiscitos si quiere o no que mueran los que asesinan y secuestran a sus familiares.
En contra: No se pueden establecer leyes generadas por el rencor y la venganza porque no nos llevará a ser una sociedad madura y sana. No son las emociones de un pueblo las que deben motivar a los legisladores para promover leyes, sino los datos fríos que traigan el mayor beneficio social.
No hay razones religiosas sociales, morales y económicas a favor o en contra de la pena de muerte que posean una verdad totalmente convincente. Lo triste, es que en nuestro país la mayoría de los criminales ni siquiera pisan la cárcel; la impunidad y la corrupción es el más grave problema. Modificar la ley para aceptar la pena capital en estos momentos de inestabilidad nacional, es realmente peligroso.