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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 10 de noviembre de 2012

COMO CHAC MOOL


Siendo las tres de la mañana, estando presentes el insomnio y tú, en un hospital, por fin, dedujiste por qué las batas de los enfermos tienen las cintas amarrables por la espalda. Desde la primera vez que viste ese grotesco espectáculo, te vino el pensamiento de lo ridículo que era ver a los pacientes deambulando con las posaderas en exhibición. Qué tontería, sobre todo, cuando eras tú la que te convertías en uno de esos que, ante el dolor, pierden el pudor y dejas que los aires se cuelen por el trasero. Nadie, nunca, supo responderte la duda, ¿por qué la abertura de las batas es hacía atrás? Pero resolviste la cuestión concluyendo que, por comodidad del paciente y de quienes lo cuidan es necesario una bata floja y fácil de abrir, por eso, es preferible mostrar lo de atrás que lo de adelante. Aunque no me convence del todo

Observas todo en un cuarto de hospital. Han pasado varias horas de que saliste del baño de casa, cuando un resbalón te hizo ver volar tus pies. No te quedó ninguna duda de que la ley de gravedad y Newton siempre tendrán la razón. Azotaste. Entonces se te instaló la creencia que te habías roto la espalda y con el golpe en la nuca pensaste que hasta allí habías llegado: oscuridad, deseos de vomitar, sudor frío y un efímero síncope.

Después de un rato de pasear en silla de ruedas, te pusieron como muñeca de trapo en una camilla (bueno, no debemos hacer caso de lo de muñeca sólo en lo de trapo). Cómo sea. Una joven médica cuestiona tu historia clínica. Pregunta sobre si tienes antecedentes. Quieres jugar y decirle: “¿Antecedentes penales? No, nunca he estado en la cárcel. Bueno, tal vez sí y no me he dado cuenta”. Finalmente logras regresar el interrogatorio. Antecedentes de hipertensión, diabetes… Luego, que si fumas, que si tomas alcohol u otras drogas. Sólo tomas una droga: alcohol tinto de vez en cuando, en reuniones con amigos. De lo demás, nada: ¡Ah sí!, alérgica a las sulfas y miedo de quedar borderline o peor.

Llega contigo el neurólogo, y él, con paciencia, busca reflejos en tus brazos, piernas y encuentra bien las fuerza muscular. Explora el fondo de tus ojos. Diagnostica casi salud, aunque es obligado se acompañe de reposo absoluto durante tres días y postura de Chac Mool. Válgame Dios, tú allí como la escultura tolteca semifowler o semisentada y con las rodillas flexionadas. Ah, te sientes protagonista del cuento “Chac Mool” de Carlos Fuentes, ése donde se pregunta qué hubiera sido de los mexicanos si en lugar de una conquista cristiana hubiera sido una budista; en vez de un Dios muerto crucificado, uno muerto por indigestión.

Y ya que se debe descartar fracturas o hemorragias; háganse la resonancia y la tomografía. Se hacen. Y en ese túnel con tantos ruidos y fríos te mantienen por cuarenta minutos. Ellos van a conocerte. Le tman fotos a tus huesos y tejidos. Lástima, la anatomía no miente sobre tu edad. El diagnostico es casi normal.

Así pues, convertida en modelo Chac Mool quedas en el cuarto de hospital. No quieres que nadie te acompañe por la noche. La hospitalización es, para ti, como un retiro espiritual. Es bueno estar sola. La soledad escogida es un privilegio. Ves en una pizarra tu nombre completo e igual en un brazalete. Mientras, tus venas toman agua dulce de un frasco colgado de un tripie. Sí, eres tú, bajo los efectos de un fuerte dolor de cabeza y de espalda y del analgésico que lucha contra ellos. Te sientes como si hubieras tomado diez tazas de café. El sueño es imposible, casi 24 horas insomne. La noche siguiente caes en un sueño inducido, te ves como en el cuento de Carlos Fuentes: “Pierde mucho mi Chac Mool en la oscuridad del sótano; allí, es un simple bulto agónico, y su mueca parece reprocharme que le niegue la luz”. Pierdes mucho en la oscuridad de la habitación numerada. Eres un bulto, una piedra.

Pasan los días y comienzas a revivir. Nada es maldecible. Es necesario conocer la inmovilidad, para apreciar el movimiento.


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